Palabras de Gloria Arcuschin sobre Crónicas del mal, de Alberto Ramponelli (Muerde Muertos, 2014), el sábado 6 de diciembre de 2104 en la Biblioteca Municipal
de Morón.
Alberto Ramponelli, Gloria Arcuschin y José María Marcos en la presentación de Crónicas del mal. |
El complemento para la construcción en espesor tanto de
personajes como ámbitos, su estilo de descripciones depuradas, casi poetizantes
de una realidad oscura, estarán al servicio de recrear la biografía de los
hechos sucedidos, de volverla vida misma. Y una escritura de frontera estética.
Un territorio hostil de ser recorrido, turbio y hosco, ruin
e indómito, estudiado, pensado y misteriosamente desconocido al mismo tiempo
por su naturaleza esquiva, que se pone en acto sorprendiendo a propios y
ajenos. Se pone en acto. Es ese acto la presentización, la muestra tangible de
cuanto el ser humano no quiere ver, ni sentir presente en sí.
Es cuando entra Alberto Ramponelli, seguramente lleno de
aprehensiones, de temores, de dudas, pero sobre todo de una gran curiosidad por
develar lo oculto, que generará la disposición indispensable para internarse en
la temática de las tendencias destructivas, criminales y oscuras que pueden
anidar, en ciertos seres humanos, en este caso particular, los casos elegidos y
presentados por el autor. Un seguimiento, hasta el estallido de un nacimiento
perverso, el nacimiento de la muerte antinatural, de la muerte causada sobre
otro ser humano, la muerte por mano del criminal. El crimen puesto en acto, el
crimen ya irreversible, para siempre.
Y lo hará Alberto Ramponelli con precisión de entomólogo. ¿Qué
puede llevar a un escritor a inspeccionar estas zonas? ¿Placer? ¿Dolor? ¿Voluntad
de reparación, mediante la repetición de los hechos? ¿Restañar heridas? Muchas
preguntas, pero sabemos que el impulso hacia ciertos temas, para el escritor,
su origen, es tan desconocido para sí, como para los lectores, la respuesta
siempre será un borrador.
Desde la antigüedad más remota hubo dioses del bien,
benéficos y dioses que representaron el mal. No voy a hacer la larga y tediosa
lista de nombres, que luego se olvidan, pero todos los pueblos intentaron
dirimir entre deidades poderosas esa cruenta batalla entre el bien y el mal.
Como representación simbólica de pasiones humanas. Como forma de establecer
leyes divinas que atemoricen, aterren con castigos y establezcan las pautas de
la ley suprema: no matarás. La vida como bien supremo, quitarla, el máximo
estadío del mal, el mal supremo. Así se vivencia esta lectura, al extremo,
sobre los bordes extremos, pero Ramponelli no hará hincapié en lo fantástico,
si bien se pueden detectar momentos narrativos donde lo poético pareciera
devenir en fantástico, son pinceladas lo suficientemente sutiles, como para que
antes de cruzar el borde, permanezca en la posibilidad del psiquismo humano y
sus fantasmas. Dejará el parnaso, para los dioses, y revisará a fondo,
minuciosamente las conductas humanas. Las conductas de cada uno de los
personajes que se van desplazando hacia sus destinos inexorables a lo largo de
estos relatos. Cada detalle y cada fragmento de detalle. Seguirá a estas
personas de un Buenos Aires que comienza con el siglo veinte su despertar de
metrópoli, y concluirá a mediados del siglo veinte.
Comienza el libro, con tres citas, tres direcciones que
seguirá en su recorrido: Génesis, con
una dura advertencia de Jehová a Caín, acerca de su crimen; Sabato, hablando de
un asesinato cruento de un padre en apariencia común, hacia la familia; y Bioy
Casares, diciendo que hay cosas que nunca debieron suceder, poniéndose aquí mi
querido escritor, muy cerca de Hanna Arendt, en sus conceptos acerca de otro
tipo de crímenes, ya colectivos, los crímenes del nazismo, cuando enuncia su no
está ni bien ni mal, nunca debió suceder, sin exactitud al citarla, pero
hermanándolos, con un aire presente en todo el libro, que ya nos hace respirar
Ramponelli al atravesar el umbral hacia el primer relato. El primer crimen.
