Los hermanos Marcos. Foto: Mica Hernández. |
Pilar: —Dos hermanos
escriben una novela juntos... Ellos son los hermanos Marcos, o, mejor, Carlos y
José María. Por supuesto, es una novela que reúne diferentes subgéneros de la
narrativa como el epistolar, terror, policial, fantástico, realista, erótico,
humor negro... ¿Cómo se consigue aunar un estilo?
Carlos: —En
principio, y en eso creo que compartimos opiniones y método con José María, no creemos
que lo epistolar, el terror, lo policial, lo fantástico, lo erótico, el humor
negro, etcétera, sean géneros ni subgéneros sino más bien procedimientos en
algunos casos, y en otros, temas. Si hay una historia que contar, aunque sea en
la línea más abstracta y argumental, podemos contarla mediante el procedimiento
más efectivo que tengamos a mano. Bien podemos contar un velatorio como si
fuese una fiesta, un robo como una especie de orgía, o reírnos de las desdichas
de nuestros personajes y de toda situación en la vida. Elegimos lo epistolar
porque nos pareció interesante el desuso en que había caído a pesar de su
efectividad. Supongo que eso de aunar el estilo funciona en nosotros por la
similitud en las formas de ver y proceder en el mundo.
José María: —Acuerdo
en todo lo que dice Carlos, y podría agregar que en este caso lo epistolar está
muy relacionado con el hecho de que nuestro padre mantuvo y mantiene
correspondencia con la familia radicada en Salamanca desde hace más de sesenta
años. Por este motivo, antes de que pudiéramos concretar una visita a España,
nosotros conocimos Castilla y León gracias a las cartas que llegaban
periódicamente a casa. Cuando comenzamos a imaginar Muerde muertos, pensamos que la mejor manera de recrear “nuestra
Salamanca” era a través de esta vía. Esto, a su vez, nos hizo ver con gran
nitidez cómo el pasado está poblado sólo de fantasmas y de palabras.
Pilar: —Cada uno habrá
aportado lo suyo: Carlos, desde lo erótico, y José María, desde el terror, ¿no?
Carlos: —Creemos,
y lo repetimos un poco en chiste, que uno de nosotros es más “muerde” y otro es
más “muertos”, a partir mayormente de nuestras lecturas. Pero, la verdad, nos
divierte mucho cambiar de posición todo el tiempo, porque eso nos enriquece
como personas y como autores.
José María: —La primera novela a
dúo (Recuerdos parásitos) surgió de
una idea que me rondaba y que pensaba desarrollar solo. Estaba entusiasmado en
escribir una historia de terror con un comienzo clásico: un hombre llega a un
pueblo una madrugada y encuentra a un muerto en una zanja. Tras este episodio,
el visitante continuaría involuntariamente los pasos del difundo y sucederían
varios asesinatos. Como telón de fondo, quería recrear el espíritu pueblerino
de Uribelarrea, con sus sobreentendidos, sus mitos y sus verdades a medias. Se
lo conté a mi hermano y él me propuso escribir a medias, ya que compartimos la
infancia. Esto provocó la mutación de parte de la trama, todo se volvió más
barroco y exuberante, y los asesinatos y otros pasajes se hicieron más
explícitamente eróticos. La experiencia fue alucinante y enriquecedora, de gran
aprendizaje, porque sirvió para crear una tercera voz distinta a nuestras obras
individuales.
Carlos: —Como indica
el subtítulo que figura tanto en la primera como en la segunda novela, aún no
sabemos “quién alimenta a quién”.
Pilar: —La cantidad
de escritores que se nombran en esta segunda novela es impresionante, como si
no se hubiera querido dejar fuera a ninguno. Conste que eché en falta
escritoras... Aparece Alberto Laiseca, y supongo que varios de vuestros amigos
o de la gente relacionada con la Editorial Muerde Muertos, pienso también en
algún nombre de librera o librero amigo... Es lo que tiene la literatura,
¿verdad? Ese afán, esa desmesura de querer reunir el mundo en un libro, y saber
que siempre nos faltarán páginas... Por suerte, ¡y que nos queden muchas para
escribir!
