Hablándole por teléfono, Platón le insiste a Sócrates para que entre en razones y entienda que están en otra dimensión y que mejor es seguir el dicho popular de “donde fueres haz lo que vieres”. El maestro sigue reticente: “¿Por qué caminar por la tangente cuando lo correcto es transitar por la diagonal; acaso tiene el mismo valor un gol hecho con la mano que un gol logrado desde un impecable tiro libre desde el medio de la cancha?”. Platón, algo esgunfiado, cambia el tubo de mano: “Querido maestro, no es hora de filosofar, el pobre Diego ya se murió, por ahora creo que es mejor que dejemos esas cosas en el freezer, ya más adelante las debatiremos. Y le aconsejo que pare de ver esos programas pedorros de televisión que viven zarandeando a los muertos.
Aprovechemos que somos personas de riesgo para inscribirnos y ¡darnos la vacuna de una vez!, no jodamos querido troesma, no vaya a ser que el gobierno mundial conspire feo y ¡decreten huelga los laboratorios!... El maestro se rasca la pelada en busca de claridad: “Querido discípulo, ¿vos creés que tu repentina decisión nos llevará realmente a la verdad de la sabiduría y al comportamiento bondadoso en esta sociedad hoy tan controvertida?”. Platón, que está que se come el tubo del teléfono, lento pero firme, se suelta: “¡Dis-cí-pu-lo-las-bo-lai-nas! Te repito por última vez: llamá al 147 y pedí turno, se tarda pero es lo que hay, no pierdas tiempo querido troesma, y tené a mano tu DNI, chau, llamame cuando estés vacunado. Yo ya estoy dándole al 147. ¡Y por favor comprate ya un celular, aunque sea trucho, la pu…”.
El golpe del teléfono con el que Platón corta la charla hiere el tímpano de Sócrates. Éste, displicente, se desentiende de la brusquedad de Platón y bebe otro sorbo del pocillo. Huele el café. ¿Por qué huele sombrío y repugnante?, se pregunta Sócrates. Y de inmediato recuerda al hijo de mala madre de Aristófanes que tanto hizo para que lo condenaran a morir bebiendo la cicuta... Concluye resumiendo: claro, estoy repitiendo la regla de tres simple de Proust, té-medialuna-y vuelta al tiempo perdido. Sócrates se acaricia la barba y entiende que el consejo de su discípulo-amigo es atinado, y debería llevarlo a cabo sin pensarlo más tiempo. Marca el 147. Una voz de amable-disco le agradece y le da varias opciones que lo marean, por lo tanto, corta. Ahora, con lápiz y papel a mano, vuelve a marcar. Le dicen recomendaciones, opciones, otros números que lo vuelven loco. Corta y vuelve a marcar. Escucha atento. Sí, la opción 2 es para consultas de adultos mayores; y como bien le explicó Platón hay que teclear el 1 para la inscripción. Lo hace. Todos nuestros operadores se encuentran ocupados, en instantes serás atendido, le dicen. Pensando que de esto debe sacar alguna conclusión filosófica, el bueno de Sócrates se entretiene durante un largo rato marcando y cortando; cortando y volviendo a marcar soñando con agarrar la sortija de la calesita. Pero no logra el objetivo. Se empeña porque como buen ciudadano debe cumplir con la ley. 147. Disco grabado. 147. Todos nuestros operadores se encuentran ocupados. Corta. 147.
