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Ignacio Román González: “La mecánica del infierno”

Ignacio Román González (Punta Alta, 1985) integra Osario común. Summa de fantasía y horror (Muerde Muertos, 2013) con el cuento “La mecánica del infierno”, un relato que sucede en un futuro indefinido, donde un grupo de científicos encuentran los restos del diablo y deciden clonarlo, con consecuencias poco felices para los investigadores y la humanidad.

OSARIO COMÚN

La summa de fantasía y horror está compuesta por diecisiete autores contemporáneos que frecuentan la literatura de terror, con selección, introducción y notas de Patricio Chaija, además de un epílogo de los hermanos Carlos y José María Marcos. Integran el libro cuentos de Fabio Ferreras, Mariana Enriquez, Pablo Schuff, Pablo Tolosa, Jorge Baradit, José María Marcos, Walter Iannelli, Alejandra Zina, Claudia Cortalezzi, Ignacio Román González, Gerardo Quiroga, Ricardo Giorno, Sebastián Chilano, Gustavo Nielsen, César Cruz Ortega, Alberto Ramponelli y Emiliano Vuela.

Venta en Librerías: Galernas, Cúspide y Yenny
Venta directa: malpascal@yahoo.com.ar - Valor: $150.-

LAS MISTERIOSAS AGUAS DE LA RÍA

Ignacio Román González nació en Punta Alta, provincia de Buenos Aires, en 1985. Docente y licenciado en Psicología, publicó el poemario El sol nos mirará de lejos (2010), de manera independiente, y el libro de cuentos Perspectiva modelo (2011) a través de Ediciones de La Cultura. En 2012, con el cuento “¡Alte killer!” ganó el Concurso Planeta Digital, producto del cual se publicó una antología en booket con el título homónimo. El mismo año, el nodo Nat-Sur del Polo Tecnológico Audiovisual realizó un micro basado en su relato “Las misteriosas aguas de la ría”, para emitirse por Aqua Mayor para la Televisión Digital Abierta. En 2013 obtuvo una mención especial en el Concurso Provincial de Cuentos Haroldo Conti. Su email irgonzalez@yahoo.com.ar.
—¿Qué escritores reconocés entre tus influencias? ¿Qué libros en particular? ¿En qué sentido te han marcado?
—Soy de los que piensan que el único libro que no influye sobre el lector es, precisamente, el que no es leído. Por afinidad o por rechazo, por gusto o por disgusto, creo que todo lo que he leído hasta el momento ha funcionado como un vector que influye sobre el modo de narrar o sobre el tema a tratar, directamente. Cuando era más chico, por ejemplo, había una colección juvenil llamada Fantasmas de Fear Street, que me volvía loco. Eran historias cortitas que a mí me asustaban mucho pero, en aquel momento, si escribía algo, no tenía nada que ver con el horror. Con el tiempo uno avanza en las lecturas, abandona unos caminos y retoma otros. Pero todo lo que germina en uno es porque ha tenido un sustrato previo que lo hizo posible. Seguramente se puedan mencionar muchos libros, pero teniendo en cuenta la pregunta, podría decir que hay autores que me han mostrado un camino que, antes de leerlos, no sabía que existía. Algunos cuentos de Saki (“La ventana abierta”, por ejemplo), Wilcoock (Todo su libro El estereoscopio de los solitarios es genial), Palhaniuk (la prosa súper ágil, cargada de información y violencia, de El club de la pelea), Stephen King (todo lo que he leído de él hasta el momento), Rafael Pinedo (su novela Plop no puede pasar inadvertida de ningún modo), Alberto Laiseca (cuyo Manual sadomasoporno me ha dado el orgullo de comprender que somos contemporáneos de su gran genio). Tampoco puedo omitir a Roberto Arlt ni a Julio Cortázar, podría decir que aprendí a leer con ellos dos. Estos escritores, dije, me han mostrado los lugares por donde se puede hacer una senda. Después está en uno sacar el machete y entrar a hacer camino.

