Reseña de Ingrávido, de Fernando Figueras (Muerde Muertos, 2010). Escribe: Julián Barsky para Gardel Buenos Aires.
Muerde Muertos es una editorial nueva. Comandada por los hermanos Marcos —José María y Carlos—, fue creada para darle espacio a los autores nóveles. Sin embargo, la editorial no se dedica a cualquier género, sino que se especializa en tres categorías: Muerde: una colección que abarca libros de características eróticas; Muertos: apuntada hacia el terror; y finalmente Ni Muerde Ni Muertos, una tercera colección orientada simplemente por el gusto y entusiasmo de los dueños de la editorial.
A esta última colección pertenece Ingrávido, primer contario de Fernando Figueras. Los tópicos que dominan el libro son la ciudad —Buenos Aires—, la soledad, las fuerzas ocultas, lo mounstroso. Pero lo mounstroso es aquí un matiz de lo cotidiano, algo que se esconde en los quehaceres más modestos —una empanada que nunca sale como se quiere—, y en las personas más insignificantes (un músico echado de la pensión, una mujer obesa). Lo húmedo, quizás herencia de los grandes cuentistas fantásticos, también circula por el imaginario de Figueras, ya sea en figuras animalizadas (“el Sapo”, “la mujer ballena”), en la cartografía (el agua en el fallido suicidio de Loureiro) y hasta en la espesa sangre que se insinúa una y otra vez en un cuento escalofriante: “Esquinas”. El humor de Figueras es también un hecho a destacar, que desborda cada párrafo y que hace aún más espantosas algunas reflexiones sobre la autoridad y el autoritarismo, permanentes en cada cuento. Algunos cuentos están más logrados que otros (nos gustan especialmente “Secreto profesional” y “Sapo”), pero en todos ellos puede verse la frescura de una pluma pujante, talentosa e irreverente. Bienvenido sea, entonces, Ingrávido y Fernando Figueras, ambos con los pies sobre la tierra y, esperemos, con cielo por futuro