Pablo Martínez Burkett. |
1) ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? ¿Qué hay primero? ¿Un lector que se transforma en escritor, o un escritor que se transforma en lector?
—Creo firmemente que no hay escritura sin lectura. Un libro es un amasijo de letras esperando que un lector lo abra y resignifique lo escrito a partir de sus propias representaciones. Y viceversa, no hay lectura sin un escritor que logre encantar las palabras. En mi caso, primero está el lector incansable y luego, bien atrás, el escritor.
2) Describime tu escritorio a la hora de sentarte a escribir un texto.
—Hay una expresión latina que se aplica perfectamente: multum in parvo cuya traducción académica sería algo así como “mucho en un espacio pequeño” pero que un reo de la cortada San Ignacio en Boedo traduciría como “un reverendo kilombo”: la notebook, el telefonito, columnas de libros en precario equilibrio, revistas, papeles, artículos de escritorio, en fin, un caos.
3) ¿Cuánto hay de tu pedacito de barrio en tu escritura?
—Uno de mis postulados personales es conservar el asombro del universo, que es otra forma de decir: seguir mirando las cosas con ojos de niño. Si Tolstoi tenía razón con aquello de “Pinta tu aldea y pintarás el mundo” es probable que todo lo que escribo esté teñido de mi infancia y, por lo tanto, de mi barrio Candioti Sur, frente a la Cervecería Santa Fe, en mi ciudad natal de Santa Fe. Aunque de hecho no se nota.
4) Todos los escritores recomiendan tomar talleres. ¿Por qué hay que tomarlos?
—Por varias razones. La primera y más obvia, para aprender. Tener una computadora no nos convierte en escritores. Subir aforismos divertidos a las redes sociales no nos convierte en escritores. En segundo lugar, para testear una composición con los compañeros. La lectura en voz alta y frente al público confiere una nueva dimensión a lo escrito y nos permite comprobar como respira el texto. Finalmente, para conocer gente y hacerse de amigos. También están los que van al taller de tal o cual porque de ahí salen todos los premios Vellocino de Oro o porque quien coordina el taller dirige la revista Patas Arriba y te garantiza un canal de publicación. Todas las razones son válidas.
5) ¿Cuál es el mejor consejo que te han dado como escritor?
—Menos es más.
6) ¿La mayor alegría literaria que has tenido?
—Afortunadamente son muchas. Primero de todo, los amigos que la literatura me fue regalando. Claramente es la mayor alegría. También podría nombrar algún premio en concursos, como por ejemplo el Mundo en Tinieblas que significó la publicación de mi primer libro. Sería muy falso si no reconociera que cuando me empezaron a pagar por escribir también fue ocasión de una gran alegría (o en todo caso, una vindicación). Y no puedo dejar de mencionar alguna que otra vez cuando en un lugar inesperado (una estación de servicio en Villa Mercedes, una escalera mecánica en Buenos Aires) alguien te pregunta: usted es el escritor, ¿no? Ahí más vale que tengas la autoestima con la rienda corta porque si no, se te desboca.
7) ¿Qué escritor te robó una idea antes de que se te ocurriera?
—Si todavía no se me ocurrió será una idea que navega en el mar de los arquetipos y entonces cualquiera puede aprovecharse de ella sin pagar royaties. Pero si ya se me ocurrió… me pasa bastante a menudo que en una película o peor aún, en hechos de la realidad se presenta una situación que parece calcada de alguno de mis relatos (tanto que con el escritor Lucas Berruezo jugamos a “denunciar” esos falsos latrocinios). Sin ir más lejos, la semana pasada vi por primera vez una película que tiene un momento muy similar a lo que pasa en una de mis novelas sin publicar. Lo grave es que la película es bien anterior a mi texto. ¿Quién me va a creer que no le hice, digamos, un homenaje?
8) ¿Qué se siente haber terminado un texto?
—Una mescolanza de alivio, tristeza, duda, satisfacción, ausencia. A veces, orgullo. Otras, vergüenza.
9) ¿Qué debe tener un buen texto?
—No lo sé. Hay una miríada de monos sabios que se ganan los garbanzos con recetas infalibles. Si tuviera que arriesgar, creo que empezaría por una sintaxis que, en nuestro caso, observe las socorridas reglas del castellano. Un pulso narrativo que se sostenga y por supuesto, una estructura balanceada entre la presentación, desarrollo, clímax y desenlace. Pero hay textos que observan estos requisitos y no son buenos. Y otros, que se saltean unos cuántos y, no obstante, son muy buenos. Así que no lo sé. Si tuviera que arriesgar una respuesta diría que la capacidad de interpelar al lector.
10) ¿Cómo es el lector ideal?
—Umberto Eco postulaba la existencia de un lector modelo (que vendría a ser aquel que es capaz de darle sentido o contenido al texto propuesto). En este entendimiento, mi lector ideal sería aquel que fuera capaz de vibrar en la misma sintonía de lo que escribo. Sin embargo, personalmente, encuentro mucho más placer en las devoluciones que enfatizan cuestiones que jamás tuve en cuenta o precursores que nunca leí (o peor aún, que ni sospechaba de su existencia). Esa lectura es mucho más enriquecedora que la canónica del tándem escritor-lector ideal. Además, yo no quiero catequizar a nadie con mis ideas ni creo ser la voz autorizada para postular un sentido de lectura.
