Por Sebastián Abdala | Maculaturas | 14 de febrero de 2018
Me pasa muchas madrugadas, mientras rebusco apuntes y tomo notas para entrevistar a alguien, que suelo preguntarme cuál es el objetivo final de las preguntas. Me inquiero, con profundidad, mientras las horas me pasan de largo haciendo de la noche una confidente, qué rescatarán las personas que entren a leer “otro-blog-de-literatura”, qué se quedará en sus vidas. Luego recibo las respuestas de alguien como Alejandra Tenaglia y sonrío satisfecho, sabiendo que vale la pena ser independiente y estar envuelto en brumas, algunos al final, otros en el comienzo de la noche en sí. Próxima a salir a la luz su primera novela Viaje al principio de la noche, la experimentada editora y escritora regala a Maculaturas una soberana dosis de su compromiso literario, narrativo y creativo. Conversamos de actualidad, procesos de creatividad y conceptos relacionados con ser y con escribir que, como diría alguien por ahí, “no es lo mismo, pero es igual”. Desde Sevilla, miles de gracias por darnos un rato antes de la muy próxima salida en Argentina de una novela que, prometen los que saben, va a situarse entre esos libros que debemos leer. Buen viaje por estas noches que nos acompañan.
—Hablanos un poco de qué va tu ópera prima Viaje al principio de la noche.
—Viaje al principio de la noche narra el regreso de una profesora de Historia, Victoria Tell, a su pueblo natal, debido a que su madre está algo enferma. Ese regreso implicará un verdadero viaje a su pasado. Como capas de cebolla, irán cayendo los recuerdos que permiten entender un poco a este personaje, a su versión actual que es la que el lector tendrá al alcance de su vista, pudiendo ver todo: sus fortalezas, sus debilidades, sus imposibilidades, sus heridas, sus intentos por sanar, es decir, esa trama íntima que todos desarrollamos, en esta epopeya personal que implica el vivir y el intentar ser feliz. De todo eso, y de una utilización de la palabra como herramienta de lucha diaria, es de lo que va esta novela. Hay también un final inesperado, un latido que implosiona y vuelve nítido lo borroso, dejando al lector, creo, ante cuestionamientos de todo tipo...
—Imagino que por el título, alguna arista de Celine se tocará, ¿verdad?
—La novela está dividida en cinco partes, una de ellas abre con una frase de Cèline: “Quizás en nosotros y en la tierra y en el cielo, sólo es terrible lo que no se ha dicho. No estaremos tranquilos hasta que todo sea dicho”. La cita es de su Viaje al fin de la noche y contiene sintética y certeramente, la idea de mi novela. Por otro lado, la presencia de una oscuridad que hay que atravesar... En el caso de mi Viaje... el lector, atravesando esa oscuridad, llegará hasta el principio de ella, es decir, hasta su causa primigenia...
—¿Cómo ha sido el proceso de creación de la novela? Tanto de la idea como los detalles que la compongan, sus personajes, la situación social.
—El proceso ha sido largo. Primero fui tomando notas, sin saber siquiera lo que iba a hacer con ellas. Luego vi la posibilidad de construcción de un personaje que se pusiera varias mochilas, repletas de elementos, y encontré también la posibilidad de tratar ciertos temas muy ligados a nuestra vulnerabilidad humana, y de hacer hincapié fundamentalmente en uno de ellos. Ese momento —por lo menos así me sucedió a mí— en el que uno encuentra el modo de señalar con el dedo y con determinación, un tema que lo preocupa o enoja o está convencido que merece atención, es cuando siente que la historia se justifica. Después, sinceramente no sabemos qué puede pasar con y en los lectores, pero la idea de poner en tensión algunos conceptos y situaciones y valoraciones, me ha mantenido muy atenta durante la construcción de esta novela.
—Me imagino que prologada por el maestro Enrique Medina, debe tener una buena carga de realismo.
—Sí, es una novela realista aunque eso no implica, incluso en la obra de Medina, que el idealismo no aparezca. Muchas veces es justamente el contraste entre el idealismo de algunos personajes y su rutina, marcadamente pegada al suelo, lo que hace sobresalir aún más ese espejo inmisericordioso que conlleva el realismo, ¿no?
—¿Cómo ves el panorama actual de Argentina a nivel literario?
—Comentar sobre el panorama actual en materia de producción literaria es un tanto difícil porque uno sabe que no todo lo que aparece en vidrieras, es lo que se produce. Es más, probablemente haya mucho material del bueno, entre las sombras... De todos modos sí puedo decirte que hay nombres que considero que han ganado con justeza el lugar destacado que tienen hoy en el panorama nacional, como el de Claudia Piñeiro o Eduardo Sacheri.
—¿Y a nivel social? Hace poco hablamos con Sandra Russo y nos ha contado del vaciamiento que está sufriendo de nuevo el país.
