Por Martín Ethandy | Miércoles 14 de julio de 2021
Al ingresar, la presencia de un modesto ataúd en medio de los bancos nos dejó boquiabiertos. Se trataba de una de las llamadas misas “de cuerpo presente”. La difunta parecía tener unos sesenta y cinco años (es difícil calcular la edad de un muerto, la palidez y la actitud sencillamente no colaboran). Oímos por ahí que en vida había sido enfermera y que le gustaba leer obras de todos los géneros literarios. No se comentaron las causas de su fallecimiento, lo cual nos extrañó porque suele ser tema de conversación infaltable en esas circunstancias. Tras algunas oraciones de rigor, los presentes escuchamos el sermón del cura, que parecía haberse despertado de una siesta para cumplir con su obligación. La frase “Del polvo eres y al polvo volverás” por supuesto asomó por allí. Cuando parecía que todo terminaba y se acercaba el gran momento de Patricio, de forma tan inesperada como aterradora, la difunta levantó su cabeza y mirando a los presentes exclamó: “¿Quién conoce el fin? Lo que ha emergido puede hundirse y lo que se ha hundido puede emerger. Lo satánico aguarda soñando en el fondo del mar, y sobre las ondulantes ciudades humanadas navega el Apocalipsis”. La voz aguardentosa y el pelo revuelto de la desdichada, al igual que uno de sus ojos que permaneció cerrado mientras el otro miraba extraviado a la concurrencia, la sorpresa por su extraño comportamiento, el viscoso hilo de baba amarillenta que bajó por su mentón; en suma, todo, nos llenó de pánico a los tres. Fabio se puso tan blanco que parecía recién salido de un sachet de leche. A Patricio le temblaron las piernas y se le erizaron varios de sus cabellos. A mí hasta el esófago se me sacudió (creo que colisionó de frente con los pulmones o el hígado) y debí aferrarme a un banco para no caerme. El resto de los presentes no se inmutó y hasta pareció que alguno observaba la situación con ternura, como si se tratase de un capítulo de un libro de Víctor Sueiro. Finalizada la frase, la difunta quedó con la boca semiabierta y fue en ese momento cuando, rápido de reflejos, el cura alcanzó a introducirle una hostia. La señora pareció tragarla (o intentarlo) y segundos después se desvaneció otra vez en la suavidad del interior de su cajón. Nadie realizó comentario alguno y los empleados de la funeraria procedieron a colocar la tapa y sellarla con al menos dos pomos de La gotita (dije antes que se trataba de un ataúd modesto, similar al que entregan las malas obras sociales). Los restos fueron apartados a un costado hasta la hora de la inhumación, el cura dio por terminado el oficio religioso y llegó entonces el momento tan esperado por nosotros: el de dar a conocer la nueva obra de Patricio. Los tres recuperamos de a poco el semblante y todo siguió según lo previsto.
Finalmente la presentación de El horror de Providence fue un verdadero éxito. Todos escucharon al autor con suma atención y varios compraron el libro. Hasta uno de los empleados de la funeraria se enganchó con la lectura de la novela y pidió que le alcanzaran la estampita de algún santo (le consiguieron una de San Expedito) para usar como señalador. Uno de los monaguillos también quiso su ejemplar y comentó que lo llevaría a su próximo retiro espiritual. La hermana de la difunta compró tres ejemplares para repartir entre familiares que no habían podido asistir al responso. Patricio, por su parte, me agradeció la gestión y quedó más que feliz con su evento. No cualquier escritor de terror puede darse el gusto de presentar su novela en un recinto en el cual una muerta acaba de recitar una frase de H.P. Lovecraft.
Finalmente la presentación de El horror de Providence fue un verdadero éxito. Todos escucharon al autor con suma atención y varios compraron el libro. Hasta uno de los empleados de la funeraria se enganchó con la lectura de la novela y pidió que le alcanzaran la estampita de algún santo (le consiguieron una de San Expedito) para usar como señalador. Uno de los monaguillos también quiso su ejemplar y comentó que lo llevaría a su próximo retiro espiritual. La hermana de la difunta compró tres ejemplares para repartir entre familiares que no habían podido asistir al responso. Patricio, por su parte, me agradeció la gestión y quedó más que feliz con su evento. No cualquier escritor de terror puede darse el gusto de presentar su novela en un recinto en el cual una muerta acaba de recitar una frase de H.P. Lovecraft.
© Martín Etchandy (“La misa”, 2021).