Por Antonio Las Heras | La Gaceta de Buenos Aires | 29 de enero de 2023
—¿En qué ha cambiado la literatura desde los
años 90 hasta ahora?
—Apenas usted menciona los años 90, me surge,
luminoso, el nombre inolvidable de Octavio Paz. Él
recibe el Premio Nobel ese mismo año. En su discurso
de aceptación se asume admirador de Quevedo
y Lope de Vega, pero con la distinción primordial
de asumirse mucho más como escritor iberoamericano.
Menciona también el surgimiento
triunfal de la literatura anglo-norteamericana y la
hispanoamericana. Habla de la literatura que nos
hizo soñar de jóvenes y del instante clave en el que
él siente, mal sorprendido, el rompimiento del encanto.
Encanto literario y político, entiendo yo. Y
ese rompimiento se da en él cuando descubre que
detrás de la idea libertaria, no liberal, se esconde la
máscara del tirano. Aquí Octavio dramatiza diciendo
que aceptó lo inaceptable y se recibió de adulto.
A partir de allí se dedicó a escribir sin preguntarse
por qué lo hacía. Escribía aceptando un supuesto
mandato supremo. Y hasta aquí yo quería llegar,
entender el ejercicio desesperado de escribir con la
misma desesperación del bebé que es arrojado a
una piscina y nada, anhelante, recurriendo al mágico
“estilo perrito” buscando la orilla salvadora,
como si ella fuera la meta que otorga el diploma de
la adultez. Porque esa es la cuestión, simple cuestión…
Volviendo a su pregunta, pensemos que si en
los 90 ya habían hecho sus garabatos los mencionados
más arriba, sin olvidarnos de Hemingway y
su amigo Pío Baroja, mi adorado Mickey Spillane,
el siempre incómodo Marqués de Sade, y tantos y
tantos, y todos los de hoy, como Claudia Piñeiro,
Leonardo Oyola, Carlos Crosa, José María Marcos,
Carlos Marcos, Darío Lavia, Álvaro Praino, Alejandra
Tenaglia, Juan Borges, Gabriel Bianco, Diego
Kenis, Carlos Morelli, Fabián Vique, y los que usted
y el lector piensen que me olvido. Ellos, en conjunto e individualmente, sensibles y feroces,
llenos de energía, felices de que las obras mayúsculas
ya estén escritas y, por lo tanto, sin tener la
obligación de generar obras de arte únicas, no cesan
de empujar este esplendoroso carro, bello y exigente,
llamado literatura, que supone el privilegio y el goce de
un estadio que se acerca al paraíso, y sin embargo es
el mismísimo mundo que transitamos juntos para bien
y para mal. Mal, sí. Infierno, dirán unos; no tanto, dirán
otros. Así, mal que le pese a mi adorado Ezra
Pound, que se salvó de pasear por mi novela de horror
canibalesco, El jardín de Anias, que si no, mucho peor
hubiera podido ser su diagnóstico… En fin, y en acotada
síntesis, me confieso desolado y sin respuestas a su
amable y primera pregunta.
—¿Cuáles son las principales características distintivas
de la novelística actual?
—Quizás esta pregunta sea más precisa para un ensayista,
un pensador de fuste, que para un simple obrero
de la literatura, como decía Don Osvaldo Pugliese
acerca de su profesión de tanguero. Pero lo mismo intento
responder yendo al bulto ya que de algún modo
aprendo. Sospecho que “las principales características
distintivas” que usted propone, tienen que ver, y mucho,
con la misma época que nos contiene. Quiero decir
que me resulta fácil entender una época leyendo a
un escritor. Posiblemente sea uno de los escritores que
más amo, Balzac, quien mejor responde a la pregunta
con su propia obra; y más digo, con su propio proyecto,
ya que era tanta la ambición de esa propuesta que
no pudo terminarla. Él logró caracterizar la Francia de
su tiempo realizando una literatura gigante con miles
de personajes descriptos minuciosamente en sus encantos
y en sus debilidades humanas. De este modo él
rubricó su tiempo de manera estupenda. Y, en lo suyo,
también cada uno de los otros apostó a lo mismo. Remarque
con Sin novedad en el frente, Tolstoi con La
guerra y la paz, Mailer con Los desnudos y los muertos,
Eustasio Rivera con La vorágine, por supuesto
Dante con su Divina Comedia, Borges con El Aleph, y
ni hablar de nuestro genial José Hernández con su monumento
literario Martín Fierro… De este modo podemos
seguir unas cuantas largas páginas más. Pero, intentando
hilar fino, ¿por qué no hablar de la evolución
cultural como influencia en el arte, y de ahí, extraer
esas características distintivas? Creo que es fundamental
señalar el impresionante avance tecnológico en los
últimos años. Tan implacable ha sido en los inconsistentes
humanos este insolente avance que, paradójicamente,
cuánto más se tecnifica nuestra vida, más involucionamos
como sociedad, así nuestros gobiernos
vuelven a gozar de grandes porcentajes de masas analfabetas,
y ya a nadie le interesa estudiar Matemáticas
porque un insignificante calculador resuelve cualquier
operación numérica. Confieso mi enorme depresión al
ver gente, casi la mayoría, cruzando avenidas sólo
atendiendo el celular que los hipnotiza. Bandadas de
