PROYECTO ILUSORIAS
Como bien decía José María, este año editamos Beber en rojo
(Drácula), de Alberto Laiseca, una obra que creemos fundamental para comprender
el llamado “realismo delirante” y las encrucijadas entre el horror, el erotismo
y el delirio en la literatura. Pero, quizá, la novela más emblemática de la
obra de Laiseca sea Los sorias. Una
novela de más de 1300 páginas en 165 capítulos, una novela de unos dos kilos de
peso. Un novelón. Fuera del alcance de cualquier editoriales kung fu. Pero
empecinados como somos y con el empeño saltamontes la vamos a editar al estilo muerde muertos como
iluSORIAS, junto con Mica Hernández, nuestra diseñadora. Todo el arte de tapa de cada uno de
los títulos, las fotografías, toda la cualidad y la calidad estética del diseño
es obra de ella, de su dedicación, de su minuciosidad, de su escrupulosidad y
de su primor. Mica es
una artista plástica atrevida, tienen que saberlo. Me confesó hace poco, que lo
primero que pensó cuando le transmití la idea es: “Este pibe está loco”. Pero
al leer la convocatoria que fuimos enviando a cada artista la convenció una
frase que era “puestos a jugar: juguemos”. Y es así como iluSORIAS se ha transformado en una reunión de pintores,
dibujantes, grabadores, historietistas, fotógrafos, retratistas, escultores,
arquitectos, diseñadores y algunos valientes escritores que están dibujando
cada quien un capítulo de Los sorias
para reproducir en ilustraciones la epopeya soria de Alberto Laiseca.
Con Mica y con muchísima gente que de alguna manera transita
y peregrina el mundo Lai, a la
que sería imposible agradecer, al menos hoy, hemos echado a jugar el proyecto iluSORIAS para el 2013. Muchas gracias a
todos.
PUESTOS A JUGAR:
JUGUEMOS
Esta noche quería hablarles también justamente del “puestos
a jugar: juguemos”. Claramente en la vivencia de novela anterior, como está
relatado en su prólogo, la experiencia nos resultó una especie de continuación
del juego infantil. Y en aquel momento, en aquella primera novela juntos,
recordaba las excavaciones que emprendíamos en los viejos pozos de la basura.
Con esta nueva novela se me presentificó una vieja anécdota
familiar, una anécdota que siempre cuenta mi hermano, hasta el día de hoy la
cuenta él, a su manera, como si fuera la versión oficial, versión completamente
discutible desde mi punto de vista, y aprovecho esta noche y esta novela para
contar mi versión.
Gracias a esta anécdota, entre otras muchas, obtuve con
honores la licenciatura habilitante, y utilizo la palabra habilitante sin
ingenuidad, obtuve, decía, con honores la licenciatura habilitante de
“chiquilín desorbitado”, como diría mi madre. O como decía la abuela María , de “don
Fulgencio”. O como diría mi hijo Francisco, un “padre bizarro”.
Voy a hacer un paréntesis acá, porque quiero dejar
constancia que, puesto a observar a otros escritores, son tan infantiles como
yo mismo. He podido constatar cómo un grupo nutrido de escritores y anexos (No
quiero ventilar sus nombres, pero no quiero olvidarme de nadie: Oyola, Zina,
Sasturain, Castromán, Escliar, Ávalos Blacha, Buela, Cabezón Cámara, Cafiero,
Fariña, Lacarra, mi propio hermano, etcétera) una madrugada de una feria del
libro en Balcarce zarandeaban una máquina repleta de peluches para obtener un
premio. Las caritas de niños triunfantes y felices de todos estos sátrapas,
grandulones, peinando canas y calvicies, las caritas de ensueño al compartir el
botín.
Incluso con Mercedes, tan seriecita que parece, en Mar del
Plata, en el Festival Azabache, estábamos en una cena, luego de un arduo día de
trabajo y alguien dijo: “Foto”. Nos acomodamos para la situación y Mercedes
dijo: “Chicos, corran las botellas porque mi marido no va a creer que no estoy
tomando”. Bastó este leve comentario para que los chiquilines de siempre la
rodearan de 143 botellas, 235 copas y aparecieran 50 cámaras cual contingente
de orientales en San Telmo. Y es así cómo Mercedes con carita de infantil
picardía y en complicidad terminó por acotar: “Esperen, esperen que me saco los
anteojos”. Así también es que mediante la extorsión logramos que venga a
presentar la novela.