¡ALTE KILLER! ¿ESE SOY YO?

—¿Qué obsesiones, preocupaciones y problemáticas aparecen en tus textos?
—Me ha tocado llevar algunos cuentos míos a mi análisis personal y, en sesión, es increíble notar lo lejos que queda de uno mismo aquello que ha dejado escrito en una historia. Pasa como cuando uno se mira en un espejo de circo, de esos que deforman la figura que reflejan, y uno se pregunta: “¿Ese soy yo?”. Y la respuesta que aparece es: sí y no. Porque por un lado aquello que se ve es la imagen de uno pero, por otro lado, está distorsionada. Las obsesiones que ahí plasmo después me cuesta reconocerlas como algo totalmente propio. Reconozco que el tema de la culpa y la responsabilidad en mis personajes es un tópico recurrente. Tengo una novela inédita que se basa en un anciano viudo que, sobre su propio lecho de muerte, delira acuciado por las culpas de una vida de silencio. La historia transcurre en Punta Alta y toca muy de cerca los años infames. Incluso, “¡Alte killer!”, con el que gané el premio Planeta Digital, es un cuento de horror que habla de las culpas con las que vive una viuda negra, representadas por unos seres monstruosos que tiene de mascotas.
—¿Cómo nacen tus historias? ¿Podés dar algún ejemplo?
—Generalmente del diálogo, sea con otras personas, con otros textos y conmigo mismo. Muchas veces, reuniones con amigos resultan ser muy instructivas en este sentido. El ingenio del humor social, entre amigos, muchas veces sirve para definir una historia que no tenía cómo. A veces, de tanto anotar ideas sueltas que se le ocurren a uno mientras lee otros libros, repasando la libreta algo se forma de pronto. Algo que antes no estaba aparece ahí. Otras veces, de tanto corregir un texto, una idea se descarta para esa historia pero se retoma después, y pasa a ser parte vital de otro texto. Eso sería como dialogar consigo mismo. El cuento con el que participo Osario común (“La mecánica del infierno”) nació como un insight que cristalizó en un todo varias ideas que tenía aisladas. Cosas que se me iban ocurriendo; hechos, miedos que fui anotando sin terminar de vincular unos con otros. Lo que funcionó como aglutinante fue un artículo de divulgación científica que leí en Axxón. Hablaba sobre el bosón de Higgs y la llamada partícula divina. Eso me llevó a buscar algo de información sobre la máquina de Dios. Y me hice una pregunta sobre la eficacia simbólica que podía derivar de la invención de una máquina que podría reproducir el Big Bang. El cuento fue, en definitiva, la manera que tuve de contestar a esa pregunta.

TODO ES SUSCEPTIBLE DE VOLVERSE HORROROSO

—¿Por qué te interesa el horror y la fantasía como campo de expresión?
—Porque el campo de acción es muy basto. Al fin y al cabo, y desde una perspectiva algo paranoica, todo es susceptible de volverse horroroso. Todo parece demasiado normal a la vista incauta, pero basta con ponerse lentes de una graduación mayor a la que necesitamos para que todo alrededor se vuelva un poco monstruoso. Las formas se vuelven difusas y, lo que segundos antes reconocíamos sin necesidad de esfuerzo, tras un cristal grueso mutan. Uno podría decir ¿qué sentido tiene ponerse unos lentes que no se necesitan? Bueno, la idea es buscar siempre una mirada distinta de las cosas. Si escribís fantasía estás bastante más obligado que el resto de la gente. Pero, volviendo a la metáfora de los lentes, cuando te los quitás para volver a la normalidad lo primero que uno advierte es el mareo. Todo parece girar, como si costara recomponerse luego del cambio de mirada. Ese aturdimiento bien lo conoce el que gusta de leer del horror. ¡Si hasta el cuerpo se contractura cuando uno lee un buen cuento de terror! Me gusta que los libros puedan hacerme sentir eso y, por puro gusto de trasmitirlo, trato de escribir en esa dirección.