Conversación con Fabián García en la que analizamos su primer libro de cuentos, La lengua de los geckos, nos adentramos al mundo de la literatura de terror y sus vicisitudes contemporáneas.
Por Francisco Rapalo para Terror.Com.Ar
Francisco Rapalo: —Tu libro de cuentos La lengua de los geckos (Editorial Muerde Muertos, 2019), tu primer publicación, se instala firmemente en el género de terror. He leído en otras entrevistas que escribir dentro de un género fantástico como este te planteó ciertas dudas debido a los prejuicios que lo rodean. Sin embargo, tu obra se enmarca dentro de una tradición fuerte, el fantástico rioplatense, el terreno de los más grandes de nuestro país, la mayoría de ellos casi exclusivamente cuentistas, y grandes influencias para tu literatura. ¿Cómo es continuar con el legado de Saer, Ocampo, Borges en el siglo XXI? ¿Lo pensás en esos términos? ¿Ves mundos paralelos entre tu obra y la de estos autores?
Fabián García: —Me fascinan la literatura oscura, los cuentos de fantasmas del siglo XIX, el weird; pero es cierto que ser catalogado como escritor “de terror” me genera algunas dudas, me parece que puede reducir el foco a través del que te miran. Mis cuentos no van detrás de monstruos convencionales, no escribo sobre zombies que atacan shoppings. No me interesa el terror de serie televisiva yanqui. Aunque lo retorcido y oscuro me tiran fuerte, trato de darle otra vuelta a la cosa. De todas formas, lo extraño va a estar siempre en lo que haga, porque lo disfruto y en un punto me resulta inevitable. Por ejemplo, estoy ahora con una novela satírica que empezó con peripecias realistas, probables, y de a poco se fue “retorciendo”. Ahora hay gente que se tira de un décimo piso y en lugar de morir adquiere poderes, que después levita, etcétera. Mi imaginación marcha por ese camino, pero no con la idea de causar miedo necesariamente. De hecho si bien la mayoría los cuentos de La lengua de los geckos son extraños y crueles, muchos no tienen en realidad la intención de asustar. Algunos de los “monstruos” son más tiernos o cómicos que atemorizantes. Sorprender y extrañar es lo que quiero. Que las imágenes de mis cuentos sean tan fuertes que se graben en la memoria y que las tramas sean originales (cosa casi imposible a esta altura de la historia); ese es mi objetivo. Es bastante probable que no lo logre, pero creeme que me esfuerzo mucho en conseguirlo. En cuanto a continuar el legado de bestias como las que nombraste… caramba, creo que estoy muy por debajo de esas personas como para continuarles nada. Saer mucho no me gusta, pero a Borges lo admiro muchísimo, y me enervo cuando algún otario lo califica como “miniaturista” o “gran autor menor” solo porque nunca escribió novelas. Para mí es un genio, pero no veo, al menos hasta ahora, paralelos entre su obra y la mía. Quizás algún día le copie algún clima, alguna referencia a los laberintos o las paradojas, que me fascinan, pero por ahora no me animo. Me inhibe el solo pensarlo.
FR: —A veces los paralelismos son más bien líneas perpendiculares, mundos tocándose con otros muchos mundos. El weird y el pulp tienen una presencia muy fuerte en cuentos como el que le da nombre al libro, “La flor lejana” y “El pliegue iterativo”. Lucas Berruezo los define como terror biológico. Estos tres cuentos funcionan casi como un catálogo de horrores, una enciclopedia de lo que no queremos saber; durante la lectura, uno se imagina al autor investigando datos curiosos, anotándolos con una sonrisa macabra en una libretita secreta. ¿Qué tan fiel es ese retrato? ¿Cómo surgen tus cuentos, cómo es ese proceso?
FG: —Esos cuentos están entre los primeros que escribí para el libro, y tienen que ver con tres cosas. Primero, con las tramas extravagantes de las historias pulp y el cine clase B que disfruté tanto de chico. Segundo con la ciencia ficción al estilo de H. G. Wells, interesada en lo biológico y social, distinta de la hard science fiction que vino después, demasiado centrada en las máquinas. Y tercero, con la ciencia a secas. Yo estudié Psicología, pero hoy creo que me debí meter en Biología. Me fascinan los insectos y los animales pequeños en general. En la terraza tengo geckos, que a veces entran a la habitación a través del taparrollos. Así que eso de los ruidos extraños por la noche y los formas verdosas correteando por la pared están sacados de mi propia experiencia. Respecto de “El pliegue iterativo” me interesa mucho el tema de los viajes en el tiempo, los llamados “agujeros de gusano”, así que ahí mezclé un poco de eso con insectos; hormigas carnívoras en este caso. Al monje japonés lo inventé, pero lo de que hay matemáticos que estudian los origamis es real. Sí, investigué para los tres cuentos, tomé notas, y fue muy divertido. No tengo libreta, pero sí archivos Word caóticos, que solamente yo puedo entender, donde voy anotando cosas. Incluso pedí asesoría en algún caso: algunos detalles de “El pliegue iterativo” me los sugirió Guillermo Martínez, que además de brillante novelista es doctor en Matemática. Fue mi asesor de lujo. Y volviendo a lo de los horrores, sí, me encanta que esos horrores estén bien cerca, donde parece que no hay ninguno, donde no debería haberlos. En un lagarto diminuto, en una flor, dentro de un origami; disfruto más imaginando eso que un horror gigante llegado en una nave espacial.
