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“Beber en rojo (Drácula)” en Página/12

Fragmento de la nota “Me tomo cinco minutos”, de Mariana Enriquez, publicada en el suplemento Radar de Página/12 (*)

Beber en rojo es una versión de Drácula a la Laiseca en más de un sentido. Todas sus obsesiones están allí. Drácula tiene una gran biblioteca (250 toneladas) y contrata a Jonathan Harker como bibliotecario. Sus sirvientes llevan los absurdos apellidos de Antonescu (como el dictador de la Rumania comunista) y Ionesco (como el dramaturgo). El castillo recuerda a los de Hammer Films y el conde tiene una importante videoteca: Laiseca también tiene una jugosa colección de películas de terror, y las que más atesora son las de la Hammer, con sus venerados Vincent Price, Peter Cushing y Christopher Lee. Drácula es un estudioso de la astrología, como Laiseca. Drácula admira por sobre todas las cosas La caída de la casa Usher, de Poe: el libro empieza plagiando el cuento, que el escritor también eligió para su programa de TV, pese a su complejidad. Drácula suele decir “lo que no es exagerado no vive”, como Laiseca. Hacia el final, el conde se entrega a excesos sexuales rabelesianos (y sádicos) como el gusano de El gusano máximo de la vida misma (1999). El conde es politeísta, como Laiseca. Hacia la mitad del libro, Drácula le encomienda a Harker que le escriba un dossier de monstruos: Laiseca aprovecha para homenajear a todos sus monstruos amados (de Frankenstein al Golem, pasando por supuesto por la China) y quizá también homenajea El libro de los seres imaginarios, de Borges, aunque, claro está, con su propio estilo: “La manera según la cual el monstruo de Frankenstein aprende a hablar y leer es tan poco creíble como que en la ópera un agonizante muera cantando, pero en fin, ¡así es el arte!”. Por momentos, Drácula habla como lo haría Laiseca: “Por alguna razón jamás pude convencer a mis amigos escritores de lo importante que es leer ciertos libros de ficciones. Recomendar hoy en día la lectura de obras tales como Sinuhé el egipcio, de Mika Watari, o Ella, Ayesha o Las minas del rey Salomón, de H.R. Haggard, es exponerse al desprestigio. Al menos si uno se mueve en un ambiente intelectual. Quien tal hiciese perdería todo crédito, o predicamento, por mucho que pudiera tener. Pasará a integrar, de la noche a la mañana, la vasta legión de descastados e irresponsables”. Harker defiende el derecho a fumar y se enoja con la cruzada antitabaco norteamericana: Laiseca fuma mucho, y cigarrillos de tres marcas diferentes, que va alternando. El conde estuvo afiliado al Partido Comunista (y tuvo su propia línea interna), signo de las obsesiones tecnócratas de Laiseca.
Por fin, poco antes del punto final, se resuelve de lo que se trata Beber en rojo. Es una “novela china de realismo delirante”, porque, según Laiseca, los narradores chinos no se ven obligados a explicarle al lector por qué suceden las cosas. También es un homenaje a todo lo que Laiseca adora, y es un homenaje (irónico) al propio Laiseca. Escribe: “Volvamos a Alberto Laiseca: es el autor de Los sorias —el rostro de Drácula se arrebató entrando en delirio... —Los sorias. Soria dijo, Soria sostuvo, Soria declaró. La obra de un genio, un verdadero genio. Incienso, mirra, corona de laureles para él. El Nobel, el Cervantes, el Pulitzer (por hacer tan buenos copetes), la Estrella de Plata, la medalla al mérito de Vietnam y la del Congreso (a ésta se la puso el propio Johnson, con sus santas manos). Es el James ‘Joice’ de Joder de las pampas argentinas. Laiseca es un monstruo, él es Bestiaza, el 666, el Chancho Inglés que todos estábamos esperando, el Dictador Perpetuo, el Julio César de la Literatura... Mr. Harker: Alberto Laiseca es... Drácula. Porque no puedo ni debo ocultarle que yo no sentiría vergüenza en firmar Los sorias como obra propia”.
(*) Domingo 13 de octubre de 2002.