pingüinos obsesionados con el espejito de color. Hemos
vuelto a los espejitos de colores como cuando el injustamente
defenestrado Don Cristóbal Colón plantó su
bandera en nuestra amada América. Si hasta mi hijo
querido, mientras jugamos al ajedrez en estas playas
de Cap. Ferret, por suerte todavía con algo de salvajismo,
me deja colgado con el caballo en la mano debido
a que le urge atender su celular donde le informan el
horario y rebaja de precios de algún artículo codiciado
en el mercado negro u otro. Pero no me ofendo ya que
en mi novela Los hamsters supe anticiparme a esta inconducta
de la nueva juventud dorada… Retornando la
pregunta, pienso que algunos ingredientes groseros y
necesarios de una no muy lejana novelística, ya han
dejado de ser apreciados por los lectores ávidos de
emociones, como yo cuando leía novelas policiales y al
filósofo Sade… Esto ha hecho que el escritor bucee
más hondo y obtenga felices resultados. También se ha
de tener en cuenta que los escritores de hoy están mucho
más formados y es así como nos sorprenden
novelas específicas sobre economía, sobre
perfumes y hasta sobre la cocina y los
mil modos de hacer desaparecer un
cadáver cociéndolo a temperaturas
superiores a las necesarias para
un suave conejito… Hoy en día,
los escritores compiten con sus
novelas para demostrar que saben
más que los colegas en algún
ramo de la tecnología, y se imaginan
que esto es la cima de la ambición
literaria; antes había géneros
especializados, como la novela
policial, de espionaje, erótica, o de
ciencia ficción, pero los autores tenían la
modestia de obsesionados mecánicos que se
sabían suplentes periféricos en el mercado de la “novela
barata”, y sin embargo podían llegar a deslumbrar.
Hoy se olvida que los grandes novelistas son los que
nos dejan sin aliento porque saben golpear despiadados
nuestra vanidad, al destapar nuestros inconfesables
secretos del alma, no simples imitadores de algún
robot sofisticado. Por ahora me conformo con los que
más me interesan, los que investigan en temas históricos,
que por chatos que sean, algo provechoso nos enseñan.
—¿Qué importancia tiene el e-book y la venta de libros
en internet?
—La máxima importancia, ya que se trata del cambiante
mundo de las futuras generaciones. Confío en
que el negocio del libro se horizontalice con el e-book,
para que puedan coexistir las grandes y poderosas editoriales
con las pequeñas y, aún, pactar con las empresas
más marginales. Los lectores votan mucho en Internet,
ya es automático el sobrio pulgar en alto o el
mortal pulgar hacia abajo; así le cortan el paso a los
críticos profesionales que a veces tienden a la mezquindad
o a la censura ideológica. En este caso, mi exigencia
es la de siempre, pobre y elemental, pero firme:
que todas las voces y los distintos criterios y pensamientos
puedan ejercer el pleno derecho de la libertad
de expresión. Todo dependerá de los lectores activos,
los que piensan; y ya no de los lectores-ganado, que
son aquellos funcionales a imposiciones políticas e
ideológicas, llevados de la nariz al matadero, como se
hace con las vacas, según el signo ideológico imperante.
En realidad, esto suena optimista, pero no estoy diciendo
nada nuevo. Esto siempre se dio, hay lectores
de vanguardia como escritores pioneros. Pero también
puede volver lo peor de la pasividad del lector; viendo
cómo se va ordenando el mundo, cómo la política y las
fronteras se van tiñendo de perturbadoras neblinas tóxicas.
Me temo que si en estos años que siguen no se
endereza el volante, puede ocurrir que el desmesurado
avance tecnológico que en mucho beneficia a la humanidad,
también pueda perjudicarla mucho, ya que la
ingeniería social y mental pretende imponernos los algoritmos
de la inteligencia artificial, y perturbar todos
nuestros sanos instintos en la búsqueda de la verdad.
—¿Está trabajando en un nuevo libro?
—Mi estimado amigo, me deja la pelota
picando para que haga el gol tan ansiado
de regalo. A mi edad ya no tengo las
piernas fuertes y la agilidad de cuando
jugaba al fútbol en los institutos
de menores. Institutos que me dieron
la posibilidad de escribir una
novela titulada Las Tumbas, que este
año cumple su primer 50 aniversario,
y sigue interesando como al
principio, ganando día a día nuevos
lectores. A pesar de la carencia de juventud
física, pondré en juego las habilidades
que nuestro Dios provee a los que hemos
abusado del tiempo, intentando lucirme
adecuadamente, al menos con decoro. En este instante
crucial, siento que mi buen amigo Henry Miller me
palmea el hombro dándome ánimo. Sí, no se asombre,
con Miller fuimos y seguimos siendo muy amigos. Muchas
veces me pareció que estaba hablando de mí en
sus escritos, y en las lecturas de sus libros otras veces
supe hallar a un desesperado chapaleando en un mar
turbulento, extendiéndome su mano para salvar su vida.
