Por Alejandro Saloni | 24 de enero de 2020 | Evaristo Cultural
Mujer deshabitada nos entrega cincuenta y dos relatos en los que el lector se encuentra con una ruptura con la realidad. La autora propone relatos breves donde el extrañamiento se vuelve incómodo, indescifrable, y abre la puerta a lo inesperado. Son narraciones donde todo puede pasar. Gente atrapada en sus cuerpos, personajes encogidos al tamaño de un dedal, el cuerpo y una violencia sobre él. El deseo de escapar a algo más. Y la imaginación de María Sola para poner fin a estos relatos, suturarlos allá y acá, sin saber si está encerrando algo o curándolo.
—Hay un universo marcado al leer tus cuentos, una ruptura con la realidad que confronta al lector ya desde los primeros párrafos o líneas de tu texto, ya sea por la presencia de un elemento fantástico o una sensación de extrañamiento. ¿Qué es lo que te atrajo de este universo a la hora de adentrarte en la literatura?
—La misma que en las artes pláticas: una realidad paralela que manejo desde pequeña. Hay una realidad concreta y otra pegadita, diferente, como su sombra.
—Los relatos presentan diferentes longitudes, pasando de cuentos de una página a algunos más largos, pero en los cuales prima una brevedad. ¿Por qué te decantaste por este tipo de formato?
—Prefiero la síntesis. No me gusta aburrir.
—¿Cómo trabajás la atmósfera del relato?
—Me siento a escribir y tiro la primera palabra, me quedo un buen rato, luego otra y espero, y de pronto, sale como chorro. La atmósfera aparece, no la preparo. Lo mismo sucede cuando pinto: primero una mancha y luego otra, doy vuelta el cuadro varias veces, hasta que de pronto veo por dónde seguir.
—La estructura del libro es bien marcada. ¿Cómo fue el proceso de división y selección de los relatos? Y por otra parte, quería indagar en la decisión de incorporar una pintura para abrir cada parte. ¿Fueron hechas especialmente para el libro?
—Lo trabajé con José María Marcos (escritor y editor de Muerde Muertos), quien me tuvo una paciencia infinita. Las pinturas existían. Elegí aquellas que me parecían adecuadas para acompañar a los textos.
—Siguiendo con lo anterior. Hay una relación intensiva entre diferentes artes a lo largo de los relatos, ya sea música, pintura y, obviamente, literatura. En la solapa nos encontramos con una afirmación en la que decís que “escribir es como dibujar y pintar: sólo se trata de diferentes formas de lectura”. Primero, quería, si te parece, profundizar en dicha frase. Y, por otro lado, ¿cómo creés que dialogan estas artes a la hora de convivir en un texto?
—Como te expresé anteriormente, no soy muy ortodoxa. Cuando un espectador observa un cuadro hace una lectura de lo que ve a través de la emoción, que generalmente está muy distante de lo que fue el disparador de quien la hizo. En cuanto a la convivencia: si para mí una hebra puede hablar, ya tenés la respuesta.
—La tragedia corona mucho de los cuentos. ¿Por qué el interés y el hincapié en ese tipo de finales?
—Porque la vida es una tragedia en sí misma: se nace para después morir. Tan absurdo como real.
—El cuerpo se vislumbra como un campo de batalla en varios de los cuentos, donde las modificaciones por lograr frenar o desaparecer una ansiedad terminan por agravar el malestar. De algo que sobra a algo que falta. ¿Cómo fue trabajar la relación con el cuerpo y la piel, donde el doble juego “principio/fin” y ¨refugio/cárcel” se reconfigura?
—“Siento” que es una batalla: niñez- adultez- vejez. Principio y fin.
—¿Qué rol le asignás al arte en nuestras vidas?
—No generalizo. Para mí es fundamental.
—El libro está dedicado a la memoria de Laiseca. ¿Cómo fue trabajar los textos con él y cuál pensás que fue el consejo que más te sirvió?
—No los trabajé de manera tradicional. El Maestro ante mi reclamo de revisión dijo: “Yo te escucho”. Y me dio un consejo que aún perdura: “Escribí siempre con absoluta libertad, aunque parezca ridículo para el resto”.