EL VIEJO ESPANTO NUEVO. Las producciones
literarias actuales, impulsadas por cierto sentimiento de época, encuentran
posibilidades narrativas inesperadas en un género poco cultivado entre los
escritores locales.
Terror Argentino. Imagen: Joaquín Temes. |
“Sospecho que no
interesa como género —dice Nicolás Correa, autor de Súcubo e Incubo, dos
novelas publicadas por Wu Wei que integran la trilogía La trinidad de la
antigua serpiente, que fusiona el satanismo con anécdotas de presos y punteros
políticos del Conurbano—. Las aproximaciones que pude leer son más bien
tímidas y aburridas. De repente, Mariana Enriquez tiene momentos donde adscribe
al género de una manera magistral, lo mismo que Juan José Burzi, pero realmente
pasan otras cosas en esas propuestas. Hay otros elementos que nada tienen que
ver con el género. Sospecho que los clásicos del terror argentino no se han
escrito, o se están escribiendo en este momento. Hay una gran inocencia a la
hora de retomar los modelos del género, es decir, no se piensa más que en
reproducirlos. Lo más importante del género se está escribiendo ahora”.
Terror criollo.
Mariana Enriquez, además de difusora del género con sus crónicas literarias y
cinematográficas, es una de las pocas autoras, junto con Correa y Elvio
Gandolfo, que adscribe al terror sin reticencias. La autora de Los peligros de
fumar en la cama, Bajar es lo peor y el libro sobre sus visitas a cementerios
Alguien camina sobre tu tumba coincide con Correa cuando apunta que por el
momento sólo se producen textos aislados en el circuito editorial convencional.
“Está Muerde Muertos, el sello de los hermanos Marcos; está Patricio Chaija, Diego
Arandojo y después escritores que incursionan con algunos relatos o incluso
novelas, de Burzi a Gandolfo o Gustavo Nielsen, pero yo no los consideraría de
terror solamente. Como no me considero a mí misma una escritora exclusiva de
terror —advierte—, aunque no tengo prejuicio alguno con que se me llame así.
Mis escritores favoritos hacen terror y gótico. Yo lo acriollo pero solamente
porque no me queda otra: desde Stephen King, Straub, Patrick McGrath, Shirley
Jackson, el terror ya no es un género codificado y se adapta a las realidades o
estados mentales de los autores, en cualquier latitud o neurosis. Es muy
maleable, porque apenas necesita el miedo como elemento; las temáticas
sobrenaturales o el gore dependen del autor”. Autores como Esteban Castromán (Brujería), Leonardo Oyola (Santería) y Samanta Schweblin (Distancia de rescate), entre otros,
utilizan con diferentes fines recursos del terror en sus ficciones.
Las esferas invisibles, el libro de Diego Muzzio publicado por
Entropía hace pocos meses, causó sorpresa por el cuidado equilibrio entre una
escritura tersa y unas historias bien logradas, todas ellas ambientadas en
Buenos Aires durante la epidemia de fiebre amarilla en el siglo XIX. Las
tres nouvelles de Las esferas invisibles poseen un crescendo que el autor logra
por el manejo de fuerzas oscuras, apenas insinuadas en los acontecimientos (sin
contar la conciencia perturbada de los protagonistas). “No me considero un
escritor abocado al género de terror. También escribo poesía y libros para chicos,
y mis libros para adultos no se centran exclusivamente en el género. Pero sí es
verdad que el tema siempre me interesó y que he leído con mucho placer
literatura de terror y gótica. De hecho, unas de mis primeras lecturas fueron
los cuentos de Poe y Lovecraft. Pero resulta difícil encontrar buena literatura
de terror; quiero decir, escritores más interesados en sugerir que en mostrar
lo que normalmente se considera algo terrorífico. En Las esferas invisibles
está presente el temor al demonio, a los fantasmas y a la muerte, pero también
el miedo a la inmortalidad. Esos son los temores que se desarrollan en cada una
de las nouvelles que componen el libro. Son temas clásicos dentro del género”.
