Por José María Marcos | Especial
para Insomnia N° 254 | Junio de 2019
Entre las
novedades del 2019, el sello argentino Muerde Muertos publicó el libro de
cuentos La lengua de los geckos de
Fabián García, un conjunto de diez relatos atravesados por manifestaciones de
horror cósmico en pleno territorio bonaerense. Nacido en 1973 en la ciudad de
Buenos Aires y actualmente domiciliado en Ramos Mejía, el autor es un declarado
admirador de Jorge Luis Borges, Franz Kafka y Edgar Allan Poe, y se formó en
los talleres literarios de Osvaldo Bossi, Walter Cassara y Guillermo Martínez. La lengua de los geckos forma parte de
la Colección Muertos, dedicada al terror, y ya se presentó en la Biblioteca
Nacional Mariano Moreno de Argentina y en el espacio Zona Futuro de la 45°
Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, junto a otras novedades del
sello: Mujer deshabitada, de María
Sola, y Mil veces metí la pata, de
Martín Etchandy. En diálogo con INSOMNIA,
Fabián García habló de su formación, la poesía y la prosa, el universo de
Lovecraft, las distopías, el cine, sus preferencias y lecturas, entre otros
temas.
—Asististe
a los talleres de poesía de Osvaldo Bossi y Walter Cassara. ¿Qué te dieron
estos maestros?
—Llevo años
sin escribir poesía, y es dudoso que vuelva a hacerlo, porque hoy mi búsqueda a
la hora de escribir es otra. Sin embargo, creo que haber trabajado sobre la
sonoridad y el ritmo, algo que la producción de versos te obliga a hacer,
haberme esforzado durante años en lograr ese habla musical que es la poesía,
hoy mejora mi prosa. Le debo esa adquisición a Osvaldo y a Walter, de quienes
guardo un excelente recuerdo. Me facilita lograr matices, fortalecer imágenes o
condensar cuando hace falta. La contracara es que me predispone a veces a
excesos líricos, a “torres de marfil” que aparecen de pronto en medio del
cuento y que no aportan mucho a la trama.
—En
narrativa trabajaste tu prosa con Guillermo Martínez. ¿Qué aprendiste con él?
—Pasé por
varios talleres de narrativa, algunos, tengo que decirlo, lamentables. El único
que realmente me ayudó, y mucho, fue el de Guillermo. El tipo es matemático, y
se le nota en todo: es meticuloso, preciso, no te deja pasar una... no está, a
dios gracias, aquejado del “buenismo” de otros profesores. Algo que me parece
fantástico, porque yo no voy a un taller para que me palmeen la espalda, sino
para que me ayuden a escribir mejor. Con él aprendí a reforzar la trama (yo soy
muy pro-trama) y a leerme con mucha distancia crítica, como si mis cuentos
fueran los de otro. Ah, y ya que estamos, también a cercenar los excesos
líricos de los que hablé antes.
—En la
contratapa de la edición del sello Muerde Muertos, el propio Guillermo Martínez
dice: “Herederos lejanos de Ambrose Bierce y de Lovecraft, y tendiendo lazos de
sangre con el más reciente horror argentino de Samanta Schweblin y Mariana
Enriquez, los cuentos de Fabián García y sus monstruos extraordinarios se alzan
sin embargo en un espacio propio, personalísimo, como invenciones germinadas en
otros mundos que extienden sus nervaduras y dan sus extraños frutos carnívoros
en éste”. ¿Qué sentiste al leer que un autor consagrado argentino hiciera esta
consideración pública?
—Caramba... fue una mezcla de asombro,
orgullo, pudor y extrañeza. Casi creí que se refería a otro al principio.
Después de la sorpresa, me vino un calor muy lindo al pecho. Que semejante
escritor piense eso de mis cuentos es muy reconfortante. Dan ganas de escribir
más y mejor.
—Te
declarás devoto de la ficción distópica y del relato de horror (en especial del
siglo XIX). ¿Por qué motivos?