FR: —Querría sumarle a estos cuentos, dentro de sus muchas cualidades, el desarrollo de sus personajes: obsesivos, infelices, distantes de la realidad y muchas veces de la acción (“El lápiz”, por ejemplo), pero siempre aterrados/aterradores. ¿Te interesa, como tantos otros autores contemporáneos del género, un literatura de los personajes más que de los sucesos? ¿Cómo te sentís, identificado o des-identificado, con el trabajo de tus pares actuales y sus preocupaciones literarias?
FG: —Es cierto, los personajes del libro son todos solitarios, y en general los hechos los sorprenden, les pasan por encima. Pero no creo que estén siempre distantes de la acción. El personaje de “El lápiz”, si bien mira las cosas a la distancia, en un punto hace un intento de modificar las cosas que parece fracasar pero no es tan así, porque influye en la conducta de la nena que observa. Y el tipo de “Un último abrazo” planifica lo que va a hacerle a su cuerpo, no le ocurre por accidente. Son personajes distantes a las convenciones de la mayoría, que viven la realidad cotidiana como algo extraño y doloroso, pero no tuve la intención de analizarlos. Al contrario, lo que me importó todo el tiempo fue la trama, el clima que esta podía generar, y como cierre, de qué forma impactaba todo eso sobre los personajes. No me interesa una narrativa de puro personaje, no creo que existan personajes lo suficientemente interesantes que puedan brillar sin una historia que los ayude. Si sos un narrador genial, puede ser que te quede bien igual, pero en general esas búsquedas no me interesan. Además, soy muy clásico en mis gustos. Me gustan Stevenson, Conrad, Maupassant, los grandes contadores de historias. Fijate que incluso que en Lovecraft, con sus protagonistas tan extraños y perturbados, lo que importa es la historia, las peripecias, no la estructura psíquica del personaje. Confieso que no leo mucho a mis pares (me resulta extraño usar la palabra “pares”, porque soy nuevo en el ambiente, no conozco casi a nadie y me conocen aún menos), en general leo cosas que ya tienen sus años. Con frecuencia cientos de años. Me gusta esa sensación de meterme en la máquina del tiempo que me da leer un libro viejo, y uno nuevo no. Igual estoy más o menos al día, pero la gente a la que leo no es de la que milita en supuestas vanguardias anti-trama, o de los que escriben mal a propósito, porque ahora parece que eso queda bien. Si quiero entrar en contacto con un castellano degradado y con frases ampulosas pero sin sentido último, salgo a la calle o miro el muro de Facebook. El escribir o leer prefiero un castellano bonito.
FR: —Para cerrar, y retomando un poco lo anterior, ¿qué libro de terror me recomendás, y como intermediario, a todo el que lea esta nota? ¿Qué te interesa, como escritor, de ese libro?
FG: —Con tu permiso, voy a recomendar a más de un autor y a su obra en general. Empiezo por M.R James, un anticuario inglés que escribió los mejores cuentos de fantasmas que leí en mi vida, y fue muy admirado por Lovecraft. Maneja a la perfección el clima del cuento, que nunca es del todo ominoso, siempre es relajado al principio, por lo que las nubes negras resaltan más cuando aparecen. Además evita el regodeo en lo truculento: sus fantasmas y monstruos aparecen en unos pocos renglones del relato, pero creeme que con eso alcanza y sobra. Cualquier cosa que encuentren de él va a ser excelente. Un poco más acá está Robert Aickman, inglés también, que escribió “historias extrañas” (así las llamaba él mismo) de una sutileza formidable. También hay fantasmas en sus cuentos, muchos de ellos tomados de la mitología celta. Son dos maestros del género, dos exquisitos de los que se disfruta y aprende mucho. Y por estas tierras me gustaría recomendar pioneros del género, que escribieron excelentes cuentos fantásticos y oscuros hace ya un siglo: Víctor Juan Guillot y Raimunda Torres y Quiroga. Hace pocos años algunos editores valientes los rescataron del olvido, y hoy se pueden conseguir sus libros. Menciono a estos autores porque escribieron cuentos de formato clásico y recurrieron a tópicos que quizás se hayan convertido en lugares comunes al día de hoy, pero que ellos manejaron muy bien en su tiempo. Para el que escribe y quiere entender mejor la estructura de un buen cuento, el manejo de los personajes y los climas, estos autores van a ser muy útiles. Creo que, como en todo, hay que conocer el pasado para entender el presente. El terror literario no empieza y termina en Stephen King, por muy bien que me caiga el señor de Maine.