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Insomnia: el mundo de Lucas Berruezo

“Escribo para evitar que los 
monstruos tomen el control”

Por José María Marcos
Especial para INSOMNIA

Lucas Berruezo (Buenos Aires, 1982) es licenciado en Letras (UBA), docente y escritor abocado al género de terror. En diálogo con INSOMNIA habló sobre su vocación por el horror, los comienzos, la formación, sus referentes y la escritura como forma de exorcismo. “Alguna vez dije que yo escribía para que los monstruos no tomaran el control, y lo sigo sosteniendo. ¿Cuáles son esos monstruos? Los miedos, siempre los miedos, que dan forma a todo lo oscuro que tiene un hombre”, expresó Lucas, quien prologó las antologías de cuentos fantásticos y de horror Mundos en tinieblas (Galmort, 2008 y 2009) y participó, junto a escritores como Alberto Laiseca, Luis Mey y Liliana Bodoc, en Haikus Bilardo (Muerde Muertos, 2014) de Fernando Figueras y José María Marcos. Sus cuentos y artículos circulan por la web en distintas revistas, como Insomnia, miNatura Axxón. Gestiona El Lugar de lo Fantástico, espacio dedicado a la literatura y el cine de terror. En lo que va de 2015, Muerde Muertos publicó su primera novela Los hombres malos usan sombrero (que es parte del seminario de grado sobre Escritura Creativa que Elsa Drucaroff dictará desde agosto en la Universidad de Filosofía y Letras de la UBA) y su cuento “Esperando a Matías” fue incluido en el libro Mala sangre, una antología de terror con relatos de nuevos escritores argentinos dirigida por Narciso Rossi para la colección Pelos de punta.

LAS COSAS QUE PASAN CUANDO SE HABLA DE TEOLOGÍA

—¿Qué te hizo devoto del cine y la literatura de terror?
—Mi incursión en el terror se dio con algunos tropiezos. De chico, a los diez u once años, cuando algunos de mis compañeros de escuela ya disfrutaban de películas como It, Chucky o Viernes 13, yo seguía recibiendo negativas de mi madre ante mi insistencia en alquilar películas de terror. Sus argumentos me parecían molestos, pero tengo que reconocer que no carecían de razón: “Si veía películas de terror iba a tener pesadillas”. Mi madre sabía por qué lo decía. Recuerdo que una vez vi en la televisión una propaganda de Pesadilla en la que aparecía el rostro de Freddy y estuve, literalmente, varios días sin dormir. El terror me atraía con una fuerza difícil de dejar pasar por alto, pero debía reconocerme demasiado sensible como para darme el lujo de acceder a él. Por eso, curiosamente, llegué al terror antes por la literatura que por el cine. A diferencia de mis padres, a mí siempre me gustó leer, y en mi niñez devoré con placer los libros de la colección Robin Hood, en especial las novelas de Emilio Salgari, las historias de El príncipe valiente y a autores como H. Rider Haggard o R.L. Stevenson. Por eso, que comprara libros o los sacara de la biblioteca no era novedad en mi casa, y con la literatura pasaba algo que con el cine no: nadie se fijaba en lo que leía. Por eso, cuando tenía más o menos doce años, le pedí a mi padre que me comprara La casa del terror de Dean Koontz. Esa fue la primera novela de terror que leí. Me acuerdo que llegué a casa con el libro, me encerré en mi habitación y leí el “Prólogo”. Me acuerdo también que esa noche no pude dormir bien. Después de eso, cuando la adolescencia me permitió elegir qué ver, empecé a entregarme al cine de horror. De hecho, en vacaciones marcaba con birome en la guía del cable cada una de las películas de terror que iban a dar por las noches y, así, trasnochaba mientras todos dormían. ¿Por qué me atraía el terror? Bueno, supongo que por la misma razón por la que me sigue atrayendo: porque me atrae el miedo. Durante gran parte de mi vida viví aterrado por todo, con crisis bastante frecuentes, por lo que el arte que pone en escena y estimula esta emoción, tal vez la más antigua de todas (me animaría a decir que el hombre, en sus comienzos, antes de sentir cualquier otra emoción, incluso amor, sintió miedo), me seduce.

 —¿Cómo fue el pasaje de fan a escritor? O, en otras palabras, ¿cuándo dijiste “quiero hacer esto”?

—Decidí ser escritor a los diecisiete años. Me acuerdo de la edad porque fue una decisión consciente. Para ese entonces ya había descubierto a autores como Stephen King, Clive Barker y W.P. Blatty, y mi incursión en el cine de horror era ya frecuente. Estaba en la casa de unos amigos con los que me juntaba los viernes después de la escuela a discutir sobre teología, cuando uno de ellos me dijo que había empezado a escribir una novela en la que iba a mezclar la religión cristiana con la mitología griega. Le dije que me gustaba la idea y que quería que me pasara el manuscrito para leerlo. Lo hizo y leí su primer capítulo. Cuando hice mi devolución, le marqué varios errores de redacción y le aconsejé varios cambios (en su mayoría estilísticos) para mejorar la novela. Entonces él, mirándome extrañado, me preguntó por qué no me animaba yo a escribir una novela. Fue como un rayo que me partió al medio. Hasta ese momento había leído un libro detrás de otro, pero nunca me había propuesto escribir. Fui entonces a mi casa y empecé en un cuaderno lo que fue mi primera novela, Transmutación, que contaba la historia de un chico que empezaba a sufrir transformaciones nocturnas por una influencia diabólica que heredaba en sus genes. No necesité escribir más que la primera oración para sentir la magia de la escritura. Fue entonces cuando lo decidí: iba a ser escritor. No había otro camino. No quería otro camino. A partir de ese momento elegí estudiar Letras en la UBA. Iba a quemar todas las naves. No iba a haber un plan B. Todavía hoy, casi diecisiete años después, carezco de un plan B. Entrevista completa AQUÍ

Insomnia Nº 212, 1º de agosto de 2015.