Lucía De Leone. |
Siguiendo parte del periplo de este cruce que Kohan traza para los siglos XX y XXI, Ricardo Piglia con Plata Quemada (1997), Matilde Sánchez en El Dock (1993), Pedro Mairal en La Uruguaya hicieron uso de ese atravesamiento, en barco o sobre ruedas, para dar curso a una fábula de viaje: como vía de escape y sitio para el dinero, como lugar ameno al que se llega sin documentos para construir lazos afectivos en una familia que se impuso al deseo de formarla, como zona liberada donde comprar dólares en épocas del cepo y visitar también a la amante del otro lado del río, respectivamente. También el cine, y pienso en esta oportunidad en El amor primera parte (Santiago Mitre, 2005), ha dado escenas de ese tránsito fluvial, en la cubierta del Buquebus, para contar una historia de encuentros y desencuentros pasionales entre un varón y una mujer, durante el regreso de alguna playa que resulta una alternativa superior a las de la costa Atlántica. Es innegable cómo marcaron nuestro imaginario las postales uruguayas, las positivas —el punto de partida de los exiliados de la última dictadura militar, la Suiza del Cono Sur donde priman los valores de serenidad, republicanismo, anticonsumismo (Chejfec) y hospitalidad incluso con el porteño soberbio y acelerado en viveza criolla—, y menos positivas como ser la miniaturización de la Argentina (Aira), la banda del oeste, el doble rezagado de Buenos Aires donde no hay subtes, la vida pareciera transcurrir en cámara lenta o en blanco y negro, y la melancolía y el mate por la calle calan hasta los huesos de quien mira extrañado. Imposible no volver de cualquier temporada en Uruguay al cántico del “ta ta”, “a sus órdenes”, “hay pila”, “pase bien” y demás modismos que nos fascinan y repetimos seguramente con menos gracia.
Las imaginaciones territoriales, que no coinciden la mayoría de las veces con los mapas logotipo y las cartografías oficiales, dan cuenta, incluso mucho antes de los tiempos globales y cibernéticos, de cuán parecidos somos los porteños y las porteñas a quienes están allende al río. Espejismos o trampas al ojo con que se empecinan los mapas. Lo mismo ocurriría entre los habitantes de Cuyo y Chile, o los norteños con Bolivia o Perú. La Patagonia pareciera quedar al margen, en primera instancia, de estas comparaciones fáciles, aunque es conocido que los pobladores de Bahía Blanca se sienten, pese a esa geografía de planicies y casa bajas que no da coto, o mejor no da tregua, a la visión viciada del recién llegado, más cerca de los vientos del sur que de la llanura pampeana.
Lucía De Leone, Cristina Iglesia y Sandra Gasparini. |
Hombrecitos improvisados de apuro (2019) reúne, entonces, en un libro hecho a medida 29 relatos inéditos o escritos para la ocasión de cuentistas argentinas y uruguayas actuales que se despachan sobre los vínculos eróticos y amorosos entre varones y mujeres en tiempos de contradicciones e incomodidades para varones pero también para mujeres. En diálogo y en pugna con la tradición de mujeres decimonónicas que trazaron redes literarias y afectivas —como el caso de Juana Manuela Gorriti con Perú por citar un exponente— propongo pensar este volumen como una forma actual de las antiguas veladas literarias en las que primó una cultura del trato y el intercambio cultural. Las formas de la sociabilidad femenina que promueve esta iniciativa protegen la oralidad en la pervivencia de la palabra escrita, y el escenario para hacer una política de la literatura trasciende los límites de la casa propia transformada en salón y se hace pública, con todos los riegos implicados en el gesto, primero en las redes, sólo después en las páginas de un libro y gracias a una editorial “de varones”, como es Muerde Muertos, que puso todo lo que ponen las editoriales serias para que un libro se haga libro.
