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Página/12: Viaje al principio de la noche

Por Enrique Medina, Página/12, 8 de febrero de 2018

Henry Miller, Alfonsina Storni y Jorge Luis Borges.
Batifonderos, ingresan a la confitería Las Violetas. Festejan a Alejandra Tenaglia, una fiel lectora de ellos que, con la publicación de su primer libro: Viaje al principio de la noche, dejará de ser sólo lectora para convertirse en escritora. Alborotados, derrochan júbilo. Juntan mesas. Allan Poe, continúa el tema que venían abordando: ¿conviene casarse o no, es mejor vivir juntos o no, hay que ser fiel o no?... El mozo, en el cruzamiento de voces logra desenmarañar el pedido de cada uno. Marta Lynch la abraza y besa augurándole un éxito impetuoso. Hemingway comenta el programa de televisión de la noche anterior. Dostoievski, algo desubicado con cara tan dramática, cree que la posición del sexólogo fue demasiado formal, poco jugado. Se alarma Marcel Proust de cómo se le ha pasado el tiempo: “Volando, volando, ¿viste?, qué cosa, che...”. Cargándolo, Victoria Ocampo le aconseja ir a un gimnasio y hacer pilates, así arrancás con el octavo tomo. No pudiendo con su genio militante, Juana Manuela Gorriti baja línea sin rubor: “Es innegable que el país está colonizado, mentalmente estamos colonizados ¿entienden?, y los servicios de inteligencia complotan recibiendo órdenes de la Banca Mundial...”. El mozo deposita el pedido disimulando a la insistente Oriana Fallaci, que lo mira y se relame. Shakespeare no pierde la oportunidad y bromea con la insistencia de Violette Leduc también mirando al atractivo mozo. Las damas se arrebollan secretas y evalúan gustos y medidas sobre el pene del mozo. Virginia Woolf es contundente: “Cortita, como giro de laucha”. Ríen. Alfonsina Storni cuenta que “estas navidades los malditos cohetes y las cañitas voladoras explotaron tan fuerte que los perros se metieron bajo la cama, y Horacio Quiroga me dice: che, ¿y la “vieji”?, le decimos vieji a la perrita, por lo viejita, le digo: no sé, entonces él va al balcón, y vuelve con la cara violeta y me dice: ¿dónde está la vieji?, y le digo, en su casita del balcón, me dice, no está, y vamos al balcón, nada, se me ocurre mirar abajo y ahí estaba estampillada en la vereda, la pobre se había suicidado por los ruidos de los ¡cohetes de mierda!, podés creer... Anaïs Nin, levanta los hombros, como que fue simplemente un año más; “salvo que me puse a hacer huevos duros y suena el teléfono, era Henry Miller, y hablando y hablando se nos fueron las horas porque hablando el pelado me calienta, y empiezo a sentir olor a quemado, ¡estaban los huevos saltando hasta el techo!, se me llenó de humo la casa, no sabés, los huevos ¡negros! pegados en la cacerolita, tuve que abrir puertas y ventanas pero ¡todavía hay olor a hiena muerta!”. Emily Dickinson también tiene experiencias hogareñas: “Escucho ruidos en el ventanal del dormitorio. Me di cuenta de que un pájaro desvelado había perdido el rumbo y se chocaba en el vidrio. Me acerqué para verlo golpearse, y ¡paf!, el bicho da contra el vidrio, pero no era que chocaba desde afuera, ¡chocaba desde adentro del dormitorio!, quería salir el pobrecito, había entrado cuando abrimos por el calor, y en el rincón veo un bultito iluminado por la luna, es un pichón de gorrión, dije, y prendo la luz para que saliera, ¡era un vampiro!”..., bah, un murciélago, el miedo que me agarró ni te cuento, lo despierto a Cervantes y me dice, estás loca, y yo me voy a la cocina y traje todos los aerosoles y baygones, y él abrió el ventanal y los dos inundamos la pieza con esos cucarachicidas, miramos bajo la cama, dimos vuelta todo, sacudimos las cortinas, pero el vampirito no apareció, y quedamos convencidos de que cuando Cervantes abrió el ventanal el bichito se había escapado sin que lo viéramos, así que cerramos y fuimos a tomar unos mates hasta que no hubiera olor; Cervantes puso un ventilador y se tiró a dormir, entonces cuando la habitación estuvo algo respirable también me acosté, eso sí, por si el bichito hubiera quedado adentro, me puse la bombacha porque estos animalitos acostumbran esconderse en cualquier escondrijo, viste, y no quería tener sorpresas...”. Carcajadas cacofónicas. Emily continúa el relato: “¿Saben?, en la noche, me levanto a orinar, de un tirón, saltando al parquet, y salté, y con el talón, paf, reviento algo y pego tal grito que Cervantes, que justo estaba escribiendo sobre el pedo que se tira el León enjaulado, casi tira el velador, yo había reventado al vampirito, Cervantes se puso loco, me desinfectó el pie, la pierna, me obligó a meterme bajo la ducha, con bolsitas de plástico fue levantando al bichito como si fuera caca de perro y lo tiró al inodoro, ¡y me arruinó el parquet porque mientras me bañaba él limpió con lavandina, ¿pueden creer?...”. Hablan de sexo y Erica Jong cuenta que cuando tuvo un roce con Freud, él le explicó que Dios había inventado el sexo para tenernos agarrados de las pelotas y los ovarios... Gabriela Mistral señala que ése es un pensamiento machista, y justamente del enfermo de Freud, qué se puede esperar... Balzac astilla el silencio: “Otro año, no puedo creer lo rápido que se me pasó”. Todos coinciden y se miran emocionados. María Esther de Miguel se hace la dura: “Este año no lloro, lo juro”. Victoria Tell, protagonista de Viaje al principio de la noche, recuerda el motivo que los convoca y reclama que Tenaglia, su autora, hable. Ésta, conmovida, agradece a la Editorial Muerde Muertos por jugarse al publicar su primer libro y jura su afiliación irrestricta al ejercicio de la literatura por el resto de su vida. Aplauden, silban, entonan cantos de tribuna. Tenaglia levanta la copa: “brindo por la amistad, el placer, y por los tantos años de lectura. Más aplausos. Borges se pone dos dedos dentro de la boca y chifla como el mejor barrabrava. Hacen el brindis final, se besan, se abrazan. Una copa vuelca sobre la mesa. Ríen y gritan. ¡Alegría, alegría! Apoyan el dedo en la bebida derramada y se hacen la cruz sobre la frente. ¡Alegría, alegría! ¡Será un best-seller tu novela!, lo sé, Dios me lo dijo, le asegura Sor Juana Inés de la Cruz. Y aparece un viejo con chaleco de oveja, con estos calores, gritando: “¡carcamanes engreídos, se olvidaron de mí, que soy el que prestó el título!”... Tenaglia corre, lo estrecha y le agradece. Céline le da un beso. Ella abre los brazos: “¡Los llevo en el alma!, ¡los amo!”, y se pone a llorar.