—En cuanto a
los relatos de horror, mi etapa preferida es la que abarca la segunda mitad del
siglo XIX y la primera parte del XX. Ahí están los cuentistas que más me
impactaron: Le Fanu, Maupassant, Conrad, Stevenson, Saki, e “inspiradores” de
Lovecraft como MR James, Blackwood o Arthur Machen. Hay una intensidad, una
tensión dramática en los cuentos de esa época, una capacidad de transmitir
horror con unos cuantos trazos sutiles, sin enchastrar la página de sangre y
vísceras (los fantasmas de MR James aparecen en cuatro o cinco renglones de
todo un cuento, y con eso alcanza y sobra), que me fascina y admiro. No creo
conseguir lo mismo ni de lejos, pero me encantaría lograrlo. Y las distopías me
parecen la mejor manera desde la que la literatura puede hablar del presente.
Soy fanático de Un mundo feliz de
Huxley y de 1984 y Rebelión en la granja de Orwell. Es
curioso que a esta última alguna gente la lea como a una pequeña fábula, cuando
en rigor es una distopía también, tan oscura como 1984. Pero cuidado, que también hay literatura distópica que
usualmente no se promociona como tal. Novelas de Houellebecq como La posibilidad de una isla o Sumisión son distópicas, en especial
esta última.
—Admirás
a Borges, Kafka y Poe. ¿Podríamos contarme qué te gusta de cada uno?
—Con Borges
enloquecí a los quince años, gracias a Pagani, mi profesor de Lengua y
Literatura. Él nos leyó “Las ruinas circulares” y “La casa de Asterión” y a mí
me explotó la cabeza. Llegué a saberme de memoria el de Asterión, y recuerdo
que en un pared de mi pieza dibujé un laberinto enorme, en cuyo centro estaba
el Minotauro. Borges supo decir tonterías cuando le dio por hablar de otras
cosas, pero a la hora de escribir ficción fue insuperable, portentoso. Nadie
como él para condensar una historia inmensa en diez carillas, para inventar
mundos y paradojas, para dejarte pasmado y feliz al terminar uno de sus
cuentos. Es tan bueno que es inimitable, y se lo puede releer una y otra vez
sin que aburra nunca. Me gustan todos sus cuentos, todos, pero si tengo que
elegir me quedo con “Las ruinas circulares”, “Utopía de un hombre que está
cansado “ y “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”. De Kafka me gustan las narraciones
más breves. Son fábulas oscuras, cargadas de simbolismos no siempre
asimilables, detrás de los cuales a veces hay un humor muy raro, aunque cuesta
imaginar a Kafka sonriendo. Mis preferidas son “La metamorfosis”, desde ya, y
también los cuentos “Un médico rural” y “Chacales y árabes”. De Poe me encanta
el tono mórbido, y cómo toma elementos de la literatura gótica para mejorarlos,
para llevarlos a un nivel de mayor complejidad. Leés sus cuentos y es como si
te hundieras en la pesadilla de un afiebrado, algo parecido a lo que me pasa
cuando leo a Quiroga. Mis relatos preferidos suyos son “La caída de la casa
Usher” y “La verdad sobre el caso del señor Valdemar”.
—La
lengua de los geckos está plagado de
solitarios y de monstruosidades, dos elementos característicos en la obra de
Howard Phillips Lovecraft. Hay además un cuento que se llama “Profundo”. ¿Cuál
es tu relación con el creador de los mitos de Cthulhu?
—¡El gran
Howard, claro! El tipo que tendió el puente entre el viejo cuento de horror y
la ciencia ficción, que creó una cosmogonía que todavía da que hablar, no sólo
a literatos, el que ideó el “negativo” de los mitos tradicionales del Dios
Creador (Azathoth) y de la Diosa Fecunda (Shub-Niggurath), y que todo lo hizo
desde desacreditadas revistas pulp, sin acceder nunca a un respetable libro de
tapa dura, a un premio, una beca... nada. Un tipo con una constancia y un amor
a su arte formidables. Lo admiro mucho, me parece que está más vivo que nunca y
que todavía hay mucha tela para cortar de las monstruosidades que inventó. Me
da pena que la mayoría, al tratar de seguir su senda, se quede con Cthulhu nada
más, y repita nombres y escenarios. Hay montones de cosas más ingeniosas que se
pueden hacer. Si cruzás ese universo con las novedades asombrosas e
inquietantes de la ciencia actual, tenés para doscientas novelas. Pero en lugar
de mirar hacia la ciencia, sus continuadores suelen adoptar un enfoque ocultista
y maniqueo que puede estar en el primer Lovecraft pero no en el último, que es
de lejos el mejor, el verdadero.
