En un rincón del mundo, de un lado del océano Atlántico, al este del sol, y desde Buenos Aires, un hombre llamado Blaise Orbañeja inicia la serie de cartas que dan vida a la novela. Blaise Orbañeja se presenta a sí mismo como un bibliotecario viejo, retirado, acabado, viudo, con sus hijas muertas, con sus sueños truncos, amargado en los conocimientos de una ciencia que poco le ha servido para hacerle alcanzar la felicidad, porque la felicidad para este hombre se presenta en la búsqueda de un libro impreso en 1649: El tratado teórico del oficio de muerde muertos. Tratado escrito, en teoría, por un antepasado poderoso y eliminado del gran libro de la vida por el destino y el empeño de los fieles. Blaise Orbañeja, que ha vivido entre papeles, confiesa que no ha podido ni siquiera tocar aquel libro que más anheló poseer. Y ahora, casi en el final de su vida, o al menos eso demuestra mediante sus palabras escritas, juega una última carta para encontrar el tratado: se contacta Jesús Figueras Irigoyen, hermano de un hombre muerto que poseía una clave.
En otro rincón del mundo, en tierra que alguna vez fue de Cristianos y Moros, de lobos y ovejas, desde la antigua Salamanca contesta Jesús Figueras Irigoyen cuando le llega la primera y extraña carta. Contesta la carta con odio, con rencor, con furia, pero sobre todo contesta por intriga y por aburrimiento. Él no es viudo, está casado y es feliz desde la rutina con su mujer Fernanda, es padre de tres hijas, y ha dedicado parte de su reposo en saber qué sucedió con su hermano desaparecido en misteriosas circunstancias. Y una carta, llegada por azar, escrita por un desconocido, le promete develar el misterio a cambio de un libro.
Se establece una relación epistolar cuyo nexo es la desaparición del hermano de uno y la búsqueda del libro del otro.
El pacto conlleva una revelación para uno, la paz para el otro; y para ambos: el conocimiento.
Blaise Orbañeja escribe para incitar a Jesús en la búsqueda del libro, a cambio ofrece dar a conocer los pormenores de la muerte de Ignacio, el hermano de Jesús. Es chantaje, se queja Jesús, pero sigue adelante. Jesús se enoja con Blaise, le dice que lo deje de molestar, que le diga la verdad, pero sabe que la verdad tiene precio. Entonces encara por la cuestión del formalismo y le dice a Blaise que se deje de joder, que no desfigure su nombre, que se llame a sí mismo Blas, y aunque el otro le retruque que latinizar nombres de pila es un vieja costumbre que hizo a algunos nacionalistas editar libros de “Carlos Marx”, “Tomás Mann” y hasta “Sergio Tolstoi”, Jesús no se convence. Le dirá a Blas o Sr. Blas y el otro mantendrá el formal “Mi estimado señor Jesús Figueras Irigoyen” hasta el final.
Pero aunque los dos se disputan quién es más protagonista de la historia, ninguno de los dos sobre vuela la trama, la enriquece y la deforma como el hermano muerto de Jesús: el malogrado Ignacio Figueras Irigoyen. Ignacio iniciará todo la tarde en que le cuenta una leyenda a Blaise Orbañeja y le cambia la vida. Después de esa tarde, Ignacio acercará a Blas al bar Paniagua y lo hará parte del Círculo Finir Morondo, un cónclave cuyo objetivo es, además de participar en orgías y esoterismos, encontrar el tratado de los muerde muertos.
La leyenda que Ignacio le cuenta a Blas transcurre en tiempos donde un Conde de un reino cualquiera, por ejemplo de León y Castilla, perdió la felicidad cuando asesinaron a su mujer y sus hijas de un modo tan horroroso que ni siquiera Lovecraft varios siglos después fue capaz de relatar cuando la historia del crimen llegó a sus oídos.
La leyenda que Ignacio le cuenta a Blas transcurre en tiempos donde un Conde de un reino cualquiera, por ejemplo de León y Castilla, perdió la felicidad cuando asesinaron a su mujer y sus hijas de un modo tan horroroso que ni siquiera Lovecraft varios siglos después fue capaz de relatar cuando la historia del crimen llegó a sus oídos.
Ignacio le dirá a Blas que el Conde , preso del dolor y alejado de la gracia divina buscó sin suerte a los asesinos hasta que se resignó a vivir huérfano de venganza y decidió que aún tenía tiempo de enmendar su error: debía tener de nuevo a sus mujeres. A partir de esa idea profana, persiguió como verdadera cada historia o leyenda que hablara de la resurrección de los muertos, de la recomposición de la carne o de la vida que sale de la tumba para arrastrarse otra vez sobre la tierra. Así compró ilusiones falsas y dilapidó su fortuna en intentar traer de la muerte a sus amadas. Desesperado, cruzó los Pirineos para buscar en Francia una respuesta y así llegar al África, a Senegal, donde, casi loco, casi muerto por la diarrea y el hambre, aunó mitos y leyendas y dio a El tratado teórico del oficio de muerde muertos dos versiones en papel, una escrita en Castellano y la otra en francés. El libro en poco tiempo se hizo tan famoso que la Universidad de Salamanca decidió intervenir para fragmentar y dispersar la existencia del libro y del conde en mil libros y mil historias.
Ignacio contará esta leyenda y Blas la creerá, como la creen todos los que se acercan a ella, como la creerá Jesús, quién intentará resolver ambos misterios: saber por qué y cómo murió su hermano y encontrar el legendario tratado que revela la existencia de los muerde muertos en el mundo real.