Beber en rojo
(Drácula) es una novela desopilante y delirante. José María Marcos ,
quien además es uno de los editores, explica, en el prólogo, que la impronta y
la pasión de Laiseca por lo fantástico, el terror y lo erótico, lo han
transformado en un referente en la materia, y lo han motivado a dejar pistas y
señales respecto a la
trascendencia de obras que aún hoy no son valoradas en su verdadera dimensión.
El editor nos cuenta que: “Esta vez, y de la mano de
Jonathan Harker, presenta un texto primordial sobre la importancia del monstruo
en el arte , que
es la esencia y el corazón de esta novela. ‘¿Qué sería de los artistas sin los
monstruos?’, se pregunta Laiseca-Harker para responderse: ‘El monstruo, en el arte , es una pieza fantástica
que, en general, se usa como excusa para saltar a la alegoría (…) Son como máquinas de
funcionamiento imaginativo continuo, que siguen brindando trabajo y energía en
el mundo del arte y del pensamiento, aún siglos después de muerto su autor
(…)’. (…) Beber en rojo (Drácula) es
un palimpsesto laisequiano del clásico de Bram Stoker, con música y decorados
de Terence Fisher para la Hammer Production. Al igual que Laiseca, el Conde atesora una voluminosa
biblioteca y una gran cantidad de películas con Bela Lugosi, Vincent Price,
Peter Cushing y Christopher Lee, y entre otros paralelismos se dedica a la astrología, es politeísta y
disfruta de las historias de terror”.
Alberto Laiseca es el creador del realismo delirante. Él
dice que usa al delirio como un proceso para ganar tiempo: “Si escribimos una
cosa lineal también se puede decir lo que uno piensa pero ahorra tiempo el
delirio, las distorsiones de la realidad y las exageraciones. Uno lo que hace es que a la realidad se la pueda ver con un fuerte
foco, como con una lupa, entonces lo mío es delirio pero no solo, sino delirio
delirante (…).”. El Ortiba
En una de las entrevistas le preguntaron qué era lo que más
le asustaba de la infancia, y él respondió: “El monstruo que vivía abajo de la
cama. Ese era el peor de todos. Cosa curiosa o no tanto mi monstruo era in abstractum. Sí, porque era mi padre,
tardé décadas en darme cuenta que era mi padre. El subconsciente no quiere
deschavarse, no quiere admitir la realidad. ‘No, si papá es bueno, no puede ser
el monstruo que vive abajo de la cama’. Pero era él”. La Capital
Esta revelación me trajo recuerdos de la infancia. Cuando
tenía alrededor de 4 o 5 años, en lugar de pedirle a mi madre que me contara un
cuento por las noches, antes de dormirme le exigía dos cosas: que dejara el
velador prendido de su cuarto y que mirara debajo de las camas, para ver si
había algo o alguien (¿?). Cuando venía a darnos el beso de las buenas noches,
miraba debajo de la cama de mi hermana y la mía, para dejarnos tranquilas o,
mejor dicho, para dejarme tranquila a mí, que era la mayor y la más miedosa.
Recuerdo a mi madre arrodillarse entre ambas camas, levantar una manta-mirar debajo
y, luego, levantar la otra y repetir la acción. Ese gesto me generaba paz. De
todos modos, a medianoche, despertaba a los gritos y llorando llamaba a mis
padres para que vinieran a buscarme, porque una mujer se me aparecía en el
umbral de la puerta de la habitación y se quedaba allí, quieta, en silencio,
observándome, con cartera en mano (no sé por qué, todavía se me viene a la mente ese dato). No
visualizaba su rostro, ni las ropas, sólo veía la sombra del cuerpo mirándome. La sombra se extendía de forma
alargada y afinada hacia el comedor, que era donde desembocaba mi cuarto, y
llegaban hasta allí los destellos del velador de la habitación de mis padres.
Lo fascinante es que en terapia surgió el tema de aquella mujer que me visitaba
de noche, y resultó ser mi madre —al igual que el monstruo que vivía debajo de
la cama de Laiseca.