Contratapa de Crónicas del mal, de Alberto Ramponelli (Muerde Muertos, 2014), por Patricio Chaija
Alberto Ramponelli, con sus Crónicas del mal, se sitúa como el heredero natural del Borges de Historia universal de la infamia. Hay en esta propuesta de Ramponelli, como en el gran maestro, una precisión en el lenguaje que es una marca inconfundible de su prosa, contenida y sofisticada. Las tramas son perfectas; la enunciación, impecable.
Alberto Ramponelli, con sus Crónicas del mal, se sitúa como el heredero natural del Borges de Historia universal de la infamia. Hay en esta propuesta de Ramponelli, como en el gran maestro, una precisión en el lenguaje que es una marca inconfundible de su prosa, contenida y sofisticada. Las tramas son perfectas; la enunciación, impecable.
Devela, en un laberinto de idas y vueltas, urdido por un demiurgo-narrador tramposo pero eficaz, la demoledora tozudez de las cosas. El mal habita en donde menos lo esperamos. Está ahí, nos pertenece, pero tal vez nos trasciende y espera el momento en que nos distraigamos para, con sus dientes de rata, atacarnos desde los objetos menos pensados: en una enigmática figura que descansa en una repisa, en un cuchillo imperioso... y, por supuesto, desde las palabras de un libro de crónicas alucinado.
No puedo ser imparcial al escribir este comentario. Alberto Ramponelli es uno de los escritores contemporáneos que más me conmueven.