Hace mucho frío cuando Artaud el Muerde Muertos es quien sopla | Manifiesto Artaud de Todo

Osario común: cuando la pluma no es una espada sino un cuchillo de carnicero

Reseña de Osario común. Summa de fantasía y horror (Muerde Muertos, 2013). Por Miguel Vilche, para Solo Tempestad 
Miguel Vilche, tras la lectura de Osario común. Summa de fantasía y horror.
Stephen King, en su pedagógica obra Mientras escribo, compara a los escritores con arqueólogos, que excavan hasta desenterrar fósiles, es decir, encontrar la trama, limpiarla, reunir fragmentos hasta moldear todo el esqueleto. Analogía ideal para introducir este ajustado compilado de cuentos montado sobre un pozo de huesos.
Todo el mosaico de texturas terroríficas está cubierto en Osario común. Summa de fantasía y horror, que Editorial Muerde Muertos nos acerca con una edición cuidada, bien administrada con pequeños prólogos y detalladas presentaciones de cada cuento. La propuesta es inspirar un diálogo entre lectores y autores, un estambre de estilos que descubre el vasto mundo de la imaginación y los miedos de la infancia o la deformación de la realidad a través de mundos oníricos. El curador (Patricio Chaija) hizo su trabajo y se nota; con una selección elegante de prosas refinadas y artesanales, algo caseras, reparando en detalles vernáculos, fileteados a mano por porteñismos del arrabal urbano, y acentos de pueblos del interior; preocupándose por barajar todos los lugares comunes que el terror debe revisitar, esos que los fans festejan por anticipado. Quizás por pura moda o gusto personal, elijo empezar a descularlo con el que cierra el libro, “Afuera sigue cayendo ceniza” de Emiliano Vuela, donde una lluvia de cenizas sirve de telón de fondo para un historia de amor entre un director y una alumna, encerrados en un colegio de Bahía Blanca rodeados de muertos vivos, claustrofóbico y lúgubre. El gore filtra las páginas en “Abrirse paso” de Claudia Cortalezzi, con un fotógrafo serial killer, visceral y transparente, perverso y desangelado; algo a lo que también recurre Jorge Barandit en “Enterrado” con notable prosa, poniéndonos en la piel podrida de alguien muerto, bajo tierra, sintiendo cada gusano en su cuerpo. La oscuridad cubre el libro entero, pero tanto “Ojos verdes” de José María Marcos, como “Gringos de tierra y río” de Sebastián Chilano, enceguecen los escenarios en la penumbra total, uno trayendo a un viejo celador solitario y pajero que cae en el embrujo de un par de incubos; el otro, con criaturas suburbanas, contado en primera persona, jugando con los mitos del campo y el río. El espiritismo no podía faltar, y se reparte en dosis desiguales en “Fin de curso” de Mariana Enriquez, donde aparecen esas nenas freaks de colegio, tan inocentes como terroríficas, autoflagelándose por obra y gracia de un alma en pena. También, “La habitación de mamá” de Pablo Schuff recurre a los viejos fantasmas, esta vez en la casa de la infancia, con mamá asesinada. Incestuoso y trágico, narrado con un pulso envidiable. “El centinela” de Alejandra Zina nos recuerda a la colimba, gracias al muerto que vuelve como fantasma, de la mano de una precisa y poética descripción de escenarios. Los homicidas en serie, tan cinematográficos, no pueden faltar en un texto de género, y con “Solución de continuidad”, César Cruz Ortega los inserta con sumo barroquismo, pintando un personaje como Aída, otro incubo, manipulador y letal, que juega con los temores triviales, como la obsesión, el desamor y la soledad. Agua, tierra, fuego; espacio y tiempo, los elementos funcionales a los relatos. La distopía no es tan recurrente en el género, pero “Metano” de Walter Iannelli es un buen ejemplo de cómo puede acomodarse con otros tópicos, en una sociedad que naturaliza la combustión espontánea, contado con la frialdad necesaria. Se suma Gerardo Quiroga con “El comienzo”, metaforizando el círculo vicioso, la cinta de moebius en el espiral de la ruta solitaria, salpicando el relato con el rural horror, algo de lo que no pretende escaparse Gustavo Nielsen con su inquietante historia de paradores ruteros malditos y personajes enajenados (“En la ruta”) descubriendo de a poco el rostro de la bestia a medida que el relato se desarrolla. La antología se las arregla para no dejar afuera a la fantasía o la ciencia ficción, siempre tan emparentadas, ambas, con el terror, con criaturas y poderes mentales; “Quemar a madre” de Ricardo Giorno describe a un pulpo ET, dueño de una inteligencia superior que coopta humanos, mientras Pablo Tolosa rinde tributo a Nahuelito con un micro relato patagónico, “El que habita en las arenas”, directo y pragmático.
Las descripciones siempre son necesarias en este género, sobre todo por la necesidad de poner al lector en contexto, de fotografiar el escenario con el lente de la pluma, darle de beber la sangre que emana color tinta; esto muchas veces atenta contra el ritmo narrativo, algo que la pericia del autor debe sortear, sobre todo por otra necesidad vital: la de adjetivar mucho. Es un trabajo arduo para conseguir la empatía comunitaria que desata el género, explicada con detalle en el epílogo donde el viejo vocablo “summa” interpreta este razonamiento. “En el patio, con Mortimer, conmigo” de Fabio Ferreras planea ser fiel a estas premisas, detallando la casa de la infancia hasta el rincón más oculto y rebosante de telas de araña, jugando con los miedos de esa etapa de la vida, reviviendo en la nostalgia de todo hombre maduro.
Una de las cuestiones que un escritor de terror debe zanjar en la Argentina es la supuesta falta de valor comercial del género, debido los prejuicios que soporta, a pesar de tener una larga tradición literaria en la materia. Y el Osario parece estar al tanto de ello. Pasar por su compilado de cuentos es casi un acto revulsivo, de resistencia; un grito de rebeldía, quizás inconsciente, que busca el reconocimiento merecido en el mundo de los géneros literarios clásicos. Con una portada que no le escapa a los convencionalismos del horror más clásico, el género pronto se diluye en el prólogo, subrayando la validez literaria que no por ello socava sus otros valores. Cada cuento ensaya esta resistencia, homenajeando a King, a Lovecraft, a Dick, hasta a Kafka, entre otros.
“El que busca al demonio lo conoce”, cita de Todos Tus Muertos (banda que acunó esa frase con un sentido más lisérgico, claro) que Ignacio Román González, autor del cuento más extenso y onírico del libro, usa para tamizar ciencia ficción con terror en “La mecánica del infierno”, plantea una reflexión lucida, y vaya si tiene razón. El Diablo clonado, el infierno en la tierra, de eso se trata este género, de dejar en claro que el horror convive con nosotros en la cotidianeidad, los miedos reales se mezclan con los fantásticos, como siempre, para maximizarlos ¿Quién no le teme a la vejez? La historia fetichista de Alberto Ramponelli, “La estatuilla y la muerte”, sirve de respuesta, con una mujer que llega al paroxismo por razones superficiales, llevada de a poco por una vida rutinaria.
Esta antología es una buena puerta a las profundidades del averno. Para pasar y sufrir con ganas. Un homenaje, combativo, al género.

Osario común. Summa de fantasía y horror (2013)
Autor: varios
Editorial: Muerde Muertos
Género: cuento