Con los fantasmas pasa lo que con la radiación: nadie la ve,
pero todos le temen. Los argentinos somos un pueblo con una larga tradición de
creencia en un plano sobrenatural de la realidad. Desde el correntino Lobizón,
la pampeana Luz Mala, la santiagueña Telesita hasta el importado Cuco, la
bonaerense Llorona y la cuyana Difunta Correa. Sobre los fantasmas siempre
supimos que por la noche recorren los pasillos de las casas desoladas, que
gritan horrorosos gemidos y ¡que usan sábanas blancas que se robaron del
tender! Ahora nos desayunamos que además “siempre tienen hambre”. Así nos
instruye José María
Marcos en el libro de cuentos intitulado Los fantasmas
siempre tienen hambre.
A lo largo de once cuentos, los fantasmas de Marcos nos
asustan, nos entretienen y a veces hasta nos sacan una sonrisa. Porque el autor
cultiva no solo el género de terror, sino también el de la comedia negra.
Es más, podría decirse que incluso en los cuentos
propiamente de terror —para el que sepa leer entre líneas— suele haber alguna
reflexión donosa puesta como de paso, como si se hubiese caído del bolsillo del
autor sin que éste se diese cuenta. Por ejemplo, en el cuento “La muerte de
Rocky”, que trata sobre el espanto que causa en un hombre la historia de un
niño que torturaba y asesinaba a sus víctimas luego de robarles, cuando el hijo
del personaje en cuestión le pregunta por qué a la gente la ponen en un cajón cuando se muere, él
contesta: “Porque es la manera de llegar al cielo. Es como tomarse un
colectivo, pero con boleto de ida”. ¡Qué gracia! ¡Qué gracejo tan delicioso en
medio de esa historia espeluznante!
Hay una idea recurrente en las historias de Marcos que apela
particularmente a la
atención del lector: la noción de que en el cosmos hay ciertos roles y que
cuando la persona que los ejecuta muere, otra, que de alguna manera estaba
conectada con la anterior, se ve impelida ineludiblemente, trágicamente, a
ocupar ese rol. Eso sucede, por ejemplo, en los cuentos “Ceguera” y “Un ángel
de la guarda”; además de en su novela Recuerdos parásitos (en coautoría con Carlos Marcos ).
Finalizando, un cuento que no tiene desperdicio y que
seguramente se convertirá en un clásico de la literatura fantástica argentina,
como “El almohadón de plumas”, de Horacio Quiroga , y “La lluvia de fuego” de Leopoldo
Lugones, es “Resaca”: una jocosa mirada al mundo de los aliens y las invasiones
extraterrestres.
Por último, debe señalarse que Marcos despliega todo su
talento como un narrador eficaz, capaz de componer personajes, situaciones y
ambientes claramente definidos y hasta entrañables.