HABITAR AL MONSTRUO. Reseña de Beber en rojo (Drácula), de Alberto Laiseca, Buenos Aires,
Editorial Muerde Muertos, Colección Muerde Muertos, 2012, 128 páginas. Por
Luciana Strauss (*) en la edición Nº 85 dedicada a “monstruos y monstruosidades” de la revista Ciencias Sociales, perteneciente a la Facultad de Ciencias
Sociales de la UBA
Mientras Sade no fue
un autor, ¿qué eran entonces sus papeles? Rollos de papel sobre los cuales,
hasta el infinito, durante sus días de prisión, desenrollaba sus fantasmas. (Foucault,
1969:56)
Propongo un ejercicio. Reunamos la obra del escritor Alberto
Laiseca. En un intento por salir rápidamente del paso agruparíamos todos los textos
publicados: novelas, cuentos, poemas, ensayos. Pero basta un vistazo al
universo laisequeano para concluir que vamos por el camino equivocado: la
solución simplista se desvanece con tan sólo el planteo de una serie de de
interrogantes. ¿Cómo no considerar “obra” a los manuscritos inéditos? ¿Y por qué
dejaríamos afuera su papel protagónico en el programa de tevé Cuentos de Terror (I Sat) y de
presentador en Cine de Terror
(Retro)? ¿Podríamos excluir las participaciones actorales del “maestro zen” en
las películas El artista y Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo?
¿Y qué hay de las anécdotas e historias que Lai cuenta a sus alumnos en los
talleres que dicta en el departamento de Flores? ¿Y de sus discípulos que
cultivan la corriente que él bautizó de “realismo delirante”? ¿No tomaríamos en
cuenta su fascinación por el cine de terror, los cuentos chinos y la
astrología? Por último, ¿qué sería de Laiseca sin los monstruos?, ¿y sin
Drácula?, ¿existiría? Claramente no. Problema planteado por Foucault en una ya
clásica conferencia, Beber en rojo es
una muestra contundente de lo dificultoso que resulta establecer límites
precisos entre el autor y su obra. En el planeta Laiseca literatura y vida,
monstruo y ser humano se funden, constituyen el germen de un mismo proceso
vital.
Publicada por primera vez en 2002 y reeditada diez años
después por Muerde Muertos, una editorial abocada “a la literatura fantástica,
el terror, lo erótico y aquellas obras que apuestan a estimular la
imaginación”, la novela comienza con el encuentro entre Drácula y Jonathan
Harker, quien acude al castillo del Conde para trabajar como bibliotecario. El
vínculo entre ambos instituye un juego de roles a partir del cual Alberto
Laiseca aparece alternativamente en la piel de ambos personajes: el discípulo
con ansías de aprender de su maestro y el vampiro creado por Bram Stoker que,
si bien es inmortal y bebe sangre de una copa, exuda humanidad en sus conversaciones,
gestos, acciones, inseguridades y dudas existenciales.
Es notable como la puesta en escena de la primer parte del
libro ilustra magistralmente la manera en que los fenómenos sobrenaturales se
insertan en el mundo terrenal. Puesto que los monstruos no habitan en otra
galaxia y se hacen presentes en el devenir de la vida cotidiana, resulta
posible tomarse un trago y charlar con Drácula sobre filosofía, astrología,
literatura, cine y mujeres. Es este proceso de naturalización de lo
extraordinario lo que permite comprender a los monstruos como partes
constitutivas y elementales de las sociedades de todos los tiempos. “Mientras
viva, la criatura humana seguirá fabricando entes de ficción”, sostiene Harker.
Producir monstruos es entonces producir sentido social.
Destapemos el velo: no temamos en abrir la “caja negra” de
los monstruos, para iluminar aquello que algunos se esmeran por mantener en las
penumbras. El miedo no es más que la cáscara ideológica que obstaculiza
vivenciar plenamente nuestras fantasías como parte de la realidad social,
parece evocar Laiseca en la novela que homenajea a la criatura, y en un mismo
movimiento a sí mismo. En la segunda parte del libro se presenta un ensayo de
investigación que, al estilo de una sociología impresionista que recuerda los
escritos de Georg Simmel, aborda la importancia y la forma de aparición de
distintos tipos sociales de monstruos en el arte. Lejos de constituir un ser
homólogo, para Laiseca el monstruo posee una identidad propia, que lo hace
especial y “único en su especie”. Por este motivo en la literatura, el cine y
la pintura habitan figuras tan disímiles como el “sabio loco”, “el
esquizofrénico”, “el brujo” o “hechicero”, “el psíquico”, “el fantasma”, “la
momia”, “el zombi”, “el lobizón”, “el cyborg” o “el robot”; entre otros. Hay tantos
monstruos como personas capaces de imaginarlos.
Desde una extrañeza mundana, los entes de ficción seducen y
horrorizan al mismo tiempo. Precisamente el final entreteje una alta dosis de
erotismo y terror, potenciado por el clásico delirio laisequiano. El Conde
Drácula (¿o Laiseca?) puede quedarse tranquilo que Beber en rojo atrapa, al tiempo que nos brinda una serie de
interrogantes profundos sobre la condición humana.
BIBLIOGRAFÍA:
Foucault, Michel (1969) [1983]. ¿Qué es un autor? Boletín de
la Sociedad Francesa
de Filosofía.
(*) Socióloga (UBA) y escritora. Magíster en Sociología
Económica del IDAES. Docente de la UNSAM.
Asiste al taller de escritura creativa de Marcelo Guerrieri.