Y este gran amigo, junto a tantos otros que guardo
muy cuidadosamente en los anaqueles de mi amada
biblioteca, me impulsan con brío para que yo dé una
respuesta adecuada. Son tantos los libros que leí de Miller,
creo que todos los traducidos y publicados en México,
España, Argentina; que no sé en cuál me apoyo en
este momento. En uno de ellos afirma que sus mejores
libros los escribió de chico cuando viajaba en tren. Recuerdo
que esa línea la subrayé porque sentí que la había
escrito yo. Lo mismo me pasaba a mí cuando los fines
de semana desde mi casa retornaba en tren al internado.
El viaje era largo, atardecía, y mi mente mezclaba
las novelas de cowboys de Zane Grey con los
campos escapando de mi vista y un brioso caballo galopando
veloz a la par de mi vagón para que yo saltara
sobre su lomo y enfrentara a los malos. Casi de inmediato
anochecía y me recuerdo reflejado en la ventanilla,
que ahora había dejado de mirar hacia afuera
y en cambio miraba hacia el interior, sus butacas, su
gente sentada, durmiendo, leyendo un diario, fumando.
Ya entonces entreví que ese cambio de la ventanilla
era más profundo de lo que se mostraba; me daba
cuenta de que yo era vulnerable y mi rostro infantil reflejado
en el vidrio era una introspección sorpresiva
que me mostraba frágil y desnudo. Sin saberlo, ya estaba
escribiendo. El escritor escribe siempre, en horario
corrido, no hay medida ni reloj, ni sábado, ni domingo,
ni vacaciones, ni hora de reflexión, ni nada que
interrumpa su pensamiento en lo que ve y reproduce,
pintando, esculpiendo, generando una obra como sea,
aún castillitos de arena en las playas de la creación. El
escritor está siempre pensando su obra siguiente. René
Clair, uno de los mayores cineastas franceses, decía:
“Ya tengo hecha mi próxima película hasta el final, sólo
me resta filmarla”. El artista vive pensando en lo
que creará. Crea al tiempo que ve y escucha, reflexiona
y convierte lo visto en singularidad. Cuanto más riguroso
es el creador, más le fastidia el trabajo a hacer.
El genial Ezra Pound, artista riguroso como pocos, tiene
un poema magistral donde le pide a Dios que le quite
esta maldita profesión de escritor que lo obliga a
pensar todo el tiempo, y le dé en cambio un pequeño
quiosco de cigarrillos donde pueda charlar banalidades
con la gente. Bien, una mezcla de todo esto es
quien está conversando con usted diciéndole que tengo
en mente y, ya trabajando con todas mis fuerzas,
unos dos millones de novelas y otro tanto o más de
cuentos y relatos. ¿En cuál de estos proyectos estoy
abocado en estos momentos?... No lo sé… Pero para
tener algo de precisión puedo decirle que por donde
miro hay cajones con apuntes y esbozos escritos que
desean convertirse en novelas, relatos, lo que sea, para
crecer, ser algo, dejar de ser proyecto y caer en forma
de libro en las manos de un lector fiel, cómplice,
que nos dé cobijo en un anaquel; contrariamente al lector
desaprensivo, indiferente o engreído, que en las
primeras páginas dobla la esquina de una hoja olvidándonos
para siempre. Pero sí, le afirmo, a pesar de
esta mala eventualidad, le repito que sí, que tengo y
tendré proyectos hasta que el Señor de las Alturas me
avise que ya se pasó mi cuarto de hora, como dice un
tango sabio; o como mejor dice en el final de una de
sus bellas novelas otro gran amigo, Don Leopoldo Marechal,
“Y adiós, que me voy…” En fin, agradeciendo
su reportaje y no escapando por las ramas, pienso redondear
un pequeño libro sobre mi entrañable Rita
Hayworth. Será en la línea de mis libros de poesía, como
Ocre Urbano, o Sudores y tajos. Aunque al principio
intenté hacer una novela sobre su vida al estilo de
¡Priscila, Priscila!, que es el libro tenebroso de mi madurez.
Por este libro recibí gran cantidad de mails de
los lectores, emocionados y fascinados por el suspenso
logrado. Como verá, de modo contundente le respondo
que sí, que estoy trabajando en otro libro. Y en otro y
otro y otro más, porque es mi manera de ser honesto
conmigo mismo, leal con los lectores, y útil como ciudadano
en un país (mi hermoso país) que, desgraciadamente,
se va disolviendo como mentirosa humareda
de la nada.