Daniela Dorfman. |
Otra cosa es que les voy a spoilear un montón, lo siento —a los estudiantes les hago lo mismo, ¡me aman mucho! Voy a evitar revelaciones de finales, pero tengo un montón de citas para compartir con ustedes.
Primero le quiero agradecer a Ana por la invitación y felicitarla por la idea, que me encantó. Ella dice en su prefacio que el poder se toma, y me parece que juntar a 32 mujeres por sobre un río es como mínimo un buen comienzo.
Les voy a contar un poquito lo que me paso a mí con la lectura. Mi lectura de Hombrecitos… empezó con dos asociaciones y un equívoco. El equívoco fue que dije ¡Ay, escritura lúdica, satírica, desde el humor! Me voy a cagar de risa. No, más bien sufrí bastante, no voy a decir que lloré pero…
La primera asociación fue cuando leí en el Prefacio de Ana que ella empezó a experimentar el machismo con la publicación de sus libros. Ahí me acordé de una anécdota, que leí hace más de un mes.
Una escritora norteamericana, Rebecca Solnit, cuenta en Los hombres me explican cosas, que la invitan un día a una fiesta. Ella fue con una amiga. Cuando se están por ir un hombre la detiene: Me dijeron que escribiste una par de libros. Acá en Argentina un par puede ser 3, 4, 1. En Estados Unidos un par es 2. Entonces ella, que había publicado por entonces siete libros, ahora tiene quince, dice: Bueno, tengo unos cuantos, en realidad. Entonces el señor le pregunta: ¿Sobre qué son? Ella le empieza a contar sobre el último. Le dice el título del libro, que parte de la historia de un fotógrafo pero es una investigación sobre la industrialización, y estudia cómo cambia nuestra vivencia del tiempo y el espacio en la vida cotidiana. Cuando dice eso el señor la interrumpe: ¡Ah! ¿Conocés el muy importante libro que salió este año...? Le dice el mismo título del libro de ella.
Ella dice que se quedó tan atrapada en ese rol de ingenua que le estaban asignando que le pareció posible que hubiera salido un libro sobre el mismo tema, el mismo año, y que ella no se hubiera enterado y él sí.
El señor le empieza a contar el libro. ¡Es el de ella! Su amiga interrumpe al señor diciéndole: ¡Ese es el libro de ella! Pero el señor le dice: No, no. Este es un libro muy importante que salió reseñado en el New York Times. Entonces ella reflexionó sobre cómo hizo falta decirle 3, 4 veces: ¡Es mi libro! ¡Yo soy la autora del libro que me estás explicando! para que el señor no sé si lo entendiera, pero al menos dejara de insistir. Ella dice: Le estábamos desordenando tanto las categorías de su mundo que fue muy difícil para él ver lo que le estábamos diciendo. Entonces, con esta idea empecé yo a leer Hombrecitos…, pensando: Me voy a encontrar con este tipo de situaciones.
Lucía De Leone, Daniela Sarchman e Ingrid Sarchman. |
Voy a empezar a spoilear. Dice: “Terminó metiéndome desnuda en su cama. Yo me dejaba hacer, pero no lo tocaba. (…) Me deshumanizaba. (…) Siempre me decía que esta vez iba a decirle que no, pero me engañaba (…) me hacía la tonta conmigo, me dejaba emborrachar para que después fuera más fácil”. O “Ella cede su cuerpo a ese espectáculo unipersonal”. “¿Registrás algo más allá de vos? (…) ¿Cómo no te das cuenta de que te estás cogiendo a un cadáver?”.
Con el paso de este tipo de situaciones, que son muchas a lo largo del libro, me vino la segunda asociación, con el libro de Bolaño 2666, como de 1.200 páginas. Yo les digo a mis estudiantes que como me dedico a la literatura no tengo mucho tiempo de leer. Ellos se ríen, pero es verdad. Como era tan largo me resigné a hacer una lectura desordenada y lo empecé a leer en las vacaciones, hasta que llegué al capítulo de los crímenes. Como yo trabajo derecho y literatura mis amigos venían diciéndome leete la parte de los crímenes. Cuando llego ahí y veo que me faltan 10 días para empezar a enseñar otra vez y no voy a llegar a leer las 355 páginas de ese capítulo. Empiezo a leer, paso 3 páginas y es un femicidio atrás de otro, un rosario de femicidios. No hay historia alrededor. La descripción de uno, la descripción de otro. Lo llamo a mi amigo y le digo Decime que no son 355 páginas de esto. Pensé que me iba a aburrir. Mi amigo me dijo: Si querés te miento. Entonces me leí las 355 páginas. Lo que va pasando es que opera un mecanismo de acumulación que va haciendo que cambie por completo el significado de lo que estamos leyendo. Aunque son todos casos cada vez se pone más pesado y más difícil de creer, más indignante.
