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Literatura y ritual

Marcelo Guerrieri y Nicolás Correa.
Por Nicolás Correa (*)

Lezama Lima afirma: “La narrativa latinoamericana significa para nosotros algo que no es narrativa ni es latinoamericana, sino el relato supraverbo de lo entrevisto, del intesticio, la fiesta del nacimiento de nuevos sentidos”.
Destaco que llama a la narrativa Latinoamericana: “La fiesta del nacimiento de nuevos sentidos”. Literatura ritual: romper con la hegemonía de los imperios. Ante la frialdad del hemisferio norte, el calor del fuego y la iniciación. No hay tantas posiciones seguras.
Ritual y antropofagia.
La literatura posibilita entradas a la realidad, no se trata de “representar” una realidad. Apuesta mayor: modos de asedio, nuevos sentidos, la forma de relacionarse con la realidad.
Los nuevos sentidos: “Nos hacen percibir un mundo extrañado. Lo que no es tan simple es comprender que la escritura es un ritual. La aparición del instante poético, en verso o en prosa, es equivalente a una revelación, a ‘una porción de eternidad’. Escribir es, para algunos escritores, provocar esa revelación”. Y después el libro como hecho social ritual, el ritual comunitario.
Nos educan con la noción de que la escritura es útil para dar cuenta de una realidad. Literatura utilitaria para contar hechos con cierta veracidad.
Fuerza opositiva: escritura ritual, no como un ejercicio de escribano, diría Barthes,  reduciendo la literatura a un mero gesto notarial.
El ritual supone una superación del notariado. Escritor como hechicero, y el libro como el fuego comunitario.
Entonces, el ritual como imagen. Liernauth Stroclard. El escritor de Martinica interesado en la reunión del hombre consigo al estar en grupo, relaciona la utilidad del escritor en comunidad. Asistir al ritual de las pasiones humanas, y contradictorias, por cierto.
Árboles de tronco rojo: la imagen sagrada, el fuego quema y consume, da calor y ocasiona perdida. La pérdida: el escritor es capaz de entrar al drama humano por medio de los rituales. No es necesario que el núcleo del conflicto sea revelado, sino más bien permitir un modo de asedio a esa realidad, un nuevo sentido.
El hechicero escucha el pedido. La organicidad del llamado de los personajes, aún más, es capaz de leer la médula ósea del personaje. El personaje tiene la posibilidad de latir por sí mismo.
Ofrenda al lector: el personaje y su organicidad. El modo de asedio no permite ciertas concesiones al receptor, Árboles de tronco rojo ofrece: posicionarse, no quedan huecos laxos: hay tarea para todos.
Y el sacrificio de lo cotidiano. Allí la potencia de escuchar lo orgánico del personaje y no dejar ninguna marca de autor. Guerrieri (hechicero) borra su marca. Es padre, pero no deja huellas. Es capaz de dar vida y no reclamar potestad. Ahí la mayor trascendencia de la herencia.

El ritual es un momento de suspensión del tiempo. Así el relato queda flotando, el lector espectador de la imagen ritual: “Dano no ve nada”, modo de asedio y suspensión del relato, la espera, el detalle de la sorpresa.
También se suspende la tradición, como si se las masticara. Lo extraordinario de la narración de Guerrieri es el lenguaje ritual. Nuevo sentido. La suspensión como forma de mostración.
Aparecen las circulaciones mínimas de la narración, lo pequeño, el movimiento casi imperceptible del personaje: pequeños centros de narratividad que se potencian hasta quebrar el hilo de lo cotidiano. Allí lo extraño, nuevo sentido y asedio.
Guerrieri reinventa el mundo conocido, el mundo posible lo vuelve imposible.
Produce sentidos, como en “La inundación”. No se trata de reproducir un evento, sino escuchar el augurio. Produce nuestros más profundos mundos posibles, como si asistiéramos a un ritual de sacrificio en la intimidad del mundo conocido.
(*) Casa de la Lectura, Lavalleja 924, Buenos Aires, 1º de noviembre de 2012.