José María: —No
hicimos un balance de cuántas escritoras aparecían en la historia, pero algunas
están presentes todo el tiempo en nuestro imaginario, como las argentinas Liliana
Bodoc, María Negroni o Alejandra Pizarnik, por nombrar un terceto. En cuanto a
la cantidad de nombres, no radicó en una decisión pensada. Nuestra meta fue
reflejar todo aquello vinculado con lectores, escritores, editores,
periodistas, bibliotecarios, etcétera, y los nombres se transformaron en el
quid de la recreación. Y en cuanto a los
amigos... siempre están ahí haciéndonos el aguante.
Carlos Marcos: —Se
supone que si hemos hecho bien nuestro trabajo (el de producir una cierta
cantidad necesaria de ilusión), nuestros personajes habrán cobrado vida y no
habría diferencia entre los nombres reales o ficticios, autores andantes o
inexistentes, lugares conocidos o imaginados. Pienso que el mundo de los muerde
muertos es de una policromía que nos sorprende a nosotros mismos. Incluimos a
un amigo, a un librero, a un autor, y terminamos con una monstruosa arquitectura
de personajes digna de una necrópolis.
Pilar: —¿De verdad
existieron como se nombra en la novela las creencias o los mitos de los “muerde
muertos”? ¿Es Francia ese país de origen? ¿Qué tiene que ver Bretón en todo
esto?
Carlos: —Los croque-morts
existieron realmente, casi como un mito popular o profesión vergonzante,
emparentados con los verdugos y enterradores, profesión transmitida
familiarmente y mantenida entre tinieblas por su mismo carácter. Es más, el
término “croque-morts” subsiste aún en Francia como modo denigrante hacia
quienes trabajan en los cementerios o en las funerarias, del mismo modo que en
el habla hispana se nombra a “chupacirios” a las personas muy religiosas, o “locólogos”
o “loquiátras” a psicólogos y psiquiatras. Los muerde muertos, como nos gusta
traducir salvajemente a nosotros, cumplían con el protocolo pre-médico de
comprobar la efectiva muerte de un sujeto mediante una buena mordida en el dedo
gordo del pie. En la época de las grandes batallas, mucho antes que Francia se
configurara nación, se los utilizaba para diferenciar a vivos y a muertos
mediante el mismo procedimiento.
José María: —André
Bretón no tiene nada que ver con el oficio de los muerde muertos, o, al menos,
eso creemos. Lo trajimos al festín de los croque-morts mediante una cita del
libro El bosque sacrílego, de
Jean-Pierre Duprey, prologado por el propio Bretón. Es uno de los tantos
homenajes a nuestras lecturas.
Pilar: —Los temas de muerde
muertos abarcan lo mejor de esta humanidad en la que participamos, pero también
lo peor de los demás y de nosotros mismos. De este modo, lo fantástico cubre
con un velo la verdadera esencia de estas páginas que rozan al hombre común en
su debate permanente con la vida y la muerte, o lo que es lo mismo, con la
compañía y la soledad, con la inmediatez y la eternidad, con la falta de fe o
la esperanza.
Carlos: —Lo
fantástico, tanto como el horror o lo erótico, son las excusas de laboratorio
en cualquier novela. El arte es un debate constante entre las intuiciones más
primitivas del hombre. La novela actual y nosotros no estamos ajenos a estas preocupaciones.
Quizá se le sume un poco de ironía o humor negro a la contienda, pero la pregunta
siempre sigue siendo la misma: ¿por dónde anda la belleza?
José María: —En
su libro Ideas y creencias, Ortega y
Gasset dice que las creencias constituyen la base de nuestra vida, el terreno
sobre el cual todo acontece, “porque ellas nos ponen delante lo que para
nosotros es la realidad misma. Toda nuestra conducta, incluso la intelectual,
depende de cuál sea el sistema de nuestras creencias auténticas. En ellas
vivimos, nos movemos y somos”. En esta novela, nosotros ponemos en primer lugar
un sistema de creencias populares muy arraigadas en una tradición castellana,
de la cual somos parte, que podemos notar aún viva en España pero también en
muchos pueblos bonaerenses. Un libro clave para construir la arquitectura de Muerde muertos (quién alimenta a quién...) fue
Brujería y otros oficios populares de la
magia, del filólogo Juan Francisco Blanco, quien en la introducción dice en
su investigación buscó “aportar las pruebas necesarias para demostrar que la
brujería y otras especialidades de la magia han tenido y tienen un fuerte
arraigo en Castilla y León”. Nos pareció una hipótesis muy acertada, porque
ello habla de una forma de concebir el mundo por parte de una comunidad.
