Esta nueva novela de los hermanos Marcos —la segunda escrita a dúo— continúa y profundiza el camino estético elegido por ambos
Bebiendo de lo policial, el terror y lo erótico, pero sin
caer en los lugares comunes de estas corrientes, José María y Carlos nos
presentan con éxito una historia atrapante, desbordante de imaginación y
delirio, con muchas referencias al mundo de los libros desde la mirada de un
viejo periodista y un bibliotecario en decadencia.
Los protagonistas centrales han sido en su momento figuras
de la cultura popular y ahora se hallan en el ocaso de sus vidas. El
bibliotecario Blaise Orbañeja vive en Buenos Aires, mientras que el periodista
Jesús Figueras Yrigoyen reside en Salamanca, donde se radicó luego de buscar
infructuosamente a su hermano Jesús, desaparecido años atrás.
La historia comienza cuando Orbañeja le escribe a Figueras Yrigoyen para
proponerle un trato: que busque y le encuentre el Tratado del oficio de muerde muertos a cambio
de revelarle qué le sucedió a Jesús.
La historia está contada a través de cartas, procedimiento
inusual en esta época, pero que aquí calza justo gracias a la maestría de los hermanos
Marcos, y que les permite desplegar anécdotas, ideas y dudas, para discutir y
plantear dilemas morales, éticos y filosóficos.
Además de las acciones y los interrogantes desplegados, vale
la pena resaltar la creación de una nueva figura que, sin duda, se suma al
panteón de los seres fantásticos de la mejor literatura universal: los muerde muertos , o
croque-morts, como se los llamaría en forma decorosa. A mitad de camino entre
la ficción y la realidad —como el mejor barroquismo ficcional al que adhirieron
Jorge Luis
Borges, Silvina Ocampo, Bioy Casares y Felisberto Hernández—, los hermanos
Marcos cuentan que los muerde
muertos eran contratados en el 1.800 por los allegados al
occiso para comprobar médicamente su muerte. A cambio de unas monedas, hincaban
su dentadura en el dedo gordo del pie del fallecido para dictaminar su suerte,
alejando los temores de la catalepsia. Estos seres, según dicen al pasar,
tendrían poder para salvar o condenar almas, y también para fabricar zombis.
Buenos Aires y Salamanca son presencias clave en el
desarrollo de la trama. Por eso, en la contratapa hay dos comentarios: uno a
cargo del escritor argentino Leonardo
Oyola y otro de un salmantino, el filólogo Juan Francisco Blanco
(Director del Instituto de las Identidades, de la Diputación de Salamanca),
quien señala: “He leído con enorme sorpresa y grandísimo placer esta novela. La
implicación de Salamanca en una trama de asunto prodigioso no puede ser más
afortunada. Es el sino de esta ciudad (Helmantiké, la llamaron los griegos,
‘tierra de adivinación’), en la que la Cueva de Salamanca, el mito cultural más
ampliamente exportado desde Salamanca
a las Américas, no es sino la punta del iceberg de la carga
mágica que acompaña nuestra historia”. Cabe consignar que el padre de Carlos y
José María nació en Salamanca en 1931 y emigró a la Argentina en 1949, y que la familia aún hoy
mantiene un fuerte lazo con aquella ciudad.
Sin dudarlo, es un relato que atrapará a los amantes de las
novelas de misterio y a los lectores en general. Es una historia con acción,
pero desbordante de ideas, una novela contemporánea que recupera la costumbre
de los clásicos preocupados por mejorar la calidad de las preguntas esenciales
de la vida. Un acierto en estos tiempos veloces.
(*) La Palabra de Ezeiza, página 11, jueves 17 de mayo de 2012
(*) La Palabra de Ezeiza, página 11, jueves 17 de mayo de 2012