Por Julián Barsky para Gardel Buenos Aires
Las críticas literarias suelen hacerse sobre lecturas
realizadas. Uno se sienta con un libro, lo lee, toma notas, lo vuelve a pensar,
busca referencias.
En esta impulsiva sección que acabo de estrenar, lo que voy
a hacer es escribir sobre lo que estoy leyendo, el “work in progress” de una
crítica, si se quiere. Así que, aclaro, no es una crítica terminada, no sé cómo
termina la novela, ni tampoco si voy a cambiar de idea más adelante. Y a quien
no le guste esta informalidad, puede dar vuelta la página (aunque en el caso de
la web, sería puede hacer click en otro enlace).
El jueves 12 de julio pasado fui parte de la presentación de
la novela Muerde Muertos (quién alimenta a quién...) (Editorial
Muerde Muertos ,
Colección Muerde Muertos ),
realizada en la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Ante una nutridísima
concurrencia, los autores (junto con la escritora Mercedes
Giuffré, de acertados y simpáticos comentarios) presentaron de manera relajada
su nuevo trabajo en conjunto.
¿Han leído El Código
Da Vinci o, por lo menos, saben de qué se trata? ¿Se han apasionado con las
referencias de Lovecraft al Necronomicon,
el libro maldito cuyo presunto autor fue el “árabe loco” Abdul Alhazred?
¿Recuerdan cada tanto las referencias borgeanas a volúmenes y bibliotecas más o
menos verdaderas, en cuyos capítulos uno puede leer desde leyendas árabes hasta
imitaciones imposibles del Quijote?
Bueno, “Muerde
muertos (la novela)” es un poco de todo eso. Un juego
detectivesco epistolar, no exento de elementos macabros (la tortura tipo “Inquisición”
a la que es
sometido uno de los protagonistas, la ¿alucinación? con un toro por las calles
de Salamanca) ni referencias literarias de todo tipo. ¿Y todo para qué? Para
que un tal Blaise Orbañeja consiga su preciado Traité théroique sur l´art du croque-morts, un libro del siglo
XVII, escrito por el Conde
de Orbañeja del Castillo y orientado a narrar la historia de los muerde-muertos
(*).
A cambio, el señor Blaise le revelará a Jesús Figueras
Yrigoyen —el otro protagonista— el destino final de su hermano, cuya
desaparición obsesiona al viejo periodista.
Las cartas viajan desde Buenos Aires a Salamanca, y viceversa.
Seguimos con atención los devenires de ambos hombres, viejos ya, en donde el
escepticismo, la desconfianza y la mentira son moneda corriente.
En ese lugar estoy enredado. Mordiéndome las uñas —y hasta
algún pulgar—, atrapado por la narración dual, por este juego “a dos manos” de
los protagonistas y sus propios autores; me hallo buscando la salida del laberinto.
Aclaro, no sé si la tiene. Tampoco sé si importa. Muerde
Muertos (quién
alimenta a quién...) recupera un sentido lúdico de la narración, atacando
estilos clásicos (como muy bien señaló Giuffré al referirse a la novela epistolar), enviando
pistas falsas y autorreferencias permanentes. Ojalá que Yrigoyen y Orbañeja
hallen el Tratado teórico del oficio de muerde muertos. Es un libro que, si no existe, merecía existir. Saludos.
(*) Los muerde muertos eran
personas encargadas de los dedos gordos de los cadáveres para asegurarse de que
estaban muertos. Se supone que dicho oficio comenzó en Europa durante el Medievo. Un
extenso estudio realizado por el Instituto de Sociología de la Universidad de
Lausana ha permitido la verificación.