Hace mucho frío cuando Artaud el Muerde Muertos es quien sopla | Manifiesto Artaud de Todo

“La patria es la infancia”

Palabras de Carlos Marcos durante la presentación de Muerde muertos (quién alimenta a quién…) (*) 

PROYECTO ILUSORIAS

Como bien decía José María, este año editamos Beber en rojo (Drácula), de Alberto Laiseca, una obra que creemos fundamental para comprender el llamado “realismo delirante” y las encrucijadas entre el horror, el erotismo y el delirio en la literatura. Pero, quizá, la novela más emblemática de la obra de Laiseca sea Los sorias. Una novela de más de 1300 páginas en 165 capítulos, una novela de unos dos kilos de peso. Un novelón. Fuera del alcance de cualquier editoriales kung fu. Pero empecinados como somos y con el empeño saltamontes la vamos a editar al estilo muerde muertos como iluSORIAS, junto con Mica Hernández, nuestra diseñadora. Todo el arte de tapa de cada uno de los títulos, las fotografías, toda la cualidad y la calidad estética del diseño es obra de ella, de su dedicación, de su minuciosidad, de su escrupulosidad y de su primor. Mica es una artista plástica atrevida, tienen que saberlo. Me confesó hace poco, que lo primero que pensó cuando le transmití la idea es: “Este pibe está loco”. Pero al leer la convocatoria que fuimos enviando a cada artista la convenció una frase que era “puestos a jugar: juguemos”. Y es así como iluSORIAS se ha transformado en una reunión de pintores, dibujantes, grabadores, historietistas, fotógrafos, retratistas, escultores, arquitectos, diseñadores y algunos valientes escritores que están dibujando cada quien un capítulo de Los sorias para reproducir en ilustraciones la epopeya soria de Alberto Laiseca.
Con Mica y con muchísima gente que de alguna manera transita y peregrina el mundo Lai, a la que sería imposible agradecer, al menos hoy, hemos echado a jugar el proyecto iluSORIAS para el 2013. Muchas gracias a todos.

PUESTOS A JUGAR: JUGUEMOS

Esta noche quería hablarles también justamente del “puestos a jugar: juguemos”. Claramente en la vivencia de novela anterior, como está relatado en su prólogo, la experiencia nos resultó una especie de continuación del juego infantil. Y en aquel momento, en aquella primera novela juntos, recordaba las excavaciones que emprendíamos en los viejos pozos de la basura.
Con esta nueva novela se me presentificó una vieja anécdota familiar, una anécdota que siempre cuenta mi hermano, hasta el día de hoy la cuenta él, a su manera, como si fuera la versión oficial, versión completamente discutible desde mi punto de vista, y aprovecho esta noche y esta novela para contar mi versión.
Gracias a esta anécdota, entre otras muchas, obtuve con honores la licenciatura habilitante, y utilizo la palabra habilitante sin ingenuidad, obtuve, decía, con honores la licenciatura habilitante de “chiquilín desorbitado”, como diría mi madre. O como decía la abuela María, de “don Fulgencio”. O como diría mi hijo Francisco, un “padre bizarro”.
Voy a hacer un paréntesis acá, porque quiero dejar constancia que, puesto a observar a otros escritores, son tan infantiles como yo mismo. He podido constatar cómo un grupo nutrido de escritores y anexos (No quiero ventilar sus nombres, pero no quiero olvidarme de nadie: Oyola, Zina, Sasturain, Castromán, Escliar, Ávalos Blacha, Buela, Cabezón Cámara, Cafiero, Fariña, Lacarra, mi propio hermano, etcétera) una madrugada de una feria del libro en Balcarce zarandeaban una máquina repleta de peluches para obtener un premio. Las caritas de niños triunfantes y felices de todos estos sátrapas, grandulones, peinando canas y calvicies, las caritas de ensueño al compartir el botín.
Incluso con Mercedes, tan seriecita que parece, en Mar del Plata, en el Festival Azabache, estábamos en una cena, luego de un arduo día de trabajo y alguien dijo: “Foto”. Nos acomodamos para la situación y Mercedes dijo: “Chicos, corran las botellas porque mi marido no va a creer que no estoy tomando”. Bastó este leve comentario para que los chiquilines de siempre la rodearan de 143 botellas, 235 copas y aparecieran 50 cámaras cual contingente de orientales en San Telmo. Y es así cómo Mercedes con carita de infantil picardía y en complicidad terminó por acotar: “Esperen, esperen que me saco los anteojos”. Así también es que mediante la extorsión logramos que venga a presentar la novela.
Estas chiquilinadas revelan lo que una línea de un poema de Baudelaire define maravillosamente: “La patria es la infancia”. En esta tierra de chiquilines desorbitados, don fulgencios y bizarros me siento como en casa.