—Argentina navega entre sus crisis desde que tengo uso de razón, yendo desde un extremo al otro según el gobierno de turno, destruyendo en ese camino ciertas conquistas pero también, no tocando ninguno de ellos, determinados privilegios y problemas. Hay grupos económicos que se han beneficiado con todos, intocables. Y hay grupos vulnerables que no han salido de su vulnerabilidad con nadie, también intocables, hasta parecería que son igualmente “necesarios” para los gobernantes. Es entonces, creo, hasta ingenuo hacer análisis parciales. Quizás alejando más la óptica y ampliando el campo de visión, es posible entender un poco más estas repeticiones y grietas y otros asuntos locales que roban toda la atención, pero no son, tal vez, lo importante.
—¿Ha influido en tu obra esta situación social?
—El contexto en el cual vivimos, no nos es indiferente en nuestra construcción personal. Y esa construcción personal se pone en juego al escribir, ya sea de un modo explícito, como telón de fondo de una obra; o implícitamente, como un elemento más que le permite al autor, apoyándose en ellos, imaginar otros mundos, pongamos como ejemplo extremo a Verne. Es decir, resumiendo, siempre estamos influidos. Si eso se hace evidente o no en la novela, ustedes lo dirán...
—Si tuvieras que nombrarnos alguna influencia en tu estilo, ¿Quiénes nombrarías?
—Es muy difícil hablar de uno mismo en este sentido, lo dejo en manos de los lectores. Sí puedo hablarte de mis lecturas, que son variadas. Mucha literatura argentina y europea, aunque también de otros parajes. De todos, trato de ir aprendiendo, incluso detectando qué es lo que no quiero en mis páginas. Debo empezar citando a Enrique Medina, hace diez años que estoy al cuidado de sus ediciones y reediciones, y nunca dejo de aprender de él; ojalá haya logrado volcar en mis textos, algo de ese aprendizaje. También debo citar a Marcel Proust, cuando lo descubrí, sentí que ahí residía verdaderamente la prosa exquisita, evocativa, casi un homenaje a la misma literatura en toda su extensión. Hay quienes me han marcado por el contrario, como maestros de la simpleza narrativa, dotados de picardía y hondura a la vez, como nuestro Osvaldo Soriano. Los griegos con sus tragedias cargadas de subtexto. El coraje de la Fallaci. Ese monumento a la cordura y la locura que es El Quijote de Cervantes. La poesía ferviente de César Vallejo. Mujeres que han abierto camino como Alfonsina Storni, Simone de Beauvior, Virginia Woolf, Emily Dickinson, Violette Leduc, Emily Brönte… La cadencia de Antonio Di Benedetto. El encriptado estilo de Faulkner. Doistoievski y los rusos en general, con su singular temperatura ambiente. Kafka, con su elegante ironía. El Marqués de Sade, situando al placer en el centro de escena. Miller y Bukowski, despojados de lo pacato y de unas cuantas cositas más. La lista podría seguir largo rato y aun así, sería injusta con muchos… Pero para hacer honor a mi país y a mi género, me gustaría cerrar nombrando a la profundísima Alejandra Pizarnik y a la gran Liliana Bodoc, a quien perdimos en estos últimos días.
—Por último, ¿qué le recomendarías a los escritores que están comenzando su andadura por este camino de la literatura?
—Recuerdo haber llorado leyendo Cartas a un joven poeta de Rainer María Rilke, con las preguntas que le recomienda hacerse, al muchacho que quiere ser escritor. Allí encontré una de las mejores explicaciones, sobre esta necesidad que implica el escribir. Una necesidad que nada tiene que ver con el entretenimiento ni la catarsis ni una simple vocación por la palabra escrita ni mucho menos con la pretensión de alguna fama o de eso que suele denominarse “éxito”. Va mucho más allá, hundiendo su raíz en eso misterioso que hemos dado en llamar “alma”, con todas las tormentas y efervescencias que suceden en su interior. La literatura siempre es escrita con sangre y sepia, dice Victoria Tell, personaje principal de mi novela; y en eso estoy de acuerdo con ella. Es un oficio con el que se sufre, se combate, se resiste. Considero que aún la más escéptica de las páginas literarias, encarna esperanza. Por eso se escribe, a pesar de todo. Se escribe buscando el cénit, como se persigue al mismo orgasmo, lográndolo sólo a veces; sabiendo en otros casos, que no hay más que volver a empezar. Una y otra vez. Una y otra vez. Como ese personaje de La peste, de Albert Camus, que corrige un mismo verso a lo largo de toda la novela y en medio de la despiadada realidad plagada de muerte, que le es impuesta. Si uno siente todo esto que describo, entonces creo que podría tomarme el atrevimiento de recomendar tres cosas: leer mucho, olvidar el pudor, trabajar con tesón.