Después de un año de ansiedad, la editorial Muerde
Muertos ha presentado su buque insignia. Su mascarón de proa, su palo mayor,
podríamos decir si continuamos con las metáforas navales. Homónimo de la
editorial su título es “Muerde
muertos” y sus autores Carlos y José María Marcos , los dos hermanos fundadores de
esa ya mítica casa editora dedicada a
la “literatura fantástica, el terror, lo erótico y aquellas
obras que apuestan a estimular la imaginación”.
Orquestada entre Buenos Aires y Salamanca, la novela cuenta
una historia de suspenso compuesta por dos personajes unidos por una búsqueda
imposible. Blaise Orbañeja, achacoso bibliotecario retirado en Argentina y
sumido en una penosa subsistencia al borde de la miseria, desea encontrar el
misterioso Traité théorique sur l’art du
croque morts (Tratado teórico del
oficio de muerte muertos en su edición española de 1649), supuestamente
escrito por uno de sus antepasados y que contiene un arcano ritual capaz de
traer a los finados del otro lado de las aguas del Estigia, entre otras
delicias. En España, Jesús Figueras Yrigoyen, veterano periodista argentino
radicado en Salamanca, anhela saber qué ha sido de su hermano al que hace
varias décadas que se lo da por muerto. Orbañeja chantajea a Figueras : a cambio de la
búsqueda del libro en ciertos herméticos grupos salmantinos, él le
proporcionará los datos para ubicar el cadáver de su hermano.
Pero no es sólo ese planteo —que promete aventuras
apasionantes y estremecedoras— lo que hace especial a esta novela. También su
estilo literario es en sí mismo un desafío: los hermanos Marcos arman la
historia entrelazando las cartas que sucesivamente se van enviando los dos
personajes. No es que la literatura epistolar sea algo nuevo, se trata de que
hace tiempo que dejó de ser cultivada por el mainstream literario; y
precisamente por eso, por ser una historia contada en cartas en pleno siglo
XXI, es que representa todo un desafío. Desafío que, a mi ver, es planteado
tanto al mundo literario como a cada uno de los lectores, como diciendo
“atrevete a leer una novela epistolar, dejarte atrapar por su trama y
divertirte en el viaje”. Tengo que decir que ellos lo hacen muy bien. “Tienen
espalda”, como dice Leonardo
Oyola en la contraportada. Hay que tenerla para escribir una
novela epistolar en el siglo XXI y que sea entretenida, amena, atrapante y con
un ritmo febril.
Los personajes están perfilados psicológicamente de tal
manera que es inevitable que surjan peleas y desacuerdos entre ellos. Y he aquí
una de las cosas que más he disfrutado de la obra: hay un constante cruce de
espadas entre Orbañeja y Figueras. A veces gana el primero, a veces el segundo,
a veces hay un empate técnico, pero siempre es maravillosamente divertido
presenciar esos duelos. No pocas sonrisas me han sacado algunas respuestas del
salmantino y del porteño.
Otro encantador atractivo de la novela es que por sus
páginas aparecen viejos libreros de usado de Buenos Aires atrincherados en sus
librerías —que más de un porteño seguramente reconocerá—, prestigiosos profesores
salmantinos —que también serán reconocidos por sus coterráneos—, típicos bares
de la noche española y toda la taumaturgia que ha rodeado siempre a Salamanca desde sus
primeros días.
A su vez, y con esto termino: Muerde muertos es, a su manera, un homenaje a los
libros. Diría que a todos. A los que nos han entretenido. A los que nos han
echo llorar. A los que nos han echo reír. A los viejos y a los que vendrán. A
los de terror y a los de aventuras. El amor a la literatura trasunta cada página de la obra y es
algo que nos recuerda constantemente la pasión, el calor y la contención que
podemos encontrar en un libro. Quienes se hayan sentido así alguna vez, saben a
qué me refiero. Quienes alguna vez hayan “extrañado” a los personajes de una
novela luego de haberla terminado, saben a qué me refiero.
Con un toque de erotismo y algunos personajes secundarios
muy pintorescos, Muerde
muertos es una novela que sorprende a cada paso y que no
defraudará al más apasionado de los lectores.