Reseña de Útero de cemento (Muerde Muertos, 2021) de María Sola. Por Rubén Sacchi para Desmenuzarte Mejor, 25 de junio de 2022.
Si su anterior trabajo, Mujer deshabitada, me resultó interesante y dejó en mi boca ese saborcito de la fruta fresca, este nuevo volumen confirma aquella buena sensación, pero esa fruta, además de fresca, ha logrado un buen punto de maduración.
No hay que indagar nada diferente en el estilo, que ya parece su marca, pero justamente por ello sorprende con historias que por momentos rozan lo desopilante. Pueden calificarse de fantásticas, aunque en realidad son simbólicas, enormes metáforas. Alegorías que nos muestran la vida de manera más llevadera. No digo que haya que buscar hechos felices, sino que lo narrado refiere a situaciones que acontecen más frecuentemente de lo que se puede suponer, pero de manera más cruenta.
Los cuentos son breves, fáciles de leer, pero de diferentes lecturas. Digerirlos lleva su tiempo, lo que es de agradecer ante demasiada producción paisajista. El que nombra el volumen, que alude al hogar como una gran paridora, bien puede asimilarse a los conceptos que ensayara Virginia Woolf en “Un cuarto propio”, pero aquí la autora describe la destrucción del entorno oprimente y elige un símbolo que representa su libertad.
No son narraciones donde el lector se encuentre cómodo. Es que los personajes están sometidos a todo tipo de inclemencias: muertos que retornan; la vejez que entra en nosotros como en una casa; la niña abusada o el eterno golpeador, pero todo inmerso en visiones oníricas. En “Resurrección” afirma “los humanos aman poco el misterio, y cuando lo incierto puede transmutarse en poesía, siempre huyen”. Por eso mismo, el libro debe abordarse con cierta predisposición a la magia.
Agrupados en cuatro partes, salvo los brevísimos “Pequeños cuentos infiltrados”, los relatos llevan acápites que vale la pena recorrer. Muchos son consignas que golpean la doble moral social o pequeños disparadores de otras tantas historias.
Como si hasta aquí resultara poco, baste decir que el trabajo está acompañado de bellas ilustraciones interiores y tapa de la misma autora, sumando otro de sus talentos en una cuidada edición, como nos gustan a quienes conocimos otras épocas editoriales: buen papel y encuadernación de pliegos cosidos. Un verdadero lujo.
No hay que indagar nada diferente en el estilo, que ya parece su marca, pero justamente por ello sorprende con historias que por momentos rozan lo desopilante. Pueden calificarse de fantásticas, aunque en realidad son simbólicas, enormes metáforas. Alegorías que nos muestran la vida de manera más llevadera. No digo que haya que buscar hechos felices, sino que lo narrado refiere a situaciones que acontecen más frecuentemente de lo que se puede suponer, pero de manera más cruenta.
Los cuentos son breves, fáciles de leer, pero de diferentes lecturas. Digerirlos lleva su tiempo, lo que es de agradecer ante demasiada producción paisajista. El que nombra el volumen, que alude al hogar como una gran paridora, bien puede asimilarse a los conceptos que ensayara Virginia Woolf en “Un cuarto propio”, pero aquí la autora describe la destrucción del entorno oprimente y elige un símbolo que representa su libertad.
No son narraciones donde el lector se encuentre cómodo. Es que los personajes están sometidos a todo tipo de inclemencias: muertos que retornan; la vejez que entra en nosotros como en una casa; la niña abusada o el eterno golpeador, pero todo inmerso en visiones oníricas. En “Resurrección” afirma “los humanos aman poco el misterio, y cuando lo incierto puede transmutarse en poesía, siempre huyen”. Por eso mismo, el libro debe abordarse con cierta predisposición a la magia.
Agrupados en cuatro partes, salvo los brevísimos “Pequeños cuentos infiltrados”, los relatos llevan acápites que vale la pena recorrer. Muchos son consignas que golpean la doble moral social o pequeños disparadores de otras tantas historias.
Como si hasta aquí resultara poco, baste decir que el trabajo está acompañado de bellas ilustraciones interiores y tapa de la misma autora, sumando otro de sus talentos en una cuidada edición, como nos gustan a quienes conocimos otras épocas editoriales: buen papel y encuadernación de pliegos cosidos. Un verdadero lujo.