Reseña de Manual sadomasoporno (ex tractat) de Alberto Laiseca. Ilustrado por Carlos Marcos. Diseño: Mica Hernández. Prólogo: Carlos Marcos y José María Marcos.
Por Nicolás Ferraro | 7 de noviembre | Evaristo Cultural
Manual sadomasoporno fue publicado allá por el 2007 por Carne Argentina cuando incursionaron —brevemente— en el mercado editorial. Los Muerde Muertos, alumnos de Alberto Laiseca, rescatan el trabajo de su maestro.
Una obra en la que el límite entre perversión y fantasía se difuminan gracias a la prosa de Lai donde el grotesco, el humor, la picardía salpican acá y allá lo que, leído de otra manera, podría ahuyentar o repeler al lector, y donde la figura de Lai sirve como un marco que ampara y hace, a su vez, de garante. En ese borde juega esta historia que empieza como una serie de tips —siempre el placer al final, y donde el orgasmo parece enemigo del dolor—y termina deviniendo en una historia de amor y pérdida, una oda al cuerpo donde se amó y gozó. El abandono y uno queda enroscado en el alambre de púas dando patadas. El Pampa y la vía laisequeano.
Ser convencional es una de las formas más trascendentes de la estupidez.
Y por eso, el autor, el diferente, incluso para amar, donde ese juego de cosquillas y toqueteos, donde más que compartir certezas juega con el lector para que cada uno se plantee sus propios límites de violencia, sexo, las maneras en que nos lastimamos y nos queremos, llegando a momentos en los que es difícil separar tortura de goce. Y donde la inocencia parece el único lugar desde el cual concebir la felicidad.
La mujer ideal existe. Es la que te da bola.
Los dibujos de Carlos Marcos acompañan el clima de estos relatos, aquellos que aparecen en los márgenes mientras no estamos pensando en nada, y que terminan proviniendo desde el inconsciente, garabatos, algo que hicimos como si solo fuera para nosotros mismos.
El sadomasoquismo que no queda en la cama. El humor de los primeros textos y reflexiones se agrieta hacia el final con una nostalgia de los cuerpos perdidos.
Los comienzos no. Pero los finales siempre son eternos.
Mi tragedia no es que me hayan abandonado. El horror recién comienza ahí donde ves que ellas, todas, salieron intactas de vos. Sin modificaciones.
Y ese texto que iba en chiste, termina siendo, como dice el autor, una historia de amor. Y todo aquello que quiso cubrirse bajo la tela de chiste o el humor fueron solo la costra por encima de la cicatriz. Lai nos brinda en este texto dos sonrisas diferentes. La que nos saca una carcajada y esa con la que recordamos a los momentos que —sobre— vivimos.