Por Gonzalo León
Escribir una novela o un cuento cuyo tema sea un artista,
César Aira tiene una novela y al menos dos cuentos así. De
éstos, El criminal y el dibujante, publicado por Spiral Jetty en 2011, es el
que más se parece a lo planteado por Henry James. Aquí un criminal visita el
estudio de un dibujante y le pregunta, con un cuchillo en la garganta, por qué
lo ha delatado. Sin embargo, el dibujante dice que ni siquiera lo conoce. Aira,
que también pinta y le gusta el
arte , indaga en lo que ocurre cuando un artista dibuja sin
saberlo a otra persona, o cuenta su historia o lo que cree es su historia. El
narrador explica de este modo la ridícula situación: “En efecto, ¿cómo podría
sostenerse que una historieta publicada cuarenta años atrás estaba basada en
hechos ventilados en la prensa de estos últimos meses?”.
Steve Martin —actor cómico, coleccionista de arte y
novelista— escribió Un objeto de belleza (Mondadori, 2012), una novela que
narra las desventuras de Lacey Yager, una bella chica que se va abriendo paso
en el difícil mundo del arte neoyorquino. Esta historia da pie para que Martin
despliegue su conocimiento del arte y vaya contando otra historia: la del arte neoyorquino,
desde los 90 hasta mediados de los 2000, pasando por la caída de las Torres
Gemelas. Esta parte tiene todos los condimentos para que funcione de manera
independiente: auge, clímax, desplome, recuperación, pasando además por los
distintos tipos de arte que los coleccionistas compraban: primero moderno y
luego contemporáneo. La tesis de Steve Martin es que en el arte hay que diferenciar los objetos de belleza y
los objetos de valor; en otras palabras, nada tienen que ver la belleza con el
precio de una determinada obra. La protagonista de la novela lo va aprendiendo
a medida que va ingresando en este mundo para finalmente convertirse en
galerista. Pero la historia de esta chica de provincia también tiene su auge y
su desplome, y es ésta la principal gracia de la novela: dos historias se
funden en una, dando como resultado un objeto de belleza. Pese a lo que pudiera
creerse, no hay exceso de información, ya que se entrega en entretenidas y
didácticas discusiones entre los mismos personajes. “Si el cubismo hablaba
desde el intelecto”, escribe Martin, “y el expresionismo abstracto hablaba
desde la psique, el pop hablaba desde la falta de cerebro”. Por otro lado, el
deseo o la lujuria por el arte
son el deseo o la lujuria hacia Lacey. Steve Martin consigue pintar el mundo
del arte neoyorquino de las últimas décadas en sólo trescientas páginas.
Michel Houellebecq, en cambio, en El mapa y el territorio
(Anagrama, 2011), hace todo lo contrario que Martin: no sólo le sobra
información a la
novela, sino que esta información es más bien de un agradecido a Wikipedia por
“los favores concedidos”. El mapa y el territorio se refieren a un artista
fracasado (Jed Martin), al menos así se presenta al comienzo, que intenta todo
para evitar su destino trazado: fotografía objetos, fotografía mapas Michelin,
hace pintura figurativa. En un momento Jed recurre al personaje Houellebecq
para que éste le escriba un catálogo, y para eso viaja de París a un pueblo de
Irlanda, donde reside el escritor. Un poco de autoficción, en este momento, no
viene mal y así el autor de Las partículas elementales protagoniza uno de sus
capítulos más patéticos, aconsejando al pobre Jed que alguna vez estuvo
ranqueado en el lugar quinientos ochenta y tres de las más grandes fortunas
artísticas del siguiente modo: “Muchos escritores, si se examina de cerca, han
escrito sobre pintores, y desde hace siglos. Es curioso. Al mirar su obra hace
un momento me preguntaba una cosa: ¿por qué abandonar la fotografía? ¿Por qué
volver a la
pintura?”. El autor no se compadece de su personaje, a quien no duda en dejar
como un pelotudo.
Un caso raro es el de Octave Mirbeau, quien escribió En el
cielo, una novela que permaneció inédita como unidad hasta 1989, que reeditó
hace poco la editorial Barataria en 2006, y que trata de la historia de Lucien,
un pintor a quien le atribuye las obras de Vincent van Gogh, pero que se ve
condenado a la
frustración, a la
locura y a la
muerte por querer siempre lo mejor. A decir verdad, En el cielo fue publicada
por entregas a finales del siglo XIX y recibió la admiración de escritores como
Marcel Schwob, pero el autor no creía mucho en ella: fue escrita a prisa y casi
sin correcciones pues era un trabajo remunerado. Mirbeau además fue crítico de
arte y conoció a Van Gogh, por lo que la novela sirve para entender a este
artista: “Entiéndeme… Lo que yo querría es representar sólo por medio de la
luz, sólo mediante formas aéreas, flotantes, donde se presentiría el infinito,
el espacio sin límite, el abismo celeste”.
Alberto Laiseca es un escritor argentino de culto, de aquel
contracanon surgido en los 80 con Copi, Aira, Fogwill. Este año publicó por la editorial Muerde
Muertos Beber en rojo, una suerte de novela china, donde lo inverosímil es
parte natural de la historia. Beber en rojo le rinde homenaje a Drácula, de
Bram Stoker, y a ese tipo de literatura. Laiseca aprovecha el relato para
reflexionar sobre la importancia del monstruo en el arte : “Cada una de las artes
ha sido generadora de monstruos… Pintura, música, literatura: color, sonido,
palabra e imagen poética, abarcando todo el espectro de lo sensible, hasta
llegar al cine, que es para mí la más elevada expresión de lo fantástico. Digo
esto último pues El Bosco, Brueghel, Goya, Modesto Mussorgsky, Poe, son una
vieja propuesta estética destinada a encontrar su total expresión en el séptimo
arte”.
Otros escritores argentinos que han tenido al arte como tema
han sido Copi (El autorretrato de Goya), Mario Arteca (La impresión de un
folleto) y Ruy Krygier (El amor es miedo).