Cabezón Cámara, Almada, Guerrieri, Marcos y Correa. |
Los cuentos de Árboles
de tronco rojo me recuerdan al Cortázar que yo más quiero, que es el de Bestiario. Siempre me pareció que Bestiario, además de ser un libro
precioso, sin desperdicio, está muy bien armado. Quiero decir, siempre es
difícil seleccionar una serie de cuentos para que conformen un libro, a menos
que el autor ya los escriba pensándolos como parte de una misma cosa. Pero
reunir cuentos que fueron escritos en distintos momentos, individualmente, y
lograr que esa reunión se transforme en una comunión, en una obra compacta, es
tremendamente difícil. No sé cómo habrá pergeñado Cortázar su Bestiario, pero sí sé, porque nos
conocemos y nos leemos desde hace muchos años, que los cuentos que Marcelo
Guerrieri reúne en este libro, vienen escribiéndose desde hace mucho, en
distintas circunstancias (algunos forman parte de antologías, otros han sido
premiados, otros publicados en revistas). Y Árboles
de tronco rojo me da esa misma y bienvenida sensación: es una obra
homogénea, sin fisuras.
Los catorce cuentos de este libro no comparten una temática
ni un tono: hay cuentos realistas como “La inundación” y “Cada tanto Normita”;
bastante delirantes como “El ciclista serial”; netamente fantásticos como “El
repartidor de diarios”. Pero todos comparten una atmósfera extraña o de
extrañamiento que, creo, es lo que los une, los cría y los amontona.
La literatura argentina tiene grandes cultores de esto que
yo llamaría más que cuento fantástico, cuento extrañado: Quiroga, Silvina
Ocampo, Bioy, Cortázar... sin embargo, la narrativa argentina de los últimos
años, de la generación a
la que pertenecemos todos los escritores de esta mesa, lo estuvo dejando de
lado. Quizá por ese berretín que tenemos los escritores de renegar de la
tradición. Guerrieri, felizmente, recoge el guante, vuelve a esa zona
indefinida (tomo prestada la frase de Nicolás Correa ) y, por supuesto, la actualiza. Las
chicas raras de Silvina Ocampo que vivían en caserones húmedos y oscuros de
principios del siglo XX, en Árboles de
tronco rojo reencarnan en chicas medio hippies que rondan la Facultad de Filosofía y Letras, los piquetes del 2001, las asambleas barriales… Telesitas modernas
que siguen enamorando incautos. Y los conejos de “Una señorita en París” ya no
son vomitados, si no que se reproducen endemoniadamente en el subsuelo de un
edificio en Suecia para atormentar a un argentino que reparte diarios.
Las editoriales siguen insistiendo en no publicar libros de
cuentos porque sostienen que el cuento no vende, que pasó de moda, que todos
queremos leer (y escribir) novelas. Así que celebro que siga habiendo
escritores como Marcelo Guerrieri que escriban cuentos y editoriales como Muerde Muertos ,
dispuestas a editarlos. Y no digan que el cuento no vende, además de vender,
garpa: hace alucinante un viaje en colectivo con gente amontonada y de olores
varios, entretenida una cola en el pago fácil, y logra que entres contento en el
sueño de cada noche con la dosis de lectura diaria que todos nos merecemos.
(*) Casa
de la Lectura , Lavalleja 924, Buenos Aires, 1º de noviembre
de 2012.