Una literatura
aterradora. Ana María Shua acaba de publicar en el sello español Páginas de
Espuma su libro Temporada de fantasmas,
un conjunto de microrrelatos protagonizados por seres similares a “medusas de
sentido”, entre los que se cuelan el miedo, el horror y el humor. Shua ha
escrito varias obras de terror para niños, entre ellas best-sellers como El
show de los muertos vivos y La fábrica del terror. “El terror como género, hoy,
en la Argentina ,
interesa sobre todo a los chicos —dice—. Mis cuentos de terror para chicos
juegan con historias y seres sobrenaturales tomados de los más diversos
pueblos. Algunos son adaptaciones, otros son de mi propia invención, pero todos
se apoyan en creencias preexistentes, es decir, parten de un trabajo de
investigación. Como género, el cuento de terror es limitado. La literatura
aterradora, en cambio, no tiene límites. Muchos encuentran terroríficos algunos
de mis cuentos o de mis microrrelatos, pero creo que desbordan los límites del
género. ¡Al menos, eso espero!”.
Uno de los pocos
sellos locales que publican literatura de terror es Muerde Muertos, de los
hermanos Carlos y José María Marcos. La editorial nació con el objetivo de
difundir a autores que se dedican al terror, el erotismo, lo fantástico y obras
afines. Esa mirada ambivalente confluye en el nombre de la editorial: “Muerde”
(por lo erótico) y “Muertos” (por el terror), en una manera de renombrar las
relaciones que se dan entre el miedo y el deseo, entre la vida y la muerte,
entre las luces y las sombras. “Junto con mi hermano Carlos, escribimos una
novela que se llama Muerde muertos (de 2012), con la que buscábamos poner en
escena esta visión —comenta José María Marcos—. Nuestra idea no sólo es
promover a los autores que editamos, sino también reivindicar a escritores que
tengan una mirada afín y convocarlos a compartir actividades. En otras
palabras, la editorial nació para editar libros y para generar un espacio desde
donde promover el valor de esta narrativa, que podría resumirse en dos
cuestiones, aun cuando haya más: las buenas obras de horror generan lectores y,
además, el género brinda una libertad creativa para revisar lo convencional, lo
establecido, los tabúes, y se transforma en un campo propicio para volver a
pensar la realidad”. Consultados por su experiencia en un fenómeno creciente,
comentan: “Participamos en muchas ferias (Buenos Aires, Viedma, Virrey del
Pino, Chaco, Mar del Plata, etcétera) y festivales (Azabache, BAN!, Córdoba
Mata, Feria del Libro Heavy, Buenos Aires Rojo Sangre), donde hemos ido
descubriendo el interés por lo que nos apasiona. Igualmente, es justo decir que
en la literatura argentina existe una larga tradición en este campo y, de
hecho, la mayoría de nuestros grandes autores incursionaron en el género. Quizá
la diferencia notoria es que hoy existe una recuperación del terror como otra
posibilidad de leer la realidad, de construir fantasías que expliquen y traten
de denominar a esos fantasmas, a esos hilos irracionales que, escondidos detrás
de la razón, condicionan las relaciones humanas. Muchos lectores y escritores
están descubriendo un campo que antes ni siquiera consideraban. Hasta no hace
tanto, y eso lo reconocen muchos que provienen de tradiciones más
conservadoras, Stephen King era leído a escondidas”. Entre los autores
publicados por Muerde Muertos, en antologías y obras, figuran Enriquez, Gustavo
Nielsen, Walter Iannelli (fallecido en 2014) o Alberto Ramponelli. Este último
posee una trilogía gótica compuesta por las novelas El último fuego, Viene con
la noche y Apuntes para una biografía, que merece un lugar destacado en la literatura
contemporánea. También publicaron textos de Alejandra Zina, Patricio Chaija
(compilador de Osario común. Summa de fantasía y horror, de 2013), Lucas
Berruezo (Los hombres malos usan sombrero, de 2015), Marisa Vicentini (autora
de El fantasma del rosario, 2014), Jorge Baradit, Sebastián Chilano, Fabio
Ferreras, Pablo Schuff, Pablo Tolosa, Claudia Cortalezzi, Ignacio Román
González, Gerardo Quiroga, Ricardo Giorno, César Cruz Ortega, Emiliano Vuela,
Fernando Figueras, Pablo Gaiano, Pablo Martínez Burkett y Marcelo Guerrieri.