Lejos de resultar un ejercicio cosmético de inclusión (de escritoras, de temáticas “femeninas”) y lejos también de conformar un contra canon anti patriarcal —operaciones importantes ambas que ya cuentan con antecedentes y que hoy ya no nos alcanzan— el volumen ideado por Ana Grynbaum se abre lugar y así contribuye en el armado de una tradición rioplatense, femenina y militante, que carece de pretensiones separatistas o premisas revanchistas contra el varón. De hecho el prefacio funciona como un manifiesto de voces colectivas (gran enseñanza que dejaron las fervorosas vanguardias históricas) que dejan por sentado el concepto feminista del volumen. No se trata de un denuncialismo pueril, fácil ni ocioso (¡qué cansancio!), sino de un programa estético político que aporta claridad y certeza incluso en la incerteza con la que nos topamos a diario. Ese programa apuesta, entonces, por una recolocación de las escritoras rioplatenses (“esta vez estoy entre autoras por mi propia elección” nos avisa la editora que es autora), por la impugnación de la creencia en una escritura diferencial (y así esencialista) de una mujer (estigma sobre el que lucharon Victoria Ocampo, Sara Gallardo y hoy las chicas de este volumen), por la abolición del uso del lenguaje inclusivo (que tanto debate viene a traer hoy sobre los modos de enseñar la morfología desde las escuelas y que nos pone en alerta sobre el hecho de cómo los usos terminarán o no superando a las normas), y por la puesta en duda, al menos, de conceptos controversiales por gastados y que confunden: uno es el de “deconstrucción masculina” para el que se encuentra un sustituto humorístico (pero no burlón) derivado de las lecturas de infancia y adultez de la editora que es el de “hombrecitos improvisados de apuro”. Y, otro, el de “empoderamiento femenino” que reproduce fórmulas existentes que no llevan a buen puerto (como sería tener el poder) en vez de alentar la producción de discursos nuevos por propios y desobedientes. Esa crítica se ajusta al pedido que la antropóloga argentina Rita Segato le hace a los feminismos hoy: seamos muchos más inteligentes y justas, no construyamos a los varones como nuestros enemigos naturales pues el monstruo verdadero es el orden patriarcal; que no sea la mujer del presente y del futuro ese varón atravesado por el machismo que ya estamos dejando atrás.
Aun cuando nos encontremos en un momento de privilegio, con las calles reapropiadas, con las modificaciones en las relaciones vinculares que trajo la “revolución de las hijas” (en la votación en el Senado por la legalización del aborto la ex presidenta así lo enunciaba), con el ímpetu imparable de la demanda organizada y con conquistas ganadas que han cambiado para siempre los dispositivos de percepción y acción, no es para nada fácil vivir (y escribir, leer, formar pareja, habitar los espacios y los cuerpos) cerca de la revolución (sabemos, cómo no, que las revoluciones son tan fervorosas como incompletas, tan colectivas como desparejas, tan exuberantes como desprolijas). Las formas cada vez más radicalizadas de la revuelta feminista nos punzan a cada momento para no pisar el freno nunca más pero a la vez nos descolocan y nos dejan (pienso más que nada en las mujeres de mi franja etaria y no en las jóvenes que vienen menos viciadas) dubitativas o al descubierto, repitiendo conductas, gestos, quehaceres (como la protagonista del cuento de Leticia Martín que termina lavando los platos incluso después de que un familiar en una reunión le dijera como cierre de una discusión “Chupame la pija”), o añorando algunas formas (sólo algunas) del coqueteo y la seducción entre mujeres y varones.
La mesa de las presentadoras: Ana Grynbaum, Lucía De Leone, Daniela Dorfman y Ingrid Sarchman. A su lado, los editores Carlos y José María Marcos. |
Si ya logramos imponer el grito de las mujeres —que fue asociado con estados de chillonería, locura, histeria, aniñamiento y aturdimiento según las lógicas de un orden heteropatriarcal expulsivo y excluyente (Alfonsina fue la loba y la comadrita chillona, Salvadora fue la descentrada, Norah fue la nena, Victoria la cipaya, Silvina “la menor”, Sara “la rara”)— hoy la autocrítica constructiva de muchas mujeres antes que la deconstrucción, el humor y el señalamiento de todos los malestares que a las mujeres nos produjo la estupidez patriarcal antes que el empoderamiento inundan las letras. Si la legalización del aborto seguro y gratuito necesita de una política de estado que esté a la altura para que el aullido no quede en las calles, nos vemos también en la urgencia de desarrollar más políticas de la literatura como las que operan en Hombrecitos… para que el cruce, el intercambio o el tráfico de relatos de mujeres organizadas y unidas por la imaginación y la creatividad se expanda más allá de este libro y de las aguas del Plata.
(*) Presentación en la Escuela Freudiana de Buenos Aires (Cabrera 4422, CABA) el jueves 19 de septiembre de 2019.