Hincar el diente a
la última novela de los hermanos José María y Carlos Marcos sería tal
vez la mejor forma de abordarla de no ser porque el papel no posee un sabor tan
rico como lo que contienen sus páginas.
La figura del quiasmo, o paralelismo inverso, establece la
relación epistolar de los dos personajes. Dos viejos desconocidos que, para
resolver un asunto pendiente en el ocaso de sus vidas, se necesitan el uno al
otro. El bibliófilo Blas Orbañeja, escribiendo desde Buenos Aires, y el
periodista Jesús Figueras Irigoyen, respondiendo desde Salamanca. Cada uno es narrador a su vez y
contribuye a completar la narración del otro. Por un lado, Orbañeja busca un
incunable llamado Tratado del oficio de
los muerde muertos
y ha perdido a su familia por el riesgo al que lo llevó la búsqueda del libro.
Mientras que Figueras Irigoyen está tras la pista de su hermano Ignacio,
desaparecido en circunstancias misteriosas. El librero le ofrece al
periodista un pacto ineludible: encontrar el libro en Salamanca a cambio de datos
precisos sobre la ubicación del cuerpo de su hermano.
Poco a poco, ambos van metiéndose de lleno en una aventura
dual que cruza dos ciudades con mucha historia. Cada una con su mística y su
poética, cada una con sus aquelarres y su mitología propia. Y en ambas (o en
todo) sobrevuela el fantasma de un secreto prohibido, algo que un grupo
invisible y minoritario, aunque terriblemente poderoso procura dejar oculto. Al
mismo tiempo, un carnaval de místicos y supersticiosos desfila intentando lo
imposible por participar del selecto banquete.
Los hermanos Marcos dejan claro que la pregunta instalada
desde el subtítulo no tiene sino respuestas múltiples, y en este juego
alimenticio al que la literatura nos convoca, todos somos mozos y comensales.