Por Enrique Medina, Página/12, 7 de julio de 2017
Con la cabellera alborotada y los anteojos bailándole en la nariz, Giovanni Papini bufa como una fiera y reza como el diablo. ¡Figlio di puttana! ¡Non mi rompere i coglioni! ¡Internet vai a forti dare nel culo! ¡Pezzo di merda! ¡Ciucciacazzi! Y se golpea el pecho como los gorilas queriendo tranquilizar su contextura meridional y entripada para evitar un infarto repentino. No halla el modo de poder ingresar en Visa Home. Mil veces pone el número del DNI, mil veces pone la clave y mil veces la fría pantalla, quieta, le saca la lengua sin responderle a los mil clic con que le da al enter como si martillara un clavo retobado. Se toma un vaso de agua para calmar la agitación. Cuando siente que recupera el estado de normalidad, se pone el saco y sale. Llega al banco Itaú como si fuera a cobrar una reparación histórica privilegiada, pero es recibido por la empleada como el más triste y miserable de los jubilados. Se da cuenta de que si quiere ser atendido como gente le conviene sacar chapa. Así que se presenta sin rubor diciendo que es el más grande escritor del siglo XX y que carga en sus espaldas varias centenas de obras memorables muchas de las cuales han iluminado al franchute Céline para que luego escribiera su famoso Viaje al Pozo Ciego o algo así y el mismo Borges me comparó con Prometeo afirmando que hay estilos que no permiten al autor hablar en voz baja y que Papini o sea yo soy sonoro y enfático y mi Historia de Cristo y Gog y Dante Vivo y El Diablo son obras maestras y también Borges confesó que su cuento “El otro” está inspirado en mi “Dos imágenes en un estanque”. Toma aire porque al exaltarse de un tirón sin puntos ni comas una fuerte puntada en el hígado lo ha suspendido misteriosamente del aire como a una araña sin tela. Impactada y con los ojos muy abiertos, la empleada le pide que se calme y tome asiento. Viendo que ella ha cambiado de actitud, Papini, dejando de ser enfático y sonoro detalla minuciosamente los fracasos de comunicación con “Visa Gold”. Explica que él reconoce que está en la cuarta edad pero que no es ningún peloduro y debido a que en los primeros intentos la voz grabada con la que se malentendía le pedía que presionara tal tecla que luego la otra y que de entrada el DNI que todos lo sabemos de memoria pero no creo que nadie se acuerde los dieciséis números de la tarjeta y como no me daba tiempo a leer bien porque últimamente mis anteojos han perdido profundidad de campo y por ello me retardaba en leer los números y luego de chingarla en el teclado del teléfono y al tardarme volvía a repetir la voz grabada que si iba a viajar presionara el 1, el 2 para comprar, el 3 no recuerdo para qué cuernos y así empecé de nuevo pero ayudado por grandes papeles con los números en grande para ser rápido sin equivocarme pero reconozco que no he logrado más que furibundos dolores en las sienes igualito a las ovejas cuando las faenan atravesándole una aguja de coser de oreja a oreja, por todo esto es que le pido de rodillas, le ruego como verdadero creyente que soy me ayude en esta instancia de miércoles porque dentro de pocos días debo viajar a mi bella Italia para convertirme en miembro de la Real Academia de Italia, y presidente del Centro de Estudios Nacionales sobre el Renacimiento. La empleada ahora abre la boca aumentando el asombro. Papini se da cuenta de que si la sopla, la mina sale volando. Entonces, decidido a ganársela entera, desdobla una hoja y la pone delante de la cara de ella. Es la carta del Papa Francisco rogándome que escriba su biografía urgente para publicarla ya-ya, y convertir el libro en best-seller universal y así estabilizar su trono bastante jaqueado por fracciones de “Illuminatis” revoltosos. O sea, se lo estoy diciendo, el Papa Francisco depende de mí, ¿entiende lo que le digo?... La mujer como no tiene más que abrir, cierra todo y revuelve papeles buscando números, claves, algo que pueda solucionar el problema de Papini, que guarda la carta y se acomoda en paz dejando que ella actúe sin presiones. La empleada da con un número especial y se le resplandece el redondo rostro lunar. Con grata sonrisa le da un número anotado en un papelito. Nosotros desde acá, desde el banco, no tenemos la opción de comunicarnos. En este número lo atenderán, le dice, luego de que le pidan el número de su tarjeta usted presione la opción 4 y será feliz. Papini, como de ateo se ha convertido al catolicismo, se la cree; y agarra el papelito con la misma unción que le concede a la ostia. Le besa la mano a la empleada, ya recompuesta, sin nada abierto y contenta de sacarse de encima semejante monstruo. Papini llega a su casa y sin quitarse el saco despliega los papeles que lo ayudarán y marca el número salvador. Sí, el teléfono suena, bien, la voz grabada vuelve a darle las gracias por llamar y le pide el número del DNI, de la tarjeta, los tres dígitos de atrás, presione tal número para esto, otro para lo otro y el 4 para… Papini le da al 4 con tanta fuerza que el teléfono salta del escritorio, por suerte queda colgando del cable. El genial escritor lo coloca en su sitio y escucha la voz grabada repitiendo la cantinela que harta a los clientes del redondo universo. Pero algo falla y Papini escucha una voz, ¡UNA VOZ HUMANA! No lo puede creer, no es un robot. Y parece que la cosa puede funcionar porque aunque la voz de la mujer-maravilla le pregunta cosas ya escuchadas ¡HAY DIALOGO! Papini se entusiasma hasta que se queda mudo porque no puede indicar una compra que haya hecho en un pago y se queda pensando en el supermercado, en que en realidad para el supermercado usa la otra tarjeta, entonces dice el supermercado, dudando, justo cuando la voz humana le está diciendo que no puede restaurarle la clave porque la respuesta no es correcta y él se queda escuchando el sepulcral silencio con el tubo en la oreja. Como es inteligente y de verdad uno de los grandes escritores del siglo XX, sabe que debe calmarse y empezar de nuevo pidiendo la bendición de Dios. Agarra el papelito y marca 4, 3, 7, y cuando lee el siguiente número se acuerda de la lotería y Riverito cantando el ¡ooochooo! y revienta el tubo contra la pared. ¡Sfigato! ¡Sei un rompiculo, io sono smerdato! ¡Dio porco! ¡Vaffanculo, faccia di stronzo!, y tira el aparato por la ventana pensando que con esta suerte-puta es lógico que en su vida anterior tuviera que morir en el Convento Franciscano de Verna, ciego, mudo y paralítico.