El muerde muertos Carlos Marcos participó de la presentación
del libro de poemas El nudo, de Valentina
Nicanoff (Botella al Mar, 2014), el pasado domingo 27 de marzo de 2014, en el
Bar El Quetzal (Guatemala 4516). La querida poeta leyó parte de su obra y estuvo
acompañada también por Alejandrina Devescovi, Javier Fiecconi, Ting Ting Mei,
Gabriela Tavolara, Úrsula Manzur, Hernán Lucas y Julieta Sverdlick.
Carlos Marcos y Valentina Nicanoff, durante la presentación. |
Palabras de Carlos Marcos en la presentación de El nudo, de Valentina Nicanoff (Botella al Mar, 2014).
Presentar un libro siempre es motivo de celebración, de
encuentro con amigos, de acompañamiento al autor y a su obra, es, al menos para
mí, un acto de felicidad. Debo agradecer a Valentina la distinción que me
otorga al compartir el espacio con los poetas Javier Fiecconi, Ting Ting Mei,
Gabriela Tavolara y Úrsula Manzur, con Hernán Lucas (que acaba de presentar su
libro Aquilea. Crónicas de una librería,
que se inscribe en una larga tradición de memorias), con Julieta Sverdlick que
nos brindará su música y con la editora Alejandrina Devescovi, una histórica,
como dicen en el barrio, que lleva adelante la editorial Botella al Mar,
fundada en los 40 por el poeta Arturo Cuadrado y el
artista plástico Luis Seoane, con unas ediciones ilustradas muy bonitas.
Gracias a esta editorial yo descubrí a Enrique Molina y Alberto Girri (Escándalo y soledades), luego se que han
editado a Alejandra Pizarnik, Juan José
Hernández, Santiago Kovadloff, etcétera. Así que el honor es mío también.
Yo no soy poeta así que espero corresponder brillantemente y
con decoro a invitación de Valentina, tanto a escribir el apólogo como a decir
unas palabras esta noche, intentando no repetirme una vez más.
Los poetas me gustan mucho. Son muy ricos al horno bien
doraditos con batatas. Tengo un poetero en el fondo de casa. Los poetas son
bulliciosos pero se alimentan con poco, con algo de maíz, los desechos del
mundo y hasta ponen unos libritos preciosos de los que se pueden hacer unos
soufflés bárbaros. El puchero de pechuga de poeta queda buenísimo también. Los
muslitos rebosados, poeta relleno, arrollado de poeta, etcétera. Después les
puedo indicar algunas recetas si gustan. Todo muy sanito, casero y sin
colesterol.
SIRENAS Y TE AHORCÁS
Con Valent nos conocimos en el año 2011 mientras
organizábamos un ciclo de lecturas que entretejía poetas, narradores y músicos.
El ciclo se llamaba “Sirenas y te ahorcas”. Nunca nos pusimos de acuerdo si
ella era “Sirenas” y yo “Te ahorcas” o a la inversa. Pero, lo que sí es cierto
es que tuve la oportunidad de disfrutar de la pasión y el trabajo que Valentina le
pone a las cosas que hace, hasta el extremo de hacer confluir vida y arte. Uds.
lo saben. Nudo a favor para Valentina.
Entre las cosas que hace Valentina, ha hecho El nudo, su segundo libro de poemas.
Dejo bien claro que es su segundo libro de poemas porque El nudo estuvo a punto de transformarse y abandonar las formas de
la poesía.
Para el caso, tanto da poesía o narrativa, la historia es la
siguiente: es un diario, un gran diario. Donde la protagonista se interroga
sobre cuál es el precio de la vida y en que moneda hay que pagar. ¿Qué pesa
más, el amor, el erotismo, la sexualidad, el cuerpo, la muerte o el haber
tenido que vaciarnos para estar vivos? Y toda una serie de preguntas que
cotidianamente evitamos porque somos pequeñas máquinas ingeniosas para fabricar
pretextos y justificaciones. A lo largo del relato nuestra heroína descubre que
el cuerpo pesa más que el cuerpo, y la vida es un silencio muy muy largo, un
silencio cronológicamente inhumano —y les adelanto la última línea del libro— un
silencio cronológicamente inhumano contra el que hay que luchar con nuestra
afonía y nuestra fugacidad. Otro nudo para Valentina.
Les decía que El nudo
estuvo a punto de transformarse y abandonar las formas de la poesía. Valentina venía
dando vueltas al manuscrito y estaba en búsqueda de una editorial. Ya desde
aquel momento la venía martirizando con alguna idea que tengo de los poetas,
para molestarla un poco nomás. Le venía diciendo que “los poetas son aquellos
que derrochan papel y escatiman palabras”. Se lo decía con el espíritu de
fastidiarla un poco pero con la secreta esperanza de que volviera sus pasos a
la narrativa. Es así que, casi cuando tenía finalizado El nudo y no encontraba editorial, la convencí —apenas momentáneamente—
para que lo transformara a un relato en prosa y así editarlo en una editorial
de narrativa contemporánea.