11) Un buen escritor… ¿se expone sin tapujos? ¿O logra evadirse totalmente?
—No me parece que exponerse resulte un requisito necesario para ser buen escritor Tengo una educación prusiana por lo tanto la exposición de los sentimientos y, sobre todo, la vida privada, me causa un sagrado horror. De cualquier forma, no se me escapa que no son pocos los que escriben la historia de su vida apenas disimulada. No me queda claro si es un rito catártico o un atajo al narcicismo. Mi escritura está orientada al género fantástico, el llamado fantástico rioplatense y en particular, el terror y la ciencia ficción oscura por lo tanto es menos probable que me exponga. Pero igual, creo que es prácticamente imposible despojarse de uno mismo así que algo de exposición, aunque sea larvada, tiene que haber. Como dice Sabina: “Algunas veces vivo y otras veces, la vida se me va con lo que escribo”.
12) ¿Qué cosa está sobrevalorada en la literatura?
—Hay una vieja (y no menos sórdida) guerra que privilegia al escritor de culto (que no lo lee ni la madre) por encima del escritor que vende millonadas de ejemplares. Me parece que se tiende a sobrevalorar al escritor de culto y a despreciar al otro, pero lo siento más como el tema de la zorra y las uvas. Pareciera que para ser buen escritor no hay que tener éxito. Y como no leo best-sellers y estoy lejos de ser un escritor de culto me siento libre de tirar la primera piedra. No sé para que escriben los demás, pero yo escribo para que me lean y la mayor cantidad de gente.
13) Si llegaran los extraterrestres… ¿Qué libro les regalarías como muestra del genio humano?
—El Aleph o Ficciones de Borges. De hecho, alguna vez escribimos con Daniel Frini un relato a cuatro manos sobre una situación análoga.
14) ¿Qué diferencia hay entre tu primer libro, y el texto en el que estés trabajando ahora?
—Cuando uno empieza a escribir (no importa la edad concreta) tiende a farolear. Es una forma de decir: “acá estoy yo, mirá todo lo que sé, mirá que lindo que escribo”. Con el tiempo procuré desembarazarme de ese barroquismo inicial y lograr, como decía Borges: “… no la sencillez, que no es nada, sino la modesta y secreta complejidad”.
15) ¿Qué rostro tienen tus musas?
—Mi trabajo consiste en provocar un extrañamiento de lo cotidiano. Y para provocar la torsión fantástica es necesario estar muy atento a lo que sucede en derredor así que puedo decir que mis musas tienen la cara de la vecina, el compañero de asiento en el transporte público, una nena con un globo en la plaza o alguien que va por la vereda de enfrente.
16) Al mejor estilo Frankenstein… armame un monstruo con partes de diferentes escritores.
—La tentación que tengo de nombrar los ojos de Borges, la belleza de Kafka, la proporcionalidad de Lovecraft y así al infinito y más allá. Pero como se supone que soy un señor serio propongo el nominalismo filosófico de Borges y su capacidad para nombrar el universo. El dandismo de Bioy. La miserable tristeza de Poe. El horror cósmico de Lovecraft. El prolijo misterio de Walsh. La retorcida simpleza de Arlt. La pedagogía de Piglia. La imaginación de Verne. La urgida creatividad de Salgari. La misantropía de Schopenhauer. La locura postrera de Nietzsche. Pobre Frankenstein: lo estoy condenando al suicidio.
17) Un libro que todos recomienden y que no te haya gustado.
—No me gustó Cien años de soledad. Y nunca pude terminar el Ulises de Joyce. Ajustícienme, me la banco.
18) ¿Cómo sería un mundo sin libros?
—Si como quieren los hindúes, el mundo no es otra cosa que el sueño de una divinidad dormida; creo que no habría mundo sin esos pequeños sueños que despachamos en forma de libro.
19) Funda una nueva religión. A quiénes se adoraría. Cómo serían los rituales.
—Nunca se me ocurrió. Pero puesto a imaginar sería una suerte de animismo, en contacto con la Naturaleza y los seres que la habitan. Casi un panteísmo spinoziano. Y si como enseñaba algún Padre de la Iglesia, “el alma limita con Dios” los ritos tendrían que propiciar una introspección que habilite el diálogo y la comunión con la divinidad limítrofe. También creo que adicionaría rituales de devolución y agradecimiento a la Madre Tierra y al Padre Universo por todo lo que nos da.
20) ¿Qué título tendría tu biografía póstuma?
—Buenas noches, mariposas y difuntos.
Bonus Track: ¿Qué pusiste la primera vez que dedicaste un libro?
—Asumo que la pregunta está referida a un libro mío. Igual no me acuerdo. Aunque tengo un par de yeites siempre trato de ser personal y evitar el lugar común. Y no pocas veces, agregar algún detalle de humor.