Reseña de Inmaculadas, de Carlos Marcos (Muerde Muertos, 2010). 120 páginas. Escribe: José María Franchino Arnaiz (*).
Inmaculadas, de Carlos Marcos, es una obra atípica por su estructura y por su contenido. Está compuesto por 50 retratos femeninos, escritos entre la poesía y la prosa, ilustrados por el propio autor.
Lejos de una mirada realista, estas “inmaculadas” son mujeres quijote, caracol, pirata, tenedor, escalera o gallina, que mantienen una conflictiva relación con la vida y buscan reinterpretarla para poder enfrentar el vacío existencial. La primera de la serie, por ejemplo, confiesa que no sabe qué buscaba en los hombres; sin embargo, con el tiempo, se ha consolado al comprobar que “son el más exquisito bocado que existe en el mundo”.
Algunos relatos contienen algo de erotismo, desarrollado con buen gusto, pero la mayoría de las semblanzas muestran a mujeres seducidas por la brujería, la infidelidad, el sadomasoquismo o el vano desafío de la felicidad eterna, frente al tormento de la rutina diaria.
Las ilustraciones merecen una reflexión aparte: desmañadas, alocadas, absurdas o trastornadas componen un muestrario de la imaginación del autor que declara no ser dibujante y reconoce que todas las señoritas fueron “operadas” por la mano temblorosa del mismo cirujano.
De algún modo, Inmaculadas es una obra extraña en un formato tradicional. O, en otras palabras, una obra para los últimos románticos de la literatura que aún esperan sorprenderse con el viejo y querido formato libro.
(*) La Palabra de Ezeiza, página 12, jueves 17 de febrero de 2011.