Reseña de Strip-tease: traducción visual, de Enrique Medina, con la participación de 40 artistas visuales (Muerde Muertos, 2017). Novela gráfica, 140 páginas. Edición: Mica Hernández, Carlos Marcos, José María Marcos e Isidoro Reta Duarte.
Escribe Fernando Farías para La Palabra de Ezeiza
En 1972, Enrique Medina (Buenos Aires, 1937) sacudió el panorama de la literatura argentina con su célebre novela Las tumbas, en la que denunciaba el maltrato y las vejaciones en los reformatorios de menores. Cuatro años después, apareció Strip-tease, reflejando las relaciones de dominación y poder del submundo porteño, en una sociedad donde estaban lejos el #NiUnaMenos, el #TooMe o los #8M. Época de grandes censuras y persecución a cualquier expresión disonante, la novela fue inmediatamente calificada de “exhibición limitada”.
Desde entonces, pasaron más de cuarenta años entre decenas de libros, traducciones y adaptaciones al cine y teatro. Para ver una segunda edición, hubo que esperar hasta el año 2010, y mientras tanto, Strip-tease se convirtió en una obra de culto.
La editorial Muerde Muertos se propuso hacerle justicia al mito presentando Strip-tease: traducción visual (2017), donde cuarenta artistas se encargaron de ilustrar los cuarenta capítulos originales. Participaron de este homenaje Antonio Seguí, Juan Carlos Virgilio (Carpincho), Geraldine Guterman, Darío Lavia, Gustavo Nemirovsky, Ana Vargas, Naty Menstrual, Christian Mallea, Lara Silisque, Alejandro Kaplanski, Esteban Serrano, Balaoo, Roly Schere, Demián Rugna, Dr. Mateo, Diego Axel Lazcano, Milio, Nicolás Prego, Renée Cuellar, Claudio Mangifesta, Arturo Desimone, Paloma Grillo, Esteban Sterle, Gisela Aguilar, Jorge Capristo, Hernán Conde De Boeck, Patricia Benedicto, Carolina Krupnik, Leo Batic, Maru Ceballos, Martín Klein, Karen Pacheco Echeverry, María Ibarra, Mauro Gentile, Antonio Barragán, Jorge Mallo, Lautaro Dores, Laura Ojeda Bär, Ezequiel Dellutri y Alejandro Marcos. Cada imagen está acompañado por un fragmento representativo del capítulo.
La edición presenta la serie de citas originales (que pueden tomarse como un plan de lectura propuesto por Medina) y contiene un prólogo de los hermanos Carlos y José María Marcos que hecha luz sobre el indisociable contexto en el que fue publicada la novela, su gravitación en torno a la literatura erótica, un resumen de la trama y una valoración sobre el legado de Enrique Medina.
La historia es tan simple como atrayente: El Pichón, un joven que llega a Buenos Aires desde el interior del país, junta en una cajita montones de recortes del periódico con avisos de cabaret, cines porno y demás antros. En medio de sus correrías se cruzará con El Maestro (viejo conocido en los sórdidos rincones que tanto le llaman la atención), quien lo introducirá en La Cofradía, una juntada pintoresca y exótica que él mismo lidera. Los personajes que integran dicho grupo merecerían un párrafo aparte, y sólo hace falta mencionar algunos apodos para darnos una idea del porqué: Palangana, El Descuajeringado, Don Poroto, Peluquín Andante, Injerto de Mojarrita, etcétera. Es entonces cuando comienza la verdadera aventura de El Pichón, que consistirá en recorrer cada inmundo y sórdido reducto donde una mujer se quite la ropa, y practicar el viejo arte de masturbarse o —citando la edición original— “manipularse”. El lenguaje elegido refleja la misma degradación del mundo retratado y nos transporta a un costado velado de las relaciones de una ciudad de Buenos Aires de los años 60 y 70.
Strip-tease: traducción visual se nutre tanto de los fragmentos clave como de las ilustraciones, creando un híbrido a mitad de camino entre la novela gráfica y la tradicional, lo que constituye una gran oportunidad para el lector que busca narraciones extraordinarias y diferentes.
Quien se adentre en estas páginas descubrirá un conjunto de artistas visuales tan heterogéneo como fascinante, al que vale la pena seguirle el rastro. Cada ilustración, a su vez, es una ventana por donde espiar a los universos más ricos y postergados de la literatura argentina. +Info