Es complejo criticar esta obra, demasiado complejo. Beber en rojo es, definitivamente, una
novela de tesis. Una tesis en defensa de la literatura popular, del género
gótico, del erótico y de toda obra que haya sido alguna vez bastardeada por la
academia. Considero ese uno de sus mejores aspectos. Por otra parte, el
grotesco que se entremezcla con las serias propuestas de carácter
extremadamente crítico y bien sustentado, nos hace dudar. Claro que puede
considerarse que el propio narrador no pretende ni más ni menos que sostener su
tesis primera incluyendo hechos tan grotescos como descabellados en esta novela
que quiere, en cierta forma, reescribir a Drácula
(y digo que quiere porque no desacredita la creación de Stoker, sino que, al
contrario, la eleva a
nivel de genio sin cuestionarla).
La obra trata sobre la des-demonización del famoso conde. Si
bien desacredita aquellas obras en las que los vampiros se humanizan, no hace
sino lo mismo con Drácula. Aunque, es
posible aseverar que lo que verdaderamente molesta a estos personajes sobre los
nuevos vampiros (ya que la obra, a manera quijotesca, presenta a sus propios
protagonistas haciendo crítica literaria), es su alejamiento de la sexualidad
para la humanización.
El elemento sexual es elevado y desacralizado al mismo tiempo
en Beber en rojo, es convertido en
algo puramente humano, es la cura al vampirismo, a toda perversión humana.
Si bien la obra resulta página a página cada vez más
descabellada (tal vez demasiado llegando a su final), y aún siendo la misma un
tanto burda y grotesca, esta Vampira considera que es imposible pasarla por
alto; en primer lugar, por ser una de las pocas manifestaciones góticas de la
literatura argentina; en segundo lugar, por estar escrita por uno de los pocos
intelectuales argentinos que está dispuesto a valorar el terror como un arte
mayor y digno, aún a costas de sacrificar su posición frente a la academia literata nacional (o
tal vez feliz de ello); en tercer lugar, porque existe en la obra un
conglomerado de influencias de los grandes del terror y el erotismo que se
manifiestan metaficticiamente y no deben pasarse por alto bajo ningún punto de
vista.
En cierta forma y para concluir esta crítica, debo afirmar
que Laiseca logra en esta novela un equilibro perfecto entre lo exquisito y lo
repugnante.