Estas chiquilinadas revelan lo que una línea de un poema de
Baudelaire define maravillosamente: “La patria es la infancia”. En esta tierra
de chiquilines desorbitados, don fulgencios y bizarros me siento como en casa.
“LE TIRÉ A ERRAR”
Voy a la
anécdota con mi hermano. Nuestro padre poseía y aún posee un galpón de
herramientas muy bien provisto. Desde pequeños todos esos utensilios fueron un
gran campo de juego para nosotros y la posibilidad de construir las armas muy
eficaces. Hay antecedentes de un hermano mayor que construía estrellitas ninya
con las tapas de las latas de duraznos y la piedra de afilar que terminaron en
la espalda de una prima, quien le devolvió la gentiliza con un dardo casero
construido a partir de un clavo afilado y algún contrapeso. No hay originalidad
en esto. Nosotros habíamos construido con unas ramas secas, ramas separadas de
la última poda, unas lanzas muy bien afiladas con la ayuda de formón y cepillo.
La anécdota es sencilla. Comenzamos jugando a arrojarlas cuan lejos podíamos
clavarlas en el pasto y terminamos arrojándolas a los pies para verificar cuán
certera era nuestra puntería. Resultado: traspasamiento de lado a lado del pie
de mi hermano por mi brazo certero. Hospital. Costura. Dos a cero: punto de
sutura arriba, punto de sutura debajo del pie de José María. Mi defensa en ese momento y ahora también,
fue la frase: “Le tiré a errar”. No desmiento la versión oficial en este punto
y en los otros tampoco. Simplemente agrego algunas cuestiones que se me
hicieron patentes sobre el mecanismo infame de mi hermano con la escritura de
esta novela. ¿Por qué no salió corriendo siendo él mucho más veloz que yo? ¿Por
qué tenía esa mezcla de sorpresa, terror y algarabía en su carita de niño
incitándome a que continuara? ¿Por qué reía y lloraba al mismo tiempo cuando la
lanza dio en el blanco ?
¿Por qué confiaba aún con temor ante mi exclamación: “Quedate quieto que estoy
tirando a errar”?
Bien. Esta misma sensación acudió a mí a mitad de esta
novela. El tipo. Mi hermano. Quería alguna salvajada y me incitaba de la misma
manera que en aquella anécdota. Me cautivaba —y me cautiva aún— con su carita
de sorpresa, terror y algarabía. Para —acto seguido— echarme la culpa de todo.
Esto es para mis hijos, Salvador y Francisco que andan por
ahí: la responsabilidad que papá sea así es de los abuelitos y del tío José
María.
Pero aún así, a pesar del atravesamiento necesario, continúo
tirando a errar, porque creo que mi mayor acierto continúa siendo el equívoco,
la falta, la falla, la confusión, el
desacierto. Continúo tirando a errar, porque el errabundeo, el vagar por las
palabras, el deambular por las sensaciones, el vagabundear por mi mismo y
divagar hacia un final compartido es mi manera de moverme e incitar el deseo.
Jugar la herradura del azar, de un azar necesario y siempre provisorio o
provisorio para siempre.
“LA PATRIA ES LA
INFANCIA”
“La patria es la infancia”. Una frase que Baudelaire no se
cansa de repetir en mi cabeza. Un lugar que es necesario añorar a veces,
revisitar cada tanto y recordar siempre, incluso con los hijos. El juego, los
juegos, no aniquilan las angustias, ni las preocupaciones metafísicas, ni las
tristezas más profundas que todos los seres humanos tenemos, sino, quizás, las
posterguen un poco, las demoren un tanto... El juego —y tampoco soy ingenuo en
esta palabra— el juego re-crea, inventa, forma, organiza, instaura… El juego le
dice al hombre circunspecto y temeroso en el que nos hemos convertido, que
estamos vivos. Tenemos ganas que la novela los invite a traspasar el umbral del
juego y los lleve a vagabundear por algún acierto. Gracias a todos por aceptar
el convite de jugar con los muerde muertos.
(*) Escuela Freudiana
de Buenos Aires, Cabrera 4422, Buenos Aires, jueves 12 de julio de 2012.