Alejandra Tenaglia debuta en la literatura con una novela que transita varios géneros. Va de lo claramente autobiográfico a lo histórico y el thriller. Tenaglia despliega muchos recursos para conseguir que esa variedad de herramientas literarias no se transformen en una cacofonía sin armonía alguna. El libro mantiene el ritmo en todo momento, deteniéndose en los detalles sórdidos de un pueblo del interior del país, donde el tiempo y, sobre todo, la vida de sus habitantes parecen haberse cosificado para siempre. Lo que Victoria Tell, protagonista de la novela, percibe como un museo abandonado.
La mujer regresa al pueblo luego de haberse establecido durante diez años en Capital Federal. Ese exilio es consecuencia de una tragedia familiar y de fantasmas personales que la atormentan. Pero la enfermedad de su madre la obliga a volver a su pueblo y a enfrentarse a un pasado que consideraba enterrado. En ese reencuentro la protagonista sostiene: “le temo al pueblo, a su condición de cofre, a su posibilidad de encerrarme”. Releyendo sus diarios personales y los escritos de su juventud, Victoria comienza a digerir y a expulsar eso que la había mantenido en un estado de apatía depresiva durante una década. El regreso, en realidad, la conmina a superar el miedo que la atenazó siempre. Es en ese pueblo sin vida donde Victoria reconstruye su existencia, sirviéndose para eso de los fragmentos y pistas que dejó tras de sí.
Viaje al principio de la noche es un excelente debut que se ralentiza por algunos excesos en la inserción de largos exordios históricos y de algunos experimentos poéticos que no terminan de cuajar. Sin embargo, la novela mantiene en vilo y el desenlace justifica las aparentes vaguedades del comienzo del libro.