Todo esto, nunca debió suceder.
Frase que pareciera ser el último eco de la pesadilla que
atraviesa cada uno de los personajes que comete el acto extremo de quitarle la
vida a otro, el extrañamiento de sí mismos, una vez el alivio en el horror, esa
equívoca mueca de solución por la eliminación del otro, frase que pareciera
repicar en el fondo de las gargantas que ya atravesaron toda palabra, y
transformaron sus impulsos en acto criminal. Alberto Ramponelli irá siguiendo
en estos diez relatos esa acumulación de palabras dichas, toda una amplia gama
de motivaciones, hechos o sentimientos que primero en germen, y luego
amplificados en el acto aberrante, podrán ser, según el relato, la admiración
junto a la envidia, un amor obsesivo, los celos construidos como un imaginario
irrefrenable, las pasiones sin medida en un momento del libro donde despliega
el autor, un sutil humor ácido unido a la sorpresa en cuanto a la identidad de
los personajes, que rotarán dentro de sus máscaras e identificaciones
falseadas. Y lo hace Alberto con gran pericia, recordándome a un Alain Robbe
Grillet en Para una revolución en Nueva York, y esa rotación caleidoscópica de
máscaras, donde los personajes son y no son para volver a ser, tal vez en la
muerte, que todo lo narrará y develará, en su impiedad.
Entenderán ustedes, que tratándose de casos policiales, de
ninguna manera voy a descubrir la mas mínima trama, ni situación particular.
Cada pieza, cada resorte, estará muy bien calibrada por su autor para que no
podamos dejar de leer, de ponernos en la nuca de los personajes y seguirles los
pasos. No seré yo quien les cuente que “el asesino es el dentista”.
Pero si particularizar sobre un caso en el que el personaje
es un religioso, y le atribuye sus impulsos de matar al Diablo, y me estoy
refiriendo al diablo de la religión católica, y se plantea la dicotomía Diablo-Ángeles,
pero es notable el manejo firme de la propuesta elegida por el autor, que no
cederá un milímetro hacia el territorio de lo místico, fantástico o fantasmal,
no vira este libro en ningún momento hacia el ocultismo, hay si bordes e
insinuaciones poéticas, juegos literarios y de imágenes, donde una bella joven
y una estatuilla alternarán roles entre la piel y el bronce, y atravesarán los
corredores del tiempo. Pero los tiempos aquí se insinúan como juegos de la
mente humana. Repliegues en los que el autor entrará con la herramienta de la
posibilidad de ficcionar la fría crónica periodística del diario. Fantasear en
el pliegue, en lo no dicho.
Editorial Muerde Muertos no ha editado en esta oportunidad
un libro para regodeo en el morbo que podrían causar estas temáticas, ha
editado un libro que medita profundamente sobre el mal, pienso en un intento
desesperado de su autor, para al re visionar la violencia de la especie, y
poder así elaborarla viéndola en el espejo, descaradamente, para exorcizarla,
en palabra literaria.
Esto se refuerza, cuando el escritor de estos
relatos-crónicas, nos envía como prueba irrefutable de que está hablando acerca
de hechos reales, cometidos por seres reales, a buscar el ejemplar del diario,
del periódico, con nombre y fecha. Nos advierte, el crimen perfecto, es el
crimen no descubierto, pareciera decirnos yo trabajo sobre las fallas, sobre el
error cometido, para que las noticias del mal, se filtren trasciendan y los
culpables, mediten su suerte y derrota. Nos advierten estas Crónicas del mal de Alberto Ramponelli,
cuidado con las relaciones humanas, son ellas, las conductas cotidianas, las
verdaderas formaciones fantasmáticas que manejarán las riendas del odio y la
destrucción, o propiciarán el eterno retorno del amor.