En un principio aceptó la propuesta pero, a los pocos días,
me llamó por teléfono afligidísima, dispuesta a denegar el ofrecimiento, y
supongo que, pensando en la molesta frase, entre otras cosas me dijo: “Ese
libro y yo necesitamos los espacios en blanco”. Otro nudo a favor para
Valentina y voy a tratar de explicar el porqué.
Hay una anécdota de Jorge Semprún (militante, periodista,
escritor, premio novel de la paz, etcétera) que quiero compartir con Uds. al
respecto de los espacios en blanco.
Semprún participa de la guerra civil española luchando por la República siendo muy
pequeño. A los 16 años de edad, terminada la guerra, debe exiliarse con su
familia en Francia y comienza a militar en la Resistencia contra la
ocupación Alemana. En el año 1943 es apresado y deportado al campo de
concentración Buchenwald en la
Alemania nazi, donde permanecerá hasta el fin de la guerra
casi dos años después.
Vencido el nazismo, muchos de los sobrevivientes de los
campos, exiliados, refugiados y proscriptos por el régimen se lanzan a contar
sus experiencias tratando de transmitir lo inenarrable del horror. Semprún en
cambio necesitará 20 años para poder comenzar a contar su historia: “No era
imposible escribir: habría sido imposible sobrevivir a la escritura. Tenía que
elegir entre la escritura o la vida”.
Él mismo cuenta más tarde que fue imposible describir su
experiencia con la rapidez donde muchos buscaron el desahogo. Una imagen
recurrente lo torturaba ante el papel blanco. Volvía a su memoria el pasillo de
entrada al campo de concentración, completamente blanco por la nieve y rodeado
de águilas y esvásticas. Regresaba a ese momento de parálisis por el terror. Y
ante la muerte o la vida no podía escribir. Y, por si fuera poco, la escena,
esa escena, se repetía dos años después, tras la liberación rusa. Abren los
campos y se ve obligado a transitar el mismo pasillo nevado, completamente
blanco, esta vez paralizado por el terror pero ante la perspectiva de la vida o
la muerte, la lógica inversa.
Parecería la mismísima cháchara del escritor torturado ante
la hoja en blanco recargada por el horror, pero aún le ocurre lo siguiente:
veinte años después, publica El largo
viaje en francés, el primer libro donde logra escribir algo de su
testimonio en el campo de concentración tratando de eludir algo de esos blancos
que lo atormentaban. El libro funciona bien, se traduce a doce idiomas, incluido
el español, su lengua materna y recibe un premio de la industria de ese
momento, el premio Formentor. La noche de la entrega de premios, el acto
consistía en la entrega de una estatuilla y los doce libros en distintos
idiomas de la mano de cada uno de los editores de los doce distintos países con
algunas palabras elogiosas de cada uno.
A mitad de la entrega de ejemplares le toca el turno a
Carlos Barral, fundador de la editorial española Seix Barral. El gallego se
acerca a Semprún con el ejemplar en la mano tratando de explicarle en voz baja
lo que ocurre. El aparato de censura franquista en España ha prohibido el libro
y han tenido que enviarlo a imprimir a México en una movida bastante complicada
y no estará disponible hasta un tiempo después. Así que el libro que le entrega
es un ejemplar único, con la tapa, la sobrecubierta, el tamaño, la
encuadernación, todo como será la edición mexicana, excepto por un pequeño detalle:
este ejemplar único tiene todas las páginas completamente en blanco.
Semprún lo que responde en ese momento, y lo confirma Barral
en sus memorias luego, es:
—Mi propia lengua me ha traicionado —llorando a mares y riendo
como un loco a la misma vez—. Mi propia lengua me ha traicionado. El libro que
tardé veinte años en escribir ha desaparecido. Al menos sé que puedo escribirlo
nuevamente. Ahora sé que el blanco es la vida.
Valentina tiene razón. Para los escritores, para los poetas
también, seamos amables, la vida, la muerde, la escritura, sus blancos, sus
silencios, son un nudo que vale la pena transitar. Otro nudo para Valentina.
SALVEMOS A LOS POETAS
Compren El nudo. Con
su contribución estaremos salvando un poeta. Y aunque El nudo se vista con las ropas del lenguaje poético: cuenta una
historia, con lo cual los narradores y los lectores de narrativa estaremos
contentos. Una historia truculenta, sí. Erótica, sí. Surrealista, sí.
Apasionada, sí. Vigorosa, sí. Fantasiosa y fantaseada, sí. Una historia como la
que nos gustaría nos cuente el mismísimo demonio si es que acepta alguna vez
tomar un vinito con nosotros.
Un último nudo para Valentina Nicanoff. Lleven El nudo a casa y desnúdense frente a la
poesía de una buena vez.