Reseña de Árboles de
tronco rojo, de Marcelo Guerrieri (Muerde Muertos, 2012), por Patricio
Chaija para Huellas de Tinta (*)
¿Qué se le puede pedir a un buen escritor? Que no subestime
a los lectores. Recuerdo que eso fue lo que pensé cuando comencé a leer el
primer libro de Marcelo Guerrieri: “Este escritor tiene muchísimo respeto por
el lector”. Y es que Árboles de tronco
rojo es un variado muestrario de la destreza con que Guerrieri despliega su
universo, y lo hace con seriedad, tomando el lenguaje como eje central de su
poética. Sus historias son creíbles porque él se encarga de transmitirlas de
esa manera. Hay en el volumen cuentos policiales, delirantes, aterradores.
Pinta con verosimilitud las relaciones que establecemos con las demás personas
(por ejemplo en el cuento “Cada tanto Normita”).
Algunos relatos absorbieron lo mejor de los ambientes
extraños de Cortázar. La mención no es casual: en la conformación de las
historias está el brutal y desconcertante mundo cortazariano, pero Guerrieri no
se queda en una imitación, sino que da un aporte nuevo desde la enunciación, en
un tono adecuado a cada relato. Hay un cuento, “El repartidor de diarios”, que
es estremecedor. Las peripecias del personaje se vuelven hipnóticas, y las
circunstancias más increíbles son aceptadas gracias a la sabia manera de narrar
de este joven autor. Lo desopilante se hace presente en “El ciclista serial”,
pero el texto no se desborda en ningún momento; llega a buen puerto y logra una
perfecta realización (dato no menor, si observamos que el relato mencionado
pertenece al género policial, delimitación que juega gran parte de la propuesta
textual en la resolución del caso).
Guerrieri parece caminar por sobre la cornisa a muchos pisos
de altura, y no le tiembla el pulso. Por eso su manera de narrar es precisa,
detallada, y se adecúa en el registro ante cada nuevo relato. Como un desafío
implícito, se ve que el narrador apostó a comentar diferentes situaciones de la
vida cotidiana, y salió victorioso en sus propuestas. Pienso irremediablemente
en “Solo en la escuela”, o “Vos sos Pin”, ambos de un marcado y encantador
universo pueril.
Lo siniestro se hace presente en “La Telesita ”, relato con que
se abre el libro. La presentación in
media res del personaje engancha y mueve a la curiosidad del lector. Varios
textos más hay en el libro, que no comentaré para dejarlos a la posibilidad de
los lectores por deslumbrarse y descubrirlos con esta propuesta fresca y
sensata de la literatura argentina.
¿Qué se le puede pedir a un autor? Que nos deslumbre, que
nos entretenga y nos cuente con calidad y destreza historias que atrapen, que
nos obliguen a olvidarnos de estar leyendo algo, sumidos en la placidez del
letargo o la zozobra pesadillezca que sólo la buena narrativa parece llevar en
su interior, como un espanto oculto.
En una época en que los elfos (¿a esta altura del partido?)
y las sagas berretas aparecen en el horizonte de la literatura fantástica
argentina, Guerrieri se muestra con osadía en su primer volumen de relatos,
pidiendo espacio con su talento, que descolla entre la producción local.
(*) 10 de julio de
2014