Una eficacia de Hombrecitos... me parece es la capacidad que tiene de generar ese mismo tipo de hastío y de sensación de inaceptabilidad. De que no es aceptable que eso esté ocurriendo. Nos permite visualizar la escala. La variedad de los textos es en todos los sentidos: distintas situaciones, edades, relaciones. Y en todos lados empezamos a encontrar lo mismo. Produce esta sensación de hastío que me parece saludable para actuar sobre eso.
Y también hay una serie de conflictos, de motivos y de tonos que se empiezan a repetir y que nos obligan a ver que no estamos hablando de excepciones, de interpretaciones subjetivas de eso que una de las autoras llama la “histeria paranoica en que tantos hombres ubican a las mujeres para desentenderse” sino de todo un imaginario, de modelos de relaciones que están funcionando detrás de todos estos distintos vínculos.
Me parece que eso se ve muy bien en el caso de las valientes que se atrevieron a asumir el lugar de enunciación masculino. Hay unas cuantas que trataron de ponerse en la cabeza de estos hombres, en el discurso, en el posicionamiento que los lleva a decir cosas como “Nunca son demasiado chicas, ya nacen queriendo.” O al mirar a su propia hija decir: “Lali, te salieron tetas, meloncitos duros como los de tu mamá”. O meterse en la cabeza de hombres que son guiados y gobernados por su pene. O que escriben cartas a las mujeres que les gustan explicándole qué aunque ellas no se den cuenta los quieren.
Esta total desestimación y desinterés por el otro, esta imposición de los deseos sobre el otro, encuentra su expresión en la frase que abre uno de los cuentos, que me pareció un hallazgo: “Me mandaron a hacer algo que me gusta”. Me pareció interesante porque ese “algo que me gusta” uno podría pensar que sería un atenuante, funciona como un agravante. Porque cuando me mandás a hacer lo que a mí me gusta, lo que yo haría por gusto, me estás robando hasta eso. Todo se transforma en hacer las cosas para otro por una orden que viene de afuera.
Voy a leerles un poquito: “Tampoco creo que mandar a una mujer a chupar pijas sea un insulto tan grave a esta altura de la historia. (…) Me resulta mucho peor que me manden a lavar los platos, por ejemplo. Porque esa sí es una tarea servil (…) Me mandó a chuparle la pija. Y yo (…) llevé los platos a la cocina y me puse a lavarlos”.
Esta especie de pequeña rebeldía, le parece peor que la manden a lavar los platos pero eso es lo que va a hacer porque es lo que no le mandaron hacer. Empiezan a aparecer estos relatos donde aparece la recuperación de la agencia femenina. De las mujeres que retoman y reconquistan ese poder, esa autonomía, y se van en medio de una discusión y dejan las papas en el horno o se van con la moto del otro a andar por la autopista. O, las más atrevidas y las más radicales, que invierten el juego y defraudan ahora ella las expectativas y los deseos de ese otro.
Para terminar me pregunto cuál es la política de este libro, que es satírico pero no es gracioso, y qué puede hacer la literatura por esa política. De qué manera es la literatura un dispositivo útil a la hora de leer y de modificar estos vínculos que 32 mujeres de 2 países sintieron el deseo o la necesidad, seguramente el gusto, de satirizar.
Quizá esa satirización del otro sea ya una toma de poder, una instancia de recuperación de cierta agencia. Queda entonces por pensar qué hacer con eso.
También voy a traer a Rita Segato, que en su discurso en la Feria del Libro elogió las virtudes de la desobediencia, el desvío, como aquello que hace historia y llamó a revisar los chips que nos programan y elegir cuáles descartar. Lo que propone es una politicidad femenina no principista sino pragmática, dirigida al aquí y ahora. Y para eso, dice, tiene que ser pluralista. La meta es un mundo radicalmente plural, alcanzable por la vincularidad, un proyecto de comunidad.
Ella caracteriza nuestro feminismo, hablando de Latinoamérica, lo diferencia del francés y del norteamericano, por una particularidad del feminismo latinoamericano: pertenece a un mundo donde la vincularidad es vital. Es un feminismo que le habla a un nosotros y a un nosotras, porque le habla a la sociedad toda.
Este libro que pone la lupa sobre los vínculos, las dinámicas de poder, los mandatos de la masculinidad, funciona como un distanciamiento. Uno de los cuentos dice: “Ahora se contempla a sí misma en la escena, inmersa en esa meta-realidad analítica, registra los acontecimientos como a través de una cámara. Ve una Paula con gesto cansado de asumir esa práctica tan poco masculina de explicitar el conflicto”.
Lo que hace este libro es distanciar la cámara, explicitar y experimentar con ese conflicto, con estos vínculos, que necesitamos modificar para conservar. Y da así el puntapié inicial de los cambios de estas violencias que, como dice Ana en su prefacio, son relegadas de la agenda de lo urgente pero que engendran una insatisfacción con la que ojalá sepamos producir una buena política.
(*) Presentación en la Escuela Freudiana de Buenos Aires (Cabrera 4422, CABA) el jueves 19 de septiembre de 2019.