Que un escritor ponga el punto final de su libro y éste sea
para él la bandera de Robinson en la isla de la satisfacción de los lectores no
es muy común. De cada diez libros
que leo , solo uno, dos o quizás tres, si soy benévolo, me
satisface al cerrarlo una vez concluido. Y eso teniendo en cuenta, que leer y
luego hacer reseñas es una de las cosas personales e individuales que más me
apasiona.
En este caso, Árboles
de tronco rojo me hizo reflexionar las causas que hacen que un autor haga
un muy buen libro. Quizás el flujo de las mareas, los astros y sus misterios,
la hora en que nació, la sombra que descansa todas las noches en su cama, el
cielo que lo contiene desde la ventana. Quizás todas esas cosas, o tal vez
ninguna, tal vez solo sea una mágica inspiración, un rapto de locura creativa
que lo envolvió sometiéndolo a un designio sin otro destino. Sea como sea la
trama de la creación literaria, Marcelo Guerrieri compuso un libro de cuentos
que sorprenden en la construcción de cada uno de sus personajes, seres que se
debaten en interrogantes y mientras tanto viven en relaciones a veces
sofocantes, otras simples, pero todos tienen ese costado humano que le abre la puerta a lo cotidiano.
Con una prosa sin exageraciones, desenvuelta, leve y con un
toque de humor, la expresión de este escritor que coordina talleres literarios
en centros culturales de Buenos Aires, nos indica que su voz, es la de los
lugares donde se encuentran a cada paso nuestros vecinos, situaciones que
decantan en conflictos llevándolos a actuar de determinada manera, sin perder
esa espontaneidad que hace tan peculiar a cualquier hijo de vecino. Para su
suerte, no necesita de sórdidos vericuetos en donde descansar su obra, ni de
complicarse la vida en una retórica impuesta. Se mantiene alejado de la de los
rincones de la pompa para mostrarnos gente descontracturada pero sufrida,
melancólica, aburrida, de una nostalgia que corre al ritmo de la vida misma.
Para destacar dos cuentos, “Dano no ve nada”, síntesis de un
tiempo que se desliza apurado, actitudes como moneda de hoy y sentimientos de
celos y fantasías; y el que da nombre al libro, “Árboles de tronco rojo”,
historia con una arquitectura de sueños, de temores, sombras de la realidad a la que no le
falta ni le sobra nada.