Reseña de Hay que matarlos a todos (Muerde Muertos, 2017), por Ignacio Román González para la revista Lembra, miércoles 5 de julio de 2017
En tiempos de culto al “cara libro”, donde el mercado editorial parece estar más enfocado en producir autores que vendan antes que buena literatura; donde se escuchan preceptos que determinan la cantidad conveniente de prosa que un escritor tiene que publicar al año para “no quedar fuera de escena” —como si sobraran lectores, o como si los tiempos de la literatura se tuvieran que ajustar a los tiempos televisivos—; y que la industria del marketing pretende que se respeten tendencias y modas con olor a outlet o saldo; en ese panorama actual, Pablo Tolosa nos ofrece un espejo en cuyo reflejo cuesta mucho trabajo reconocerse.
Hay que matarlos a todos (Editorial Muerde Muertos. 2017) es la primera novela del autor. Aparece siete años después de la antología de cuentos Malditos Animales —publicada como obra ganadora de una convocatoria realizada por el Fondo Editorial Rionegrino con jurado de prestigio internacional—, y es gracias al valor de la narrativa allí contenida que llega a los hermanos Marcos.
Poco hizo Pablo para publicar. Me consta. Lo necesario: escribir. Solo eso le bastó para constituirse en un referente del género fantástico.
La novela retrata la vida en un pueblo perdido en la Patagonia, luego de que se estableciera allí una clínica de cirugías estéticas. Un desperfecto en la máquina que remodela rostros genera malformados en serie, otorgándoles a sus clientes una nueva identidad: la de deshechos. Éstos rivalizan con los lugareños, unos gusanos antropomorfos llegados del espacio a la mejor manera de Alien, que buscan, poco a poco, coparlo todo. Surge un líder: el dueño de la máquina. Hay un edén: un jardín de piedras que crecen y saltan.
La novela tiene un aire tóxico de desborde mental de principio a fin. Y la falta de lugares comunes en la historia hace compleja la tarea de clasificarla. ¿Es ciencia ficción? Si. ¿Terror? Bueno, también. ¿Gore? Por momentos. ¿Western? Definitivamente. ¿Novela negra? Totalmente. Y cualquiera que tenga en sí el arte de clasificar inclasificables podría seguir la lista ad infinitum.
Tolosa nos deslumbra con una obra sin parangón, publicada en un contexto histórico donde pareciera imposible reconocerse en la diferencia. Donde se esgrimen aquí y allá estandartes que anuncian la aniquilación del otro, la imposibilidad de la convivencia. Sospecho que, a su forma, Tolosa ha buscado confrontar los ideales de la época. Cuando falla el diálogo emerge el primitivismo. En una anti pose total, nos arroja en la cara carne cruda para que nos empachemos en un festín ritual. Y nosotros, ávidos de literatura, nos expondremos gustosos a devorarlo.