Foto oficial del Festival. Claudia Piñeiro sostiene un ejemplar de Muerde muertos (quién alimenta a quién...). |
Acá Yiya Murano y Pepita la Pistolera son más estrella que
Messi: estamos en el Festival Azabache en Negro y Blanco. Se habla de
detectives, de víctimas, de victimarios, de violencia y también, de política,
pero nada de la contempóranea. Tal vez porque nadie quiere pelearse. O tal vez
porque esto es un encuentro de escritores y en la literatura, al contrario que
en el periodismo, los fenómenos aparecen unos años después. También hay quien
no dice nada: es el caso de Alberto Laiseca, el escritor de culto, autor de Los
sorias, el que contaba cuentos de terror en I-Sat. Laiseca pasó el viernes por
la noche por el Festival: se presentaba iluSORIAS, el libro que editó Muerde Muertos y que
consiste en 165 dibujos, uno por cada capítulo de la monumental Los sorias,
hechos por artistas y escritores. Ahí está, por ejemplo, una de las últimas
obras de Clorindo Testa. Ahí un dibujo del escritor Gustavo Nielsen, del
ilustrador Iñaki Echeverría, de la artista Silvana Lacarra. Laiseca, entonces, no
dijo nada: se tomó pausadamente un whisky y empezó a narrar La caída de la casa
de Usher, ese clásico del terror que escribió Poe. Lo escucharon, en profundo
silencio, unas doscientas personas. Es
que a los marplatenses les encanta su festival y acuden en
masa: hubo casi cien actividades en diversas sedes y en todas los lectores no
sólo asistieron, si no que participaron activamente. Acá las mesas duran una
hora y media y la gente se queda otros
cuarenta minutos haciendo preguntas. Las respondieron consagrados y emergentes:
el nicaragüense Sergio Ramírez, Guillermo Saccomanno, Cristian Alarcón, Juan
Sasturain, el mexicano Elmer Mendoza, la uruguaya Marisa
Silva, los españoles Toni Hill Gumbao y Carlos Zanón tanto como la chilena Andrea
Jeftanovic, Sebastián Hacher, Javier Sinay, Candelaria Schamun, Rodolfo Palacios,
Juan Marcos
Almada y Juan Guinot ,
entre muchos otros: los escritores invitados son 80. Y todos responden. Aunque
a veces exceden lo que cualquier escritor puede responder. Le pasó a la uruguaya Silva, por ejemplo.
Como su tema suele ser la violencia puertas adentro, hablaba de eso, de las
estadísticas de femicidios y otros números igual de espeluznantes. Una señora
le preguntó: “¿Y cuál es la solución?”. Silva hizo unos segundos de silencio
antes de responder que no tenía ni idea: “yo solo soy una escritora”, dijo. Lo
mismo les pasó a Eduardo Sacheri, Carlos Zanón, Guillermo Saccomanno y Sergio
Ramírez, que hablaban de las dictaduras de nuestro país, Nicaragua y España. Un
señor les preguntó lo que todos querríamos saber: “¿Cómo seguirá la historia?”. Los escritores no
sabían, claro. La impresión, luego de escuchar charlas y charlas y mesas y
mesas, es que los lectores, por lo menos los marplatenses, están demandando un
Sartre, un intelectual comprometido y con una visión filosófica que pueda dar
cuenta del mundo de un modo amplio y que proponga una ética clara. De esos casi
no quedan. Pero no fue todo tan serio: Ricardo Romero habló de
sus detectives con síndrome de Toureg que desafían miles de obstáculos en una
Buenos Aires apocalíptica, Leandro Avalos Blacha de casas encantadas, Esteban
Castroman de la nueva genitalidad zombie, Kike Ferrari de boxeo, Selva Almada
de sus hombres ladrilleros, Fernanda
García Lao de sus instrucciones para usar un cuchillo y María Inés Krimer de su Ruth Epelbaum, una señora
que deviene investigadora, no duda en meterse en el barro y charla de los casos
en la cocina con su mucama. Mientras tanto, mientras se suceden y se superponen
charlas, los organizadores Fernando del Río y Javier Chiabrando corren y se
crea una película y una novela colectivas: acá hay cadáveres. De los exquisitos
y los hacen lectores y autores juntos. Volviendo a los temas serios, las
dictaduras, tema recurrente y casi inevitable en el fin de semana de la muerte
del genocida Videla. Sacheri dijo que “nos falta hacernos cargo, como sociedad,
de nuestros silencios y omisiones”. Saccomanno señaló que “el terror deja
marcas en el cuerpo, hayas estado en cautiverio o no”. Lentamente, la charla se acercó al
presente. Zanón explico que en su país, España, “existe la sensación de que
todo está podrido. Eso sucede también por lo que hace la izquierda, con su idea
de romperlo todo para después volverlo a montar. Y lo aprovecha la derecha, que
es la que siempre tiene listo un padre que te ordena y te castiga porque te
quiere.” Cuando escuchó decir “padre”, Ramírez, que fue vicepresidente de
Nicaragua durante la revolución sandinista, empezó a definir: “en mi país
gobierna el populismo, que de revolución sólo conserva la retórica. La
revolución está muerta. Nicaragua es un país rural y la cultura rural es la que
reclama un caudillo, el padre que está metido en la conciencia, el que castiga
y premia y trata a los ciudadanos como a los peones: es el hacendado.” De la
dictadura también se habló en la presentación de Un comunista en calzoncillos,
la nueva novela de Claudia Piñeiro. Como era de esperarse, la gran sala que se
dispuso para el evento quedó chica. Allí se habló de ese libro que relata la
historia de un padre, una hija, un amor entrañable y las posibilidades de
rebelión de una nena en un marco de autoritarismo.
Y por las noches, los escritores hablan de lo que los
apasiona más que nada en el mundo: el narrador, las tramas, las influencias,
los últimos libros que los deslumbraron, los que acaban de publicar y los que
están escribiendo o planeando. Y nuevas amistades se sellan de brindis en
brindis.