Reseña de Ingrávido, de Fernando Figueras (Muerde Muertos, 2010). Escribe: Hércules Poirot para TDM.
Catalogados por su editor como “delirantes”, los siete cuentos que componen Ingrávido, de Fernando Figueras, son como un soplo de aire fresco en la infesta literatura argentina. Leerlos es disfrutarlos; es volver a encontrarse con las historias mágicas que nos atraparon en la juventud; es volver a reírse al compás de las palabras impresas; es volver a encariñarse con un personaje y es volver a tener ganas de seguir leyendo.
Y no se piense que por “fantásticos” los cuentos de Figueras están desconectados de la realidad; por el contrario, abordan cuestiones cotidianas con la frescura de un niño o un loco, y con esa perspectiva original y libre de prejuicios las desnudan descarnadamente. Por ejemplo, cuando se ocupa de un lugar común del romanticismo como es el juramento matrimonial, él escribe:
“Ya he dicho que me casé con Tatiana por amor, pero para nosotros ‘Sí, acepto’ fue una frase asesina, pronunciada con la inocencia del que aprieta un botón que libera un gas letal creyendo que es el timbre de un salón de fiestas.” (p. 104)
O cuando describe a un personaje de esta manera:
“Federico era un músico del montón. Ni tan bueno como para llenar un bar ni tan malo como para llenar un estadio, de modo que nunca llenaba nada, y mucho menos sus bolsillos” (p. 45)
O cuando cuenta que el Intendente:
“[t]enía un ayudante [Franzetti], una especie de asesor creativo. Un tipo neutral. Proponía cosas, pero nunca se jugaba por ninguna. Te mostraba el arco iris pero no prefería ni el verde ni el rojo ni ningún otro color. Un ejemplar moderno, amplio y pluralista.” (p. 49)
¡Cuantos Franzettis que conocemos! ¡Y lo orgullosos que están de serlo! En ese cuento (“Esquinas”) Figueras los disecciona y muestra en su máxima plenitud.
He disfrutado mucho como Figueras toma cosas cotidianas y las pone en una perspectiva nueva y asombrosa. Por ejemplo, las empanadas de queso, que siempre chorrean el queso al cocinarlas (en el cuento “Secreto profesional”). O el problema de los “limpiavidrios” que de prepo lavan los parabrisas de los coches en las esquinas cuando los detiene el semáforo (en el cuento “Esquinas”). Figueras le da a este asunto una vuelta de tuerca que nos hace ver la cuestión como si fuese la primera vez que lo hacemos. ¿Qué pasaría si todo aquel que necesita trabajo se pusiese en una esquina a brindar un servicio “de prepo”?
Y en medio de esa sinfonía literaria tan rica en ocurrencias Figueras nos deleita también con una sagaz mirada crítica sobre algunas características decadentes de nuestra época. Como la corrupción, deshonestidad y cinismo de los políticos (en “Esquinas”), las estultas costumbres de flirteo en las discotecas (en “Una de diez”), o el generalizado vicio del consumismo (en “Imperativas”).
Su estilo es muy ameno y directo. Tan directo que a veces no le hacen falta más que unas pocas palabras para describir un rostro complejo:
“El detective no era feo. Era imposible. Su cara parecía el resultado de un identikit hecho por un ciego.” (p. 20)
El último cuento, “Ingrávido”, que da título a la obra, es IM-PER-DI-BLE. Un genial relato de cómo nuestras obsesiones nos pueden volver ciegos aun frente a realidades que tenemos delante de los ojos.
Celebramos, pues, el acierto de la editora Muerde Muertos por haber sacado a la luz este libro que recomendamos a todos nuestros lectores.