Sócrates se impacienta porque aunque se puede esgrimir la excusa de la mala comunicación para evitar sanciones, él siempre ha respetado la ley, y porque ahora esté en una nueva dimensión, eso no quiere decir que pueda aprovechar esa excusa como ventaja para evitar el cumplimiento de su obligación de ciudadano. Así fue como bebió la cicuta, acatando la ley que lo había condenado, y negándose a las escapatorias que sus amigos le habían organizado. Debo acatar la decisión de las autoridades, sí-sí, a pesar de la duda de mi buen amigo el poeta Ricardo Morelli que ve al poder judicial como iglesia abandonada, sí-sí, yo debo acatar las decisiones de las autoridades para así explicarme en democracia. 147. Todos nuestros ope… Corta. 147. ¿Quién habla?, le pregunta una voz femenina... Sócrates se queda más turulato que tallarín azucarado. ¿Hola?... ¡Sí-sí!, soy yo, no corte por favor, hace dos horas que estoy aporreando el 147. Ella vuelve a preguntarle: ¿Qué quiere?... ¡¡¡Vacunarme!!! Me llamo Sócrates y quiero vacunarme porque soy una persona de riesgo. Ella lo lamenta: Va a tener que volver a llamar más tarde porque ahora se nos ha caído el sistema. ¡¡¡Nooo!!!... A un paso del patatús, Sócrates usa todo su arsenal de seducción: ¿cuál es su nombre?... Fernanda… Ah, querida Fernanda, usted es la iluminada de Dios… Y le ruega que comprenda que está hablando con una persona mayor, que ya se le gastó el dedo de tanto teclear, que lo correcto sería que tomaran su mail o teléfono y ella lo llamara cuando a la página caída se le ocurra levantarse. Ella vuelve al lamento y entonces él saca chapa diciendo que es un filósofo amigo del Papa-argentino y más y más, sea gentil y páseme con una autoridad, y más y más… Y por fin agotada, le dice la mujer: espere. Silencio. Nueva voz. Hola, habla Sofía. ¡Sofía, usted es la iluminada de Dios! y Sócrates vuelve a extender los argumentos con un dejo de voz algo agitado para que Sofía se conmueva ante la posibilidad de tener que estar dialogando con un jubilado ya en terapia intensiva… Ella lo calma y le dice que está bien. Cuando Sócrates escucha “está bien” se baja del escritorio y se sienta como un alumno obediente y le da su número de DNI, su mail y teléfono. Sofía le promete que lo llamará: y él, en agradecimiento, jura mandarle sus obras completas con un impresionante prólogo del ex presidente Menem. Ella corta y él se queda hipnotizado mirando el tubo, cuelga al rato. ¿Será verdad? ¿Me llamarán? ¿Estaré soñando un sueño?
Sócrates prende el televisor y se entretiene con los chimentos, los concursos de preguntas sin respuestas, los cocineros y los que quieren linchar a un violador. Pasan las horas y piensa seriamente que no estaría mal el consejo de Darío Lavia para que escriba, de verdad, su impresión sobre el país; quizás el libro sea un best-seller, a Darío no le va mal con “El Árbol Sangriento”… A minutos de las 12 de la noche, suena el teléfono. Temblando pero firme, Sócrates descuelga: ¿Sí?... Sí, soy yo; sí, estoy anotando, viernes a las 13 horas, sí, claro, mi número clave, ajá, 144796, ¿también me avisarán por mail?, bien, gracias, sí-sí, todo muy bien, gracias…Cortan. Sócrates se desparrama en el sofá y piensa que la virtud se identifica con la sabiduría en cuanto es capacidad de autodominio, no momentánea u ocasional sino metódica y constante, hábito unitario del espíritu que se conquista sólo mediante el esfuerzo perseverante y continuo de la inteligencia y de la voluntad, unidas en un nexo recíproco e inseparable… Habiendo quedado conforme con lo pensado, decide que es una espléndida ocasión para descorchar un buen Malbec... Pero ¿Y si lo que me inyectan es una new-cicuta?
El golpe del teléfono con el que Platón corta la charla hiere el tímpano de Sócrates. Éste, displicente, se desentiende de la brusquedad de Platón y bebe otro sorbo del pocillo. Huele el café. ¿Por qué huele sombrío y repugnante?, se pregunta Sócrates. Y de inmediato recuerda al hijo de mala madre de Aristófanes que tanto hizo para que lo condenaran a morir bebiendo la cicuta... Concluye resumiendo: claro, estoy repitiendo la regla de tres simple de Proust, té-medialuna-y vuelta al tiempo perdido. Sócrates se acaricia la barba y entiende que el consejo de su discípulo-amigo es atinado, y debería llevarlo a cabo sin pensarlo más tiempo. Marca el 147. Una voz de amable-disco le agradece y le da varias opciones que lo marean, por lo tanto, corta. Ahora, con lápiz y papel a mano, vuelve a marcar. Le dicen recomendaciones, opciones, otros números que lo vuelven loco. Corta y vuelve a marcar. Escucha atento. Sí, la opción 2 es para consultas de adultos mayores; y como bien le explicó Platón hay que teclear el 1 para la inscripción. Lo hace. Todos nuestros operadores se encuentran ocupados, en instantes serás atendido, le dicen. Pensando que de esto debe sacar alguna conclusión filosófica, el bueno de Sócrates se entretiene durante un largo rato marcando y cortando; cortando y volviendo a marcar soñando con agarrar la sortija de la calesita. Pero no logra el objetivo. Se empeña porque como buen ciudadano debe cumplir con la ley. 147. Disco grabado. 147. Todos nuestros operadores se encuentran ocupados. Corta. 147.
