Si, como dijo Borges, cada escritor engendra sus propios
antecesores, aquí Laiseca, devenido anti-autor no sólo los nombra a todos y
cada uno, sino que los pone en juego. En una reescritura del todo intencionada
del Drácula de Stoker, nos propone
una novela metaliteraria, plagada de citas y paráfrasis, que es “única en su
especie” (como lo es todo monstruo) y que no sólo dialoga con la historia de la
literatura de horror sino con la propia obra del autor, incluyéndola
oblicuamente en la tradición que estudia y genera al mismo tiempo.
Los personajes de Stoker, recreados en un castillo
actualizado del Conde, que tiene mucho de la casa Usher, están librados a una
dialéctica desde la que se
elabora no sólo una antología de horror muy bien delineada sino también una
suerte de manifiesto estético, en el que el autodeclarado monstruo de la
literatura argentina expone su inextinguible apología de lo monstruoso en el arte y la relación
fundamental entre miedo y erotismo.
Se trata también de mostrar y encarnar (valgan todas las
acepciones y etimologías de ambos términos) lo bestial en la literatura. Como
eso de que “lo que no es exagerado no vive”, así exagera y delira, mostrándose
parte de lo que narra, que es su propia vida literaria. Conjuga todos los
elementos del género y aporta su propia lectura del sadismo como “último
refugio de los románticos”. Tampoco deja de mencionar su oposición al ojo
académico que margina al best seller
por su capacidad para captar lectores y a esa segregación que el Canon hace de
la llamada literatura menor.
Sosteniéndome de las pestañas hasta terminar la novela, el
Maestro me obliga a leer con sus ojos, me corrige y me exige igualarlo en todo
a una verdadera criatura del terror, porque sorprende su capacidad para
manifestarse y hacerse de voces con las que provocar espanto y admiración.
Vampiro de vampiros, sorbiendo la vida que todavía late en las obras inmortales
para garantizarse la propia inmortalidad, Alberto Laiseca demuestra una vez más
que la literatura no nace del papel en blanco, sino de lo escrito.