Pilar: —¿Qué
repercusión ha obtenido ya el libro? He leído críticas muy favorables, y la mía
también lo será. Garantizo que quien tome el libro en sus manos no lo
abandonará. Lo mejor del fantástico, de la literatura de terror y policíaca, de
las cartas epistolares, el erotismo... está reunido en estas páginas.
Carlos: —Muchas
gracias. Nos alegra lo que nos decís. Creo que uno de los mejores halagos que
recibimos es que los “muerde muertos”, estos seres con los que jugamos la
ficción, están a la altura de los monstruos clásicos, y esperamos que así sea.
José María: —Para
la construcción de la novela leímos muchos textos que se hallan en la
Biblioteca del Centro de Salamanca en Buenos Aires, y los textos de Juan
Francisco Blanco fueron definitorios para este trabajo. Por eso, fue muy
importante que el propio Blanco nos recibiera el manuscrito, lo leyera y que
nos confirmara que, para la mirada de un salmantino, la historia era creíble. “He
leído con enorme sorpresa y grandísimo placer esta novela. La implicación de
Salamanca en una trama de asunto prodigioso no puede ser más afortunada” es un
piropo que atesoramos con mucha emoción. Ahora, nuestra ambición es que los
lectores se diviertan con la historia tanto como nosotros lo hicimos a la hora
de escribirla.
Carlos: —Sólo esperamos
que muchos pierdan los deditos gordos del pie mientras avanzan en la lectura
de la historia.
José María: —Y
que como recompensa sientan mucho placer.
Pilar: —Hay momentos
cumbres. Yo no sé cuáles te habrán señalado otros lectores, pero yo apuntaría
unos cuantos sin dar aquí detalles. En realidad, serían muchos. Les diría que
la tensión con la que se llega al pueblo de Ignacio es de las que más he
disfrutado. Y no quiero decir más. Porque ahí hay escenas grandiosas, propias
del realismo mágico, con una gran carga de ironía, de responsabilidad familiar
y hasta social e histórica. Somos quienes somos y no podemos dejar de serlo;
luego está lo que los demás interpretan o creen saber de nosotros. Creo que
esta definición valdría.
Carlos: —Somos
quienes somos y nuestros personajes también. Tenemos ganas que ellos reclamen
su porción de realismo delirante, y que sus peripecias, las que les hemos
inflingido con mucho placer, sean mucho más divertidas para nuestros lectores. Somos
quienes somos, aunque como escritores y lectores juguemos un buen rato a ser
otros.
José María: —Como
dice el dicho: aunque el muerde muertos se vista de seda... muerde muertos
queda.
Pilar: —Soy
argentina, tanto como española, y puedo asegurar que esta obra Muerde muertos (quién alimenta a quién…)
se inscribe en el imaginario argentino y más precisamente bonaerense. En ese
ronroneo propio de los argentinos de darles tantas vueltas a las cosas... En
las historias policíacas de Borges y Bioy Casares, en fin, en la calidad de esa
literatura. Y, sin embargo, está presente España, Salamanca especialmente, con
su tradición, con su mitología y su pasado. Incluso, esta forma más directa de
ser que tenemos los españoles, más de luz y sombra, más de Caín y Abel, como
pensaba Unamuno, como demostró la historia y como se indica en el libro.
Carlos: —Nosotros
somos tanto españoles como argentinos. Nuestro padre, tremebundo salmantino,
mantuvo muy viva siempre la tradición española, conservó muy fresca la
imaginería popular y familiar como lo hace siempre cualquier inmigrante melancólico
de su tierra, con la voluptuosidad de los recuerdos y de las pequeñas
anécdotas. Él tiene habilidad ibérica de aprovechar cualquier descuido para
intercalar algún comentario que haga presente la rememoración. Creo que los
aires de esta novela vienen por ahí, de esa dimensión espectral del recuerdo.
José María: —Domingo
Faustino Sarmiento, docente y prócer argentino, escribió algo así en sus
memorias: que en su lugar de origen (San Juan) se sentía porteño; en la ciudad
de Buenos Aires, provinciano; y en Argentina, extranjero. Cuando leí esa frase
me sentí representado, porque pensé que de esta manera está constituida nuestra
identidad. Y haciendo una traslación a mi experiencia, evalué: en Uribelarrea,
de chico, me sentí porteño; en Buenos Aires, provinciano, y en Argentina,
extranjero. Con el agregado de que cuando visité por primera vez Salamanca, y
habiendo obtenido mi doble nacionalidad (española-argentina), recién comprendí
en España que no era otra cosa que argentino, porque me había criado en un pueblo
bonaerense al compás que recibía una tradición castellana que alimentaba mis
fantasías. Pienso que desde esa identidad tan heterogénea, desde esta mirada, está
narrada esta novela.