Otros indicios de esa pasión son varias actividades
extraliterarias, como la participación de escritores y lectores en las dos
primeras ediciones del Encuentro Internacional de Literatura Fantástica,
organizado por la
Biblioteca Nacional y la UBA , o el festival de cine Buenos Aires Rojo
Sangre (BARS), que abrió un ciclo de charlas sobre literatura, e incluso la Jornada sobre Zombis y
Fantasmas en la
Literatura Argentina organizada por el Proyecto Ubacyt
“Figuraciones del miedo: cuerpos y fantasmas de la literatura argentina”, que
dirigen Pablo Ansolabehere y Sandra Gasparini. A ellas se suma la circulación
de revistas y fanzines como Quinta
Dimensión y Cinefanía Macabra,
que acercan ensayos, reseñas y ficciones nacionales y extranjeras.
Historia del miedo.
Pablo Ansolabehere, en un estudio ya clásico de 2012 (Formas del terror en la
literatura argentina), distinguió tres momentos en el desarrollo de la
literatura de terror nacional. Uno, a mediados del siglo XIX, dominado por
la figura de Rosas, fue simultáneo al apogeo de escritores notables del
hemisferio norte como Mary Shelley, ETA Hoffmann y Edgar Allan Poe. En esos
años en la Argentina ,
afirma Ansolabehere, “el relato de terror sólo aflora a través de algunos de
sus rasgos, formando parte de otro tipo de géneros, donde el eje es la
política, ya sea un ensayo biográfico (Facundo), una novela (Amalia), un cuento
(El matadero). Pero si hay que buscar en el Río de la Plata un género donde la
tradición gótica está presente de manera más directa, ese género es la poesía,
como puede verificarse en Avellaneda (1849), de Echeverría, o en una parte
considerable de la obra poética de José Rivera Indarte, el autor de Tablas de
sangre”. El segundo momento corresponde a las dos últimas décadas del siglo
XIX, período de consolidación del Estado nacional y de creciente presencia de
la cultura científica. En las ficciones de Holmberg o en las crónicas de
viajeros y expedicionarios durante la conquista del desierto (entre ellos,
Alfred Ebelot, Lucio Mansilla, Ramón Lista) colisionan espiritualismo,
tecnología y materialismo. “Aparecidos, muertes inexplicables, sombras de
indios, ánimas del desierto, desertores fantasmatizados, presagios de los
soldados, temor a lo desconocido y al abismo del paisaje en el que se
internaban las expediciones militares compilan un anecdotario del terror que la
narrativa captura y muestra en sus costados más crudos y al mismo tiempo trata
de racionalizar a través del disciplinamiento y la profesionalización de las milicias”,
señala el autor. Esa línea narrativa aparecerá parodiada años después en obras
de César Aira y Sergio Bizzio (que le añade extraterrestres). El tercer momento
se vincula con la última dictadura militar argentina (1976-1983). “De las
múltiples posibilidades de abordar el terror en relación con la dictadura, nos
interesa la indagación de los vínculos entre distintos géneros y formas de
representación del terror de Estado”, señalan los autores y citan textos de
Martín Kohan y Luis Gusmán. Para seguir de manera improvisada una historia del
género local, si se añade un cuarto momento coronado por las obras de Alberto
Laiseca y Charlie Feiling, se podría arriesgar que el quinto momento del género
de terror en la Argentina ,
el actual, consiste en una apropiación del formato como tal, sin sesgos
políticos o sociales que lo determinen o justifiquen y nutrido por una
tradición apuntalada por relecturas, series televisivas, películas y otros
consumos culturales. Liberado de restricciones y de la cadena de préstamos
entre un género minoritario y otros consagrados, el terror local promete más y
mejores sustos.
Suplemento Cultura de Perfil. Domingo 16 de agosto de 2015. |
Páginas 6 y 7 del Suplemento Cultura de Perfil. |
Página 8 del Suplemento Cultura de Perfil. |