En 2001, un año políticamente denso a nivel nacional e
internacional, Laiseca publicó Beber en
rojo. El texto se inicia con Harker, el personaje principal, viajando hacia
el castillo
de Drácula. Harker se ha presentado al anuncio de pedido de bibliotecario que
ha publicado Drácula y ha sido aceptado. Como buen lector, conoce la novela de
Stoker. Va al castillo especialmente para matar a Drácula por el bien de la
humanidad. Pero cuando conoce a Drácula se da cuenta de que un ser que tiene
esa cantidad de años no puede ser más que estremecedoramente sabio, lo que lo
convierte en un ser inevitablemente encantador. Además de ordenar y leer los miles
de textos del Conde durante el
día, Harker debate largamente con Drácula por la noche. Al tiempo Drácula
empieza a darle lecciones de astrología. Fascinado, Harker se obsesiona con el
tema y Drácula, mucho más adulto y responsable, deja de enseñarle. Esto provoca
la ira de Harker que decide retomar su plan original, pero al clavarle la
estaca en el corazón descubre que en el ataúd hay un muñeco de cera. Drácula le
ha tendido una trampa. Conocía las intensiones de Harker desde el principio
porque todo el tiempo le leyó el pensamiento. A pesar de este episodio, los dos
se confiesan que lamentarían separarse, por lo que deciden no solo seguir
juntos sino llevar a vivir al castillo
a Lucy, la esposa de Harker.
Es importante recordar que Lucy es la amiga casquivana de
Mina, la verdadera mujer de Harker en el texto de Stoker. A partir de su
llegada, Lucy se adueña de la escena y empieza a dirigirla. Exhibe prontamente
sus dotes de mujer fatal, protagonizando (desencadenando) una orgía con su
marido y el propio Drácula, pero a
la vez se muestra a
la altura de ambos en las discusiones tanto sobre libros como
sobre el mundo. A causa de la orgía Lucy dictamina que el problema de Drácula
es que está solo. Por eso, seduce y entrena sexualmente a Sofía, la criada, y la manda a conquistar a
Drácula. Pronto nace el amor entre ambos. Drácula pasa así de la más extrema
soledad a integrarse lentamente en una comunidad que crece paulatinamente. Para
convertirse en humano la última prueba que debe afrontar es enfrentar la misoginia.
Humano, concibe varios hijos con Sofía y Rosette, un personaje que extrae de Los ciento veinte días de Sodoma, de
Sade, y muere de viejo.
La novela de Laiseca, como toda reflexión sobre lo
monstruoso, es una reflexión sobre lo humano, sobre cómo la sociabilidad, el
contacto con otros, es lo que hace humanos a los seres. Esta humanidad es la
que observamos construirse desde el principio. Drácula, literalmente, cobra
vida, siguiendo la exigencia épica de Lukács. La épica debe dar configuradora respuesta a la pregunta
¿cómo volver esencial la vida?, produciendo la aparición del rasgo humano,
típico, en el desarrollo que el personaje genera en su confrontación con el
mundo a partir de sus peripecias. El Drácula de Laiseca dirá literalmente: “A
veces (…) tengo la sensación de que el único humano soy yo. El ex vampiro.
Porque no hay como haber sido vampiro para no volver a serlo” (Laiseca, 2001:
119). Así la novela se
pliega a la
inversión platónica de Lukács: el vampiro es el único realmente humano porque
es el único ser que no tenía la humanidad como rasgo dado; esta cualidad la fue
adquiriendo en el desarrollo de la novela. Así vemos cómo, desde esta
perspectiva, el “realismo delirante” de Laiseca puede ser llamado, apropiadamente,
realismo.