—Se
nota una fascinación por las ideas científicas. ¿Cuál es tu relación con este
universo?
—Si no
padeciera de este amor inclaudicable por la inconstancia, me hubiera convertido
en biólogo. Me fascina la ciencia, al punto que prefiero un artículo científico
a buena parte de la literatura actual. Entre un Salieri de Aira y un paper sobre epigenética, ni lo dudo. Siento
una atracción especial por lo pequeño: la nanotecnología, las bacterias, los
insectos. Admiro tanto a Lynn Margulis (una bióloga que revolucionó la forma de
entender las células y cuestionó el dogma neodarwinista) como a los escritores
que mencioné antes.
—El
escritor Lucas Berruezo, durante la presentación del libro en la 45° Feria
Internacional del Libro de Buenos Aires, destacó que tenés una serie de cuentos
que podrían ubicarse en un “fantástico biológico”, en relación a “La lengua de
los geckos”, “La flor lejana”, “El pliegue iterativo” y “Luli”. ¿Cómo nació la
creación y la inclusión de esta fauna y esta flora asombrosas?
—Me encantó
la definición de Lucas. Nace de mi amor por lo pequeño y raro, por esos
monstruos diminutos que nos rodean. Yo en casa tengo geckos, que alguna vez se
pusieron a corretear por las paredes de la habitación haciendo ruidos curiosos,
como de ametralladoras de juguete, y confieso que me asustaron un poco. También
me gustan las plantas (en especial los cactus, porque algunos me recuerdan a
manos de aliens) y los bichos que te encontrás en un jardín: hormigas, arañas,
etcétera.
—Tus
relatos están plagados de imágenes. ¿Te imaginás alguno filmado? ¿Cuál y por
qué?
—No te das
ni idea de cuánto me gustaría ver alguno filmado. Amo el cine... ver alguno de
mis cuentos filmado sería un placer inmenso. Me encantaría ver así a “La lengua
de los geckos” o a “Profundo”, quizás porque tuve imágenes muy fuertes sobre
cada escena cuando los escribí. Vi los colores, las sombras... aunque no creo
que sean fáciles de llevar a la pantalla.
—Si
tuvieses a disposición un presupuesto ilimitado, ¿a quién elegirías de
director/a y protagonistas?
—Voy a
agregar otra imposibilidad al planteo: voy a elegir a un muerto. A los dos
cuentos los quisiera ver dirigidos por Masaki Kobayashi, el que dirigió Kwaidan y Harakiri, dos de las películas más estremecedoras que vi en mi
vida. O si no (si el muerto no acepta) a Lars von Triers, otro loquito querido.
Y ya que estamos, de protagonista elijo a su actriz fetiche: la tremenda
Charlotte Gainsbourg.
“KING LOGRÓ HACERME SENTIR VERDADERO MIEDO”. “King logró hacerme sentir verdadero miedo, erizarme la piel mientras leía, muchas veces. Es algo que, lamentablemente, no me pasa seguido —contó Fabián García, autor de La lengua de los geckos—. Recuerdo el pasaje de Cementerio de animales en el que el gato vuelve de su tumba, o cuando Danny de El resplandor juega solo entre las figuras talladas en césped, y le parece ver a otro niño... miedo, miedo de verdad fue lo que sentí entonces . King es un magnífico creador de climas. Las que nombré son mis novelas preferidas, pero me gustan muchos de sus relatos de la primera época también: ‘El Cadillac de Dolan’, ‘Hay que aguantar a los niños’ y ‘Soy la puerta’, por ejemplo”.
“KING LOGRÓ HACERME SENTIR VERDADERO MIEDO”. “King logró hacerme sentir verdadero miedo, erizarme la piel mientras leía, muchas veces. Es algo que, lamentablemente, no me pasa seguido —contó Fabián García, autor de La lengua de los geckos—. Recuerdo el pasaje de Cementerio de animales en el que el gato vuelve de su tumba, o cuando Danny de El resplandor juega solo entre las figuras talladas en césped, y le parece ver a otro niño... miedo, miedo de verdad fue lo que sentí entonces . King es un magnífico creador de climas. Las que nombré son mis novelas preferidas, pero me gustan muchos de sus relatos de la primera época también: ‘El Cadillac de Dolan’, ‘Hay que aguantar a los niños’ y ‘Soy la puerta’, por ejemplo”.