Pilar: —Pienso que
existió, además, un esfuerzo para conseguir que la prosa estuviese en un punto
que no resultase demasiado argentina, aunque en el fondo, todo el libro lo es, porque
hasta uno de los personajes principales que está en España, es argentino, y
también su forma de pensar y de estar en el mundo. No sólo pertenecemos a
nuestra época, también a la cultura que nos ha tocado en suerte o que hemos
elegido para quedarnos definitivamente en su regazo. Pero aquí hay dos culturas:
este libro las reúne. Creo, percibo, que ha habido por vuestra parte un
esfuerzo para no caer en demasiados argentinismos o americanismos lo que
permitirá un conjunto de lectores acceder fácilmente a la obra. Por otra parte,
ese conocimiento de España os viene de vuestra ascendencia. ¿Han vivido en
España?
José María: —Si
no hemos caído en demasiados argentinismos o americanismos ha sido
involuntario. Sólo nos propusimos escribir como lo harían dos viejos
argentinos, uno radicado en Buenos Aires y otro en Salamanca, que escriben pasa
ser leídos a través de sus cartas.
Carlos: —En
España sólo estuvimos de paseo. Pero esa habilidad ibérica, que comentaba
antes, ese desprejuiciado gesto de la trasmisión lenta y cotidiana de mi padre,
ha hecho que el carácter, el paisaje, las costumbres tanto como los vicios y
las mañas de una ciudad como Salamanca, nos sean sumamente familiares, tanto
como nuestro país. Hemos aprendido a amar al español que hay en cada argentino,
así como al argentino que hay en cada español, y sus peculiaridades.
José María:
—Nuestro padre viajó desde Salamanca a la Argentina en 1949 cuando tenía 18
años y siempre añoró volver, hasta que se dio cuenta que tenía ocho hijos y
unas nuevas raíces imposibles de transportar. Nuestra infancia está plagada de
familiares españoles (abuelos, tíos, primos), de cartas venidas de España y una
gran cantidad de historias que, a la vez que vivimos y nos criamos en
Argentina, hicieron que fuéramos conociendo España. En Uribelarrea, mi padre
tiene un salón de fiestas que se llama “Salamanca” y está adornado con afiches
de corridas de toros, de la calavera con la rama, de una pintura con el puente
romano sobre el Río Tormes (donde transcurre la historia del Lazarillo) y otros
elementos charros. Esto convive con ponchos gauchos, pinturas criollas y un
montón de elementos propios del folklore argentino, además de un rincón con
instrumentos (batería, guitarra y bajo) que usábamos tanto para tocar música
nativa como rock and roll. Creo que en ese bagaje está cifrada nuestra
identidad.
Pilar: —Pienso, estoy
segura, que es un libro que gustaría mucho aquí en España a los amantes del
género, que son muchos.
José María:
—Ojalá que así sea. Nosotros amamos la literatura en general, pero hay guiños a
los grandes creadores del horror contemporáneo, como Lovecraft, King o Clive
Barker, y también de la novela erótica, con mucho de aquella mítica colección La sonrisa vertical, que dirigía Luis
García Berlanga.
Pilar: —Carlos y José
María, ¿habrá más libros en común?
Carlos: —Aún no
lo sabemos. La primera novela se llamó Recuerdos
parásitos y transcurría completamente en la provincia de Buenos Aires y
parte en la Capital Federal. Con Muerde muertos
nos atrevimos a cruzar el Atlántico, y quién sabe dónde nos puede llevar en el
futuro en la complicidad de hermanos.
José María: —Los
muerde muertos siempre quieren más. ¿Tal vez un viaje interplanetario? ¿Un
viaje a la Luna? ¿Alien vs. los muerde muertos? ¿La conquista de Martes o de Venus?
No lo sabemos aún.
Carlos: —Ehhh...
no sería mala idea. Habría que pensarlo. Pensarlo dos veces, como diría el
viejo Marcos.
Pilar: —Sólo me resta
felicitaros por esta obra en especial y por vuestra labor al frente de la Editorial
Muerde Muertos. Un sueño hecho realidad, que ha dado ya, y continuará dando
excelentes frutos.