La idea de humanidad de Beber
en rojo está fuertemente asociada con la de igualdad, igualdad que se
difunde tanto en el nivel del contenido como en el de la forma: no solo las
mujeres aparecen representadas como iguales (e incluso superiores) en términos
intelectuales, afectivos y sexuales, sino que, procedimentalmente, la novela
tiende a la
igualación, pero a una igualación en la que no desaparece, sino que se
profundiza la diferencia. Esto se puede ver, claramente, en la construcción de
las fronteras entre realidad y ficción. Por un lado, el texto de Laiseca,
tomando como modelo el de Stoker, se construye a partir de materiales diversos:
fragmentos de diarios, citas literarias y cinematográficas, un largo ensayo que
escribe Harker para Drácula sobre lo monstruoso en literatura, entre otros
discursos. Pero, a pesar de estar tomando de ese texto ciertos procedimientos y
personajes, la novela de Laiseca no está dispuesta a seguir sumisamente a la original, sino que todo el tiempo la transgrede a
propósito (como el cambio mencionado de Mina por Lucy) y la desarma, tomándola solo
caprichosamente. Destruye así la diferencia jerárquica entre original y copia y
entre lo “clásico” y lo nuevo, y, a su vez, entre lo “clásico” y lo “popular”,
ya que trabaja explícitamente con materiales literarios considerados “bajos”
como textos llenos de sabiduría.
Además, desde el principio Harker describe y construye sus
experiencias en su diario a partir de confrontarlas con conocidos textos
literarios y cinematográficos, desilusionándose muchas veces porque su vivencia
es diferente a
la que se había imaginado. Con este procedimiento, se ponen los pensamientos y
vivencias propias, subjetivas, a la
misma altura que los modelos y experiencias externas, que nos proponen
distintos dispositivos culturales como el cine y la literatura. Parece
explicitarse, así, que es a partir de estos dispositivos culturales que se intelige el mundo en el presente,
remarcando la interdependencia entre pensamiento y cultura, con lo que se
desjerarquiza la relación interior/exterior. También, se produce una mutación
permanente en la persona del narrador (el texto empieza en una primera persona,
Harker, que se alternará, caprichosamente, con una omnisciente) y en el género
literario en el que está escrito el texto (por momentos es novela, ensayo,
biografía, diario, etc.; dejando, en algunos fragmentos, incluso, de ser
literario para convertirse en guión cinematográfico).
Así parece ponerse el acento en lo que se está escribiendo,
en la historia, como si el texto afirmara que para que una historia se plasme
correctamente hay que seguirla en la forma que adopte, borrando la idea de que
el autor, en la selección, somete y domina los materiales, al escenificar que
es el artista el que debe entregarse a ellos lo que, a la vez, en contra de la prescripción
de Lukács, potencia fuertemente la narración. Esta inversión de la jerarquía
(no importa el narrador sino lo narrado) llega al punto en que, en un momento,
Drácula (el personaje) afirma ser Laiseca para aclarar, enseguida, que no le
molestaría escribir como él; se destruye, así, completamente la relación
jerárquica entre personaje y autor (el personaje es el que elogia al autor) y, a la vez, se construye una
distancia que distingue al autor como persona real, personaje biográfico, y al
autor como escritura, estilo. Finalmente, la aparición de Laiseca como uno de
los autores sobre los que debaten Drácula y Harker (Drácula sostiene que es el
mejor escritor del mundo), como un dato existente y dado de la realidad de la
novela, tensiona la trama hacia lo real, develando al texto irremediablemente
como ficción, como construcción, y a sus personajes como personajes (ya referí
que Drácula toma un personaje de otra novela para convertirlo en su segunda
mujer).
Pero a la
vez, y paradójicamente, la irrupción de lo real como hecho en el texto ficcional,
como todo dato de la realidad en la ficción, le insufla verosimilitud, le
otorga un viso de realidad que lo tironea de este lado del espejo, hacia lo
real, recusándolo como ficción. Beber en
rojo, al construir su realidad en una amplia mixtura entre datos reales y ficcionales,
disuelve, al volverla indiscernible, la diferencia entre realidad y ficción:
una acusa a la otra
y, al hacerlo, se produce una comparación que las equipara, así se rompe y, a la vez, profundiza, la separación
entre estos mundos irreparablemente discretos y cerrados, que como un espejo
que se refleja en otro espejo, generan un juego de reversibilidades infinito.