¿Ha leído usted
la novela Drácula,
de Bram Stoker? Me encantaría saber que sí, aunque no me extrañaría si su
respuesta fuese negativa. Se lo digo, estimado lector, porque tengo la
sensación de que es una de esas historias que todos conocen pero que pocos han
leído. Incluso creo que muchos no podrían responder correctamente si se les
preguntase quién la escribió (pobre Bram). Drácula es un personaje muy popular
—gracias al cine y la tradición oral—, sin necesidad de que la gente haya
abordado la lectura de la novela que hizo trascender al vampiro, con lo cual se
producen algunas confusiones, a saber: la verdadera historia, ¿cuál es? ¿La de
la película de Tod Browning, con Bela Lugosi? ¿La de Coppola? ¿La que me contó
mi tía? ¿El Nosferatu de Murnau o el
de Herzog?
Leí Drácula hace
unos años. Me gustó, claro, pero mientras la leía sentía la necesidad de más
Drácula y menos Van Helsing. El
Conde se presenta con toda su fuerza al principio (pocas
veces me estremeció tanto la aparición de un personaje en una obra) y luego se
pierde entre barcos y sarcófagos. Está, pero calla, y el protagonismo recae en
el Dr. Van Insoportable Helsing, que no hace más que alardear anunciando a cada
rato que él ya sabe “qué hay que hacer”, pero que aún no lo va a decir porque
los otros no están preparados para escucharlo. ¡Típico de doctor!
Por suerte, Beber en
rojo, de Alberto Laiseca, nos trae a un Drácula en su esplendor. Charlatán,
bebedor, fumador, de exagerados bigotes nietzcheanos, enamoradizo y sensual. Y
con Van Helsing reducido a unas pocas líneas.
Aquí la cosa es así: Jonathan Harker viaja a los Cárpatos,
pero esta vez en condición de bibliotecario. Deberá clasificar el casi millón
de libros que posee el Conde. Pero además irá al encuentro del Monstruo siendo
consciente de que su rival es un extraño ser que se alimenta con sangre y
teniendo como objetivo entrar en su cripta para matarlo. Claro que Drácula sabe
por vampiro, pero más sabe por inmortal, y matarlo se vuelve imposible, entre
otras razones porque con el correr de los días ambos comienzan a sentir un
afecto propio de toda relación entre un Maestro y su Discípulo (palabra que, si
se me permite, también merece ser escrita con mayúscula).
Los días pasan amenizados por charlas de todo tipo, en las
cuales tiene gran protagonismo la Astrología, materia que el Maestro domina y
en la que iniciará a Harker. Así, de a poco, irán corriéndose los velos de los
personajes creados por Stoker para dar lugar a los de Laiseca. Es entonces
cuando Drácula se confiesa misógino, aunque con deseos de cambiar. Y este es,
en definitiva, el gran motor que hace andar esta historia. Lucy Humboldt,
esposa de Jonathan, llegará al castillo y será ella quien abrirá la puerta del
cambio para el Monstruo, la que lo ayudará a crecer.
Entretanto, Harker se dedica a escribir un ensayo
maravilloso que ocupa la parte central de Beber
en rojo. Es un completísimo (y muy divertido) estudio sobre la importancia
del monstruo en el arte ,
donde Laiseca muestra su vasto conocimiento y sus opiniones acerca de los
monstruos (esos seres “únicos en su especie”) en el cine y la literatura.
Imperdible para los amantes del género.
Laiseca logra en Beber
en rojo algo muy difícil de conseguir: un texto divertido y profundo a la vez. Así es su mundo, así es
su literatura. Única. Monstruosa.
(*) Edición de diciembre de 2012.