“LE TIRÉ A ERRAR”

Voy a la anécdota con mi hermano. Nuestro padre poseía y aún posee un galpón de herramientas muy bien provisto. Desde pequeños todos esos utensilios fueron un gran campo de juego para nosotros y la posibilidad de construir las armas muy eficaces. Hay antecedentes de un hermano mayor que construía estrellitas ninya con las tapas de las latas de duraznos y la piedra de afilar que terminaron en la espalda de una prima, quien le devolvió la gentiliza con un dardo casero construido a partir de un clavo afilado y algún contrapeso. No hay originalidad en esto. Nosotros habíamos construido con unas ramas secas, ramas separadas de la última poda, unas lanzas muy bien afiladas con la ayuda de formón y cepillo. La anécdota es sencilla. Comenzamos jugando a arrojarlas cuan lejos podíamos clavarlas en el pasto y terminamos arrojándolas a los pies para verificar cuán certera era nuestra puntería. Resultado: traspasamiento de lado a lado del pie de mi hermano por mi brazo certero. Hospital. Costura. Dos a cero: punto de sutura arriba, punto de sutura debajo del pie de José María.  Mi defensa en ese momento y ahora también, fue la frase: “Le tiré a errar”. No desmiento la versión oficial en este punto y en los otros tampoco. Simplemente agrego algunas cuestiones que se me hicieron patentes sobre el mecanismo infame de mi hermano con la escritura de esta novela. ¿Por qué no salió corriendo siendo él mucho más veloz que yo? ¿Por qué tenía esa mezcla de sorpresa, terror y algarabía en su carita de niño incitándome a que continuara? ¿Por qué reía y lloraba al mismo tiempo cuando la lanza dio en el blanco? ¿Por qué confiaba aún con temor ante mi exclamación: “Quedate quieto que estoy tirando a errar”?
Bien. Esta misma sensación acudió a mí a mitad de esta novela. El tipo. Mi hermano. Quería alguna salvajada y me incitaba de la misma manera que en aquella anécdota. Me cautivaba —y me cautiva aún— con su carita de sorpresa, terror y algarabía. Para —acto seguido— echarme la culpa de todo.
Esto es para mis hijos, Salvador y Francisco que andan por ahí: la responsabilidad que papá sea así es de los abuelitos y del tío José María.
Pero aún así, a pesar del atravesamiento necesario, continúo tirando a errar, porque creo que mi mayor acierto continúa siendo el equívoco, la falta,  la falla, la confusión, el desacierto. Continúo tirando a errar, porque el errabundeo, el vagar por las palabras, el deambular por las sensaciones, el vagabundear por mi mismo y divagar hacia un final compartido es mi manera de moverme e incitar el deseo. Jugar la herradura del azar, de un azar necesario y siempre provisorio o provisorio para siempre.

“LA PATRIA ES LA INFANCIA”

“La patria es la infancia”. Una frase que Baudelaire no se cansa de repetir en mi cabeza. Un lugar que es necesario añorar a veces, revisitar cada tanto y recordar siempre, incluso con los hijos. El juego, los juegos, no aniquilan las angustias, ni las preocupaciones metafísicas, ni las tristezas más profundas que todos los seres humanos tenemos, sino, quizás, las posterguen un poco, las demoren un tanto... El juego —y tampoco soy ingenuo en esta palabra— el juego re-crea, inventa, forma, organiza, instaura… El juego le dice al hombre circunspecto y temeroso en el que nos hemos convertido, que estamos vivos. Tenemos ganas que la novela los invite a traspasar el umbral del juego y los lleve a vagabundear por algún acierto. Gracias a todos por aceptar el convite de jugar con los muerde muertos.

(*) Escuela Freudiana de Buenos Aires, Cabrera 4422, Buenos Aires, jueves 12 de julio de 2012.