Reseña de Muerde
muertos (quién
alimenta a quién...), de Carlos y José María Marcos (Muerde Muertos , 2012),
por Patricio Chaija para Los Asesinos Tímidos (*)
Amo los libros. Me encanta mirarlos. Tocarlos. No pasa un
día sin que huela sus lomos, oiga el chicoteo de sus páginas. Sí: son mi
fetiche. Contemplar mi biblioteca, o una ajena, puede llevarme horas. Sólo
estar de pie frente a un conjunto de libros me transporta a otro lugar, y me
quedo extasiado, imaginando qué historias cuentan. Qué lugares me están
esperando. Y qué voces nuevas me van a embriagar. A mis conocidos les he dicho
la afirmación que, si pudiera alimentarme de libros, sería feliz. Hasta
aventuré (en tono de broma) que hacerle el amor a un libro sería la completud
misma.
Estas disquisiciones tienen mucho que ver con la novela de
la que hablaré. Porque es una novela que refiere a la búsqueda de un libro, El tratado teórico del oficio de muerde muertos , y a
los avatares que sus protagonistas, en Salamanca y Buenos Aires, sufren bajo el
influjo del incunable. Con la excusa de emprender la búsqueda del texto de un
antepasado, Blaise Orbañeja, en Buenos Aires, emprende correspondencia con
Jesús Figueras Irigoyen, en España. El radicado en Salamanca le refiere a quien
reside en Buenos Aires que él investigará acerca del libro solicitado, pero que
a su vez exige saber qué ocurrió con su hermano Ignacio, desaparecido hace
varios años. Ambos personajes, que se convierten en contendientes pero
necesitados el uno del otro, van tejiendo así la historia.
Los hermanos Marcos creen en otros mundos, y en las
aventuras que éstos deparan. Y se lanzan a la escritura de una difícil novela, que subyuga al
lector y lo lleva de la mano a
un lóbrego laberinto. La
trama se imbrica una y otra vez mientras nos adentramos con
paso confiado en el complejo edificio pergeñado por los autores. La historia,
con ribetes de policial, va acelerando su dinámica a medida que avanzan las
páginas. El universo planteado, en donde un hombre desea saber qué ocurrió con
su hermano y un viejo bibliómano necesita el hipotético libro, es convincente,
ya que los personajes no son nada lineales, tienen una carnadura notable, y
permiten imaginar escenarios que quedarán en el recuerdo del lector por mucho
tiempo. El ambiente, por momentos asfixiante, de la trama, se profundiza cuando
seguimos una línea planteada por el narrador y descubrimos que la
plurisignificancia es
análoga a la cantidad de puertas que debemos escoger para
encontrar una salida a la
trampa. Pero los Marcos se encargan de frustrar amablemente nuestras
expectativas. Blaise Orbañeja se acercará más y más a su libro, mientras el
señor Figueras Irigoyen encontrará algunas respuestas...
Aparentemente anacrónico, el motivo de narrar con cartas en
la era de la comunicación digital, instantánea y audiovisual, no es un detalle
más, sino que contribuye a la
forma precisa que la narración exige.
La mesa está servida. O la cama, porque la lectura se vuelve una
gran orgía entre las paredes del laberinto, un encuentro añorado y prohibido,
en donde el placer y la
lujuria se concentran en un amor desmedido por los libros, la
literatura, la amistad; en fin, las cosas importantes en la vida.
Es adecuado decir que no se puede huir del laberinto. Una
vez que entrás, los muerde
muertos no saldrán de tu cabeza, nunca más.
(*) Edición Nº 128 (Julio
de 2013)