Palabras de Fernando Figueras en la presentación de su libro Ingrávido (*).
En el fondo, lo único que voy a decir es “gracias”, pero déjenme explicarles por qué y a quiénes.
Muchas veces uno escucha a músicos, actores o escritores que se empeñan en dejar en claro su condición de “autodidactas”, pretendiendo ser el producto de un Big Bang de talento, que dejó esparcidas por ahí partículas de genialidad. No reconocen maestros, no tienen padres en el oficio. No le deben nada a nadie.
No es mi caso, por suerte. Y digo por suerte, porque no veo cuál es la gracia de tener un nacimiento tan solitario. Yo le debo a mucha gente.
Cuando cursaba quinto año del secundario, llegó al colegio un profesor de Literatura nuevo. Se llamaba Alejandro Benítez. El tipo hacía algo sencillo y maravilloso: nos leía cuentos. Con eso sólo logró transmitirnos su amor por los libros. Claro que contaba con una ventaja: él amaba los libros, cosa que no le sucede a todos los profesores de Literatura. No sé si vive o no. Si me ve seguro que no me reconoce ni se acuerda de mí, pero igual quiero darle las gracias.
Otro reconocimiento es para el señor David Landesman, a quien no conozco personalmente. Es el director de El Escriba, una publicación quincenal sobre literatura en internet. Cuando empecé a escribir, hace seis años, El Escriba organizó un concurso con la siguiente particularidad: todos los cuentos recibidos iban a ser comentados. Mandé entonces un cuento, interesado en saber qué opinaban. Creo que envié el segundo o tercer cuento que había escrito en mi vida. Pasó el tiempo, y por fin llegó el día del fallo del jurado. Busqué en la página. No había ganado. Bueh, mala suerte. Me fijé entonces si estaba el comentario de mi cuento. Sí, ahí estaba. Decía que la idea era buena, original, para seguir trabajando, pero... y a partir de la palabra “pero”, se refería a la segunda parte del cuento. Me hizo pelota. Le había parecido vulgar, cursi, obvio, y qué sé yo cuántas cosas más. Bien; yo, tranquilo. Inicié la elaboración de un plan para asesinar a David Landesman. Era lo que correspondía. Pero matar gente por mail es un tanto difícil. Se debe poder, habría que pensarlo, hasta se puede hacer un cuento, pero en ese momento me pareció imposible, y el plan se fue enfriando. En medio de ese frío me puse a pensar. Pensé que si estaba tan enojado era porque don David tenía algo de razón. En realidad tenía toda la razón. Y pensé también que si me molestaban sus críticas era porque a mí me interesaba escribir. Creo que a veces es bueno que alguien te haga ver los errores. Gracias, Landesman.
Y después vino Laiseca. Para los que no lo conocen, Alberto Laiseca es un escritor argentino contemporáneo, autor de novelas, cuentos, ensayos y poesías. Para los que lo conocemos es mucho más que eso. Yo asistí a sus talleres literarios. Con respecto a los talleres las opiniones están divididas; algunos adhieren y otros no los aceptan. Yo sé que a mí me sirvió ir a lo de Lai. A otros quizás no les sirva ir allí, o a mí tal vez no me hubiese sido útil asistir al taller de otro escritor. Como en todo, hay que hacer la propia experiencia. Lo cierto es que Laiseca tiene algo genial para enseñar: te deja ser. Te da un espacio, un tiempo, permite que te equivoques, que vuelvas a intentarlo, hasta que por fin empieza a aparecer lo que uno quiere decir, comienza a salir la propia voz, el monstruo que uno es. Esto, dejar ser, parece fácil. Pero todo el que sea docente o padre sabrá lo tremendamente difícil que es. Más allá de sus cualidades para enseñar, Alberto es un gran tipo, con el que podés pensar y divertirte a la vez. Con el que podés crecer. Lo quiero muchísimo. Gracias, maestro.
Pero como las clases no las dan sólo los maestros, sino también los alumnos, tengo que agradecerles a todos los que compartieron conmigo esos cuatro años en los que nos juntamos a leer, a escuchar, y a tomar alguna que otra cerveza. Son miles, nombro a algunos. Leo Oyola, que fue al primero que conocí allí y siempre tuvo una palabra de aliento. Ana, Verónica, Fernando, Pablo y Mariano, Santiago y otro flaco que no me acuerdo el nombre pero que además de escribir dibujaba bárbaro, Edmundo, Alicia, Martín Hain, Juan Guinot, a quien conocí en ciclos de lectura de cuentos y siempre tira para adelante también, a Funes, que fue el primero que me invitó a leer en público, a la gente de Ediciones Al Arco y a todos los que escribieron en la antología De Diez, que han sido macanudos.
Y también agradezco a José María. Nos conocimos en lo de Lai. Disfruté mucho de sus narraciones y, lo más importante, es que ahora disfruto de su amistad. Él se jugó con esta idea de editar, y no puedo menos que agradecerle. Creo que todos debemos valorar cuando alguien abre un espacio.
Gracias, Mica Hernández, por las fotos y las tapas, buenísimas.
Gracias a todos los que ya leyeron el libro, o a los que alguna vez leyeron un cuento mío en fotocopias, aunque sean ilegales, como todos sabemos. He notado que compartir lo que uno hace nos ayuda a hablar de otra cosa que no sea “lo que pasa” o “la realidad”. Es como si la realidad se ampliara. Nos conocemos más y empezamos a hablar de temas que en definitiva son los más interesantes.
Gracias a todos por venir.
Y para terminar: hay gente que dice que la felicidad no existe, que es imposible alcanzarla, o que no es permanente, como si algo lo fuera. Yo creo en la felicidad. Esta reunión es para mí motivo de felicidad, así que qué vamos a discutir. Entonces traje una frase de Stephen King, también como un homenaje a José María, que es fanático. Entre tantos libros buenos que tiene, hay uno que se llama Mientras escribo, que me gustó muchísimo. En él cuenta su vida, y da algunas pautas acerca de su forma de trabajo. Uno de los últimos párrafos del libro dice una cosa que a mí me resulta importante recordar siempre. Tanto, que la escribo en cada cuaderno que empiezo. Yo escribo en cuaderno de hojas rayadas y después lo paso en PC, porque no queda otra. La frase comienza con el verbo escribir, pero creo que si uno lo reemplaza por otro verbo que prefiera también funciona. Dice: “Escribir no es cuestión de ganar dinero, hacerse famoso, ligar mucho, ni hacer amistades. En último término, se trata de enriquecer las vidas de las personas que leen lo que hacés, y al mismo tiempo enriquecer la tuya. Es levantarse, recuperarse y superar lo malo. Ser feliz, vaya, ser feliz”. Espero entonces que los fantasmas de José María, y mi ingravidez los ayuden a encontrarse con un poco de felicidad.
(*) Casa de la Lectura, Lavalleja 924, Buenos Aires, 26 de noviembre de 2010.