Sócrates se impacienta porque aunque se puede esgrimir la excusa de la mala comunicación para evitar sanciones, él siempre ha respetado la ley, y porque ahora esté en una nueva dimensión, eso no quiere decir que pueda aprovechar esa excusa como ventaja para evitar el cumplimiento de su obligación de ciudadano. Así fue como bebió la cicuta, acatando la ley que lo había condenado, y negándose a las escapatorias que sus amigos le habían organizado. Debo acatar la decisión de las autoridades, sí-sí, a pesar de la duda de mi buen amigo el poeta Ricardo Morelli que ve al poder judicial como iglesia abandonada, sí-sí, yo debo acatar las decisiones de las autoridades para así explicarme en democracia. 147. Todos nuestros ope… Corta. 147. ¿Quién habla?, le pregunta una voz femenina... Sócrates se queda más turulato que tallarín azucarado. ¿Hola?... ¡Sí-sí!, soy yo, no corte por favor, hace dos horas que estoy aporreando el 147. Ella vuelve a preguntarle: ¿Qué quiere?... ¡¡¡Vacunarme!!! Me llamo Sócrates y quiero vacunarme porque soy una persona de riesgo. Ella lo lamenta: Va a tener que volver a llamar más tarde porque ahora se nos ha caído el sistema. ¡¡¡Nooo!!!... A un paso del patatús, Sócrates usa todo su arsenal de seducción: ¿cuál es su nombre?... Fernanda… Ah, querida Fernanda, usted es la iluminada de Dios… Y le ruega que comprenda que está hablando con una persona mayor, que ya se le gastó el dedo de tanto teclear, que lo correcto sería que tomaran su mail o teléfono y ella lo llamara cuando a la página caída se le ocurra levantarse. Ella vuelve al lamento y entonces él saca chapa diciendo que es un filósofo amigo del Papa-argentino y más y más, sea gentil y páseme con una autoridad, y más y más… Y por fin agotada, le dice la mujer: espere. Silencio. Nueva voz. Hola, habla Sofía. ¡Sofía, usted es la iluminada de Dios! y Sócrates vuelve a extender los argumentos con un dejo de voz algo agitado para que Sofía se conmueva ante la posibilidad de tener que estar dialogando con un jubilado ya en terapia intensiva… Ella lo calma y le dice que está bien. Cuando Sócrates escucha “está bien” se baja del escritorio y se sienta como un alumno obediente y le da su número de DNI, su mail y teléfono. Sofía le promete que lo llamará: y él, en agradecimiento, jura mandarle sus obras completas con un impresionante prólogo del ex presidente Menem. Ella corta y él se queda hipnotizado mirando el tubo, cuelga al rato. ¿Será verdad? ¿Me llamarán? ¿Estaré soñando un sueño?
Sócrates prende el televisor y se entretiene con los chimentos, los concursos de preguntas sin respuestas, los cocineros y los que quieren linchar a un violador. Pasan las horas y piensa seriamente que no estaría mal el consejo de Darío Lavia para que escriba, de verdad, su impresión sobre el país; quizás el libro sea un best-seller, a Darío no le va mal con “El Árbol Sangriento”… A minutos de las 12 de la noche, suena el teléfono. Temblando pero firme, Sócrates descuelga: ¿Sí?... Sí, soy yo; sí, estoy anotando, viernes a las 13 horas, sí, claro, mi número clave, ajá, 144796, ¿también me avisarán por mail?, bien, gracias, sí-sí, todo muy bien, gracias…Cortan. Sócrates se desparrama en el sofá y piensa que la virtud se identifica con la sabiduría en cuanto es capacidad de autodominio, no momentánea u ocasional sino metódica y constante, hábito unitario del espíritu que se conquista sólo mediante el esfuerzo perseverante y continuo de la inteligencia y de la voluntad, unidas en un nexo recíproco e inseparable… Habiendo quedado conforme con lo pensado, decide que es una espléndida ocasión para descorchar un buen Malbec... Pero ¿Y si lo